LA POLICÍA

LA nación vive en un estado de pánico, atemorizada por crímenes espantosos, asesinatos desalmados. Se percibe la pesada sensación de desamparo que gravita en el ambiente, de una sociedad en zozobra, desprotegida e indefensa. Familias enteras que lloran el dolor de sus afectos, víctimas de esta salvajada, cuando no hay día que no aparezcan tendidos sobre el pavimento los cuerpos inertes de decenas de compatriotas. Lo que el periódico divulga sobre esta cruda realidad, mostrando esas fotos dramáticas en la portada -que lastimosamente enerva la tranquilidad de mucha gente que cree que el mal va a desaparecer con solo cerrar los ojos- es porque la tarea esencial de la prensa es informar, crear conciencia colectiva sobre la tragedia que nos abate para que la sociedad se impacte y no permanezca indolente, para que el gobierno responda y la autoridad actúe, para que los políticos que gobiernan den solución a esta angustia que estremece la fibra sensible de la nación.

Sin embargo, si bien hemos denunciado este sentimiento de desahucio que impera en un pueblo dejado a la mano de Dios, y hemos protestado por la débil respuesta de las instituciones públicas obligadas a velar por la vida de los hondureños, por investigar los hechos delictivos que se cometen, por capturar y llevar a juicio a los responsables de estos bestiales asesinatos, por asegurarse que cumplan con la pena establecida en la ley, para que en el paladar nacional no quede un rancio sabor de impunidad, hemos dicho también que no es aceptable que a la Policía, como institución -y en términos extensivos también a los demás operadores de justicia- la agarren de trompo de ñique. Como si el propósito fuese desmoralizarlos, amedrentarlos y colocarlos en una posición de vergüenza. Con tal desánimo que evite que cumplan cabalmente sus tareas. Una Policía que añora el apoyo de la sociedad honesta, a la que agarran a palos repetidamente, como si fuese piñata para reventar, más lastimada queda. Con ese proceder -a ratos de buena fe pretendiendo apresurar los cambios, pero otras veces inconsciente- lejos de hacer un beneficio a la sociedad lo que produce es que se debilita más un cuerpo de seguridad necesario para la lucha contra la delincuencia y la criminalidad. Mientras crece la estructura delictiva que enfrenta.

Por ello, en repetidas ocasiones, hemos prevenido sobre el error de generalizar, de arrastrar la imagen de toda la institución, como si toda ella estuviese minada y corrompida, cuando se pretende imputar defectos intolerables consecuencia del dramático clima de aprensión que prevalece. Las instituciones son lo que son los individuos que las dirigen y las integran. Si hay podredumbre en la Policía, ineficiencia o complicidad en muchos de estos hechos deleznables, hay que corregirlo. Pero también hay que decir que hay jefes, oficiales, agentes y policías honestos, valientes, decididos, bien intencionados, que arriesgan sus vidas en el cumplimiento de sus faenas cotidianas, batallando -a veces con las uñas, por la limitación de recursos presupuestarios-queriendo prevenir el delito e intentando salvar vidas humanas. Lo peor que pueda sucederle al país, en este aborrecible clima de inseguridad, es que el hostigamiento contra la institución policial, ya bastante diezmada, debilite más su posibilidad de cumplir con el deber. Que la gente buena que allí labora caiga en desánimo tal que afecte el objetivo fundamental; que es derrotar la estructura delincuencial y del crimen organizado. El ministro actual, a cargo de la institución, usualmente ha lucido comedido y cuidadoso, lidiando con esa delicada responsabilidad, en esos momentos críticos que requieren de habilidad y de prudencia. Goza de la confianza del mandatario lo cual ayuda al cumplimiento de obligaciones. No puede desconocerse el esfuerzo de la cúpula policial, queriendo levantar la credibilidad de la institución. Claro que hace falta mucho camino que recorrer porque todavía bastante anda mal. Pero así como debiese hacerse con todo el resto de las deficiencias que existen, exigir y propiciar los cambios, en forma constructiva.