El peñasco de la verdadera negociación

Por: Segisfredo Infante

Siempre se ha esgrimido una vieja afirmación acerca de la gran capacidad negociadora de la clase dirigente hondureña. Y cuando se ha hablado de grupos dirigentes se han incluido en la lista a aquellos que regentean a los grupos populares de genuina presión fáctica (o “factual” como prefieren decir los filósofos de la especie epistemológica de Mario Bunge). Sin descartar la afirmación inicial a veces los hechos parecieran contradecir esa “gran capacidad negociadora”, tal vez porque la cruda realidad nacional (y mundial) hoy por hoy exhibe la tendencia de agotar los enormes espacios vacíos que antes poseía la demagogia tercermundista. Porque entre más atrasado ha sido un país, más fertilidad ha exhibido para la mentira subtropical. También existen las demagogias populistas de extrema derecha en los países avanzados; pero allá chocan con la respuesta casi inmediata de algunas personas imparciales que han leído o que han vivido mucho.

En Honduras a veces se perciben algunas encerronas históricas, ante los problemas cruciales, en que parecieran escasear las salidas inteligentes, racionales o elegantes. De ahí surgen las confrontaciones que ponen en peligro la estabilidad del resto de los ciudadanos, quienes en su gran mayoría desconocen el reverso de las vísceras políticas; o desconocen las verdaderas agendas ideológicas que solamente son percibidas por los verdaderos politólogos o por los historiadores imparciales, a quienes es difícil engañar con discursos de aparente nuevo cuño, en tanto que sus raíces se hunden en los sedimentos ideológicos del conflictivo siglo veinte, que algunos, deliberadamente, hoy quisieran ignorar.

Los expertos en negociación nacional o internacional, pública o privada, han subrayado siempre los principios de sinceridad y de buena fe, en cualquier diferendo que se trate. La ausencia de ambos principios habrá de desembocar, tarde o temprano, en el fracaso de la mejor negociación. La falta de sinceridad del ex-presidente tico Oscar Arias en la crisis interna de Honduras de junio del año antepasado, además que ya la percibíamos por causa de su doble actitud, ha sido evidenciada, recientemente, en los cables de “wikileaks”, razón por la cual algunos analistas han sostenido, desde finales de los años noventas, que el verdadero “Nóbel de la Paz” lo merecía el ex-presidente hondureño José Simón Azcona  Hoyo; o un grupo de personas que trabajaron en aquella iniciativa.

Cuando se negocian asuntos estratégicos, eso debe hacerse desde una posición de fuerza, ya sea política, militar o moral. Los hechos históricos han demostrado que la mejor pilastra, hasta este momento, es la de tipo moral. Cuando Mahatma Gandhi negociaba con el Imperio Británico, o con sus amigos los musulmanes pakistaníes, lo hacía desde el peñón gigantesco de la moralidad. Por ninguna razón o por ningún motivo él iba a permitir que ninguno de sus partidarios hindúes cayera en el vandalismo en contra de nadie. Cuando sus seguidores violaban el principio de la “no violencia”, él se entregaba a los ayunos mortales, hasta que no quedaba ningún rastro de violencia. (Es una tremenda pena que en Honduras algunas personas hayan levantado las banderas de Mahatma Gandhi y hayan manchado su nombre impulsando o promoviendo, al mismo tiempo, actos de violencia contra inmuebles privados o contra los simples peatones de la calle).

Cuando Winston Churchill determinó negociar con su enemigo natural Josif Stalin, para enfrentarse al todopoderoso nazi-fascista Adolfo Hitler, lo hizo desde el peñasco seguro de la democracia occidental. Churchill viajó a Moscú, en medio de las bombas y las balas, para negociar directamente con el Kremlin, pero en ningún momento se le ocurrió coquetear con Stalin ni mucho menos entregar los principios democrático-republicanos en los brazos del otro totalitarismo. Su ayuda directa en víveres y pertrechos a los soviéticos, y su presencia personal en Moscú, era el símbolo de la plena sinceridad y buena fe. Ambos estadistas, con todos sus resquemores, estuvieron a la altura de las circunstancias. Se negoció de todo. Menos los principios que para bien o para mal ellos representaban. A Churchill jamás se le ocurrió pedirles a los británicos, a los franceses,  a los gringos o a los deshilachados polacos, que renunciaran a la libertad y a la democracia, por el hecho de negociar con el totalitario y maquiavélico Stalin. Tales experiencias indican que jamás se debe negociar o conciliar desde el frágil tinglado de la ambigüedad ideológica.

Además del valor moral, en casos como el de Honduras habría que anexar en cualquier negociación un peñasco más grande y más seguro que sería el del amor judeo-cristiano a los demás. No puede haber ningún futuro promisorio para Honduras dentro de un ambiente en que por simples motivaciones electoreras o por agendas ideológicas ocultas o desfasadas, se promueva el odio contra el prójimo como primer recurso de diferenciación humana. Tenemos que aprender a amar incluso a las personas que nos golpean y nos difaman, sin renunciar a nuestras sólidas cosmovisiones occidentales y universales.