La verdad

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17 de abril de 2024
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12:43 am
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La verdad

Lorenza Durón

Varios pensadores de La Tribuna han hablado de falacias, mentiras, sofistas y retoricistas. Es fascinante y puede considerarse un servicio de formación ciudadana. Al no entender de manipulaciones y propaganda, nos volvemos incompetentes, un rebaño expuesto a la libertad de expresión de los demás.

El buzzword de “posverdad” reconocido en 2016 por el diccionario de Oxford como la palabra del año es menos elegante y fue término favorito de quienes se suscriben a una narrativa y no permiten que las plebes cuestionemos “verdades” sustentadas a punta de censura o a la compleja y costosa red de un sistema de información cientificista. Una curia de expertos nos persuade, por ejemplo, con el “consenso” de 97%, lo confirma un grupo de 50 agentes, un par de encuestas, mediciones económicas y estudios revisados por pares que luego divulgan las ONGs, los cliques mediáticos y toda una serie de instituciones patrocinadas por industrias o especuladores financieros. Y así, ni se nos ocurra considerar la posibilidad de que un virus fue hecho en un laboratorio chino, que el calentamiento global de 1 grado no significa una catástrofe, que en unas elecciones pudo haber fraude, que el niño bonito de Davos hace predicciones de ciencia ficción, etc.

La lección de 2020 es que no se puede convencer a las personas, el debate es fútil porque vemos la misma película en diferentes pantallas, presos del sesgo de confirmación, de la habilísima propaganda que apela a nuestras emociones. La plataforma X admite “Notas de la comunidad”, una función en la que los contribuyentes pueden agregar contexto de manera colaborativa a publicaciones potencialmente engañosas. Muy útil al ejercicio dialéctico que se haga en el fuero personal. Hasta de filtro popperiano (conjeturas/refutaciones) sirve al que plantea sus teorías.

La verdad – con minúscula – definida por Wikipedia es “la coincidencia entre una afirmación y los hechos”, libre de ejercicios de manipulación u operaciones sicológicas. Sin ánimus jodendi, cambiar los filtros de Instagram – que empañan la verdad de nuestras “líneas de expresión” – por los filtros de análisis (de sesgos y falacias anotadas en los editoriales de La Tribuna del 11 y 12 de los corrientes) no sólo inmuniza al colectivo del consentimiento manufacturado al que aludió Noam Chomsky en su libro de 2002, sino que permite la urgente construcción política desde la sensatez, esa que las almas oscuras y envidiosas pretenden ocultar con sus contorsiones intelectuales.

Que la conversación de nuestros pensadores y verdaderos influencers genere conciencia sobre la Verdad – con mayúscula – base moral que endereza los ánimos de quienes se sirven de falacias para destruir.

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