Mujer sobrevive en una covacha recolectando objetos entre basura

Bajo un calor abrazador, Rosa María Medina (54) cocina frijoles en una lata, sobre un fogón de pedazos de bloques, en el anillo periférico, donde a 40 años de sobrevivir de la recolección y venta de objetos que halla entre la basura, clama a Dios y confía que la Primera Dama pueda ayudarle a salir de su triste situación.

Rosa María Medina se rebusca cada día en el contenedor con algo para cocinar o poner a la venta. Al fondo la covacha donde sobrevive.
Rosa María Medina se rebusca cada día en el contenedor con algo para cocinar o poner a la venta. Al fondo la covacha donde sobrevive.

Eran alrededor de las 11:00 de la mañana y esta mujer originaria ya llevaba varias horas de estar batallando en el nuevo día para hacerle frente a la vida, al lado de dos de sus hijos, un varón y una hembra que hace años le hizo abuela de dos nietos, a quienes mantiene con lo poco que encuentra en los contenedores.

Ella antes subsistía bajo los puentes Mallol y Soberanía Nacional, entre Tegucigalpa y Comayagüela, pero desde el año pasado logró el permiso de la Alcaldía Municipal del Distrito Central (AMDC), para levantar una caseta con paredes de plywood, cartones y techo de láminas viejas y pedazos de plástico en un sector del anillo periférico, frente a la colonia Calpules.

“Llevo una vida de perro, estoy cansada de andar sufriendo por las calles para darle de comer a mis hijos y nietos”, exclamó, mientras lloraba, al tiempo de llevarse las manos al rostro, como apenada de la calamidad que sufre al lado de sus seres queridos.

A medida que va contando partes de su triste historia, la matrona llora de la impotencia de no poder darle una mejor vida a su familia.
A medida que va contando partes de su triste historia, la matrona llora de la impotencia de no poder darle una mejor vida a su familia.

Su historia está marcada por el sufrimiento desde muy pequeña, ya que fue abandonada por su madre, que la regaló cuando aún era una niña a una señora de la sureña ciudad de Choluteca, donde pasó parte de su infancia.

Cuando su tutora falleció de un paro cardiaco, Rosa María tuvo que emigrar a la capital y fue así como comenzó el calvario de verse sola ante la vida. A la edad de 14 años empezó a rodar por las calles.

SUEÑOS FELICES

Hoy día su vida ha cambiado porque ya no solo se trata de ella, sino que también de poder subsistir junto a sus hijos y nietos a duras penas con lo colectado en el contenedor que revisa temprano en la mañana.

Todos los días es una nueva aventura de subsistencia para Rosa María, quien cuando puede cuece frijoles en una lata sobre un improvisado fogón.
Todos los días es una nueva aventura de subsistencia para Rosa María, quien cuando puede cuece frijoles en una lata sobre un improvisado fogón.

Muchas veces parte de los desechos que colecta los utiliza para dar de comer a los miembros de su familia, así como también acumula botellas de plástico, latas metálicas, cajas de cartón y otros utensilios que al final de la semana vende para juntar un poco de dinero y comprar comestibles.

Su lamentable situación se ha agravado, ya que también padece de epilepsia y de presión sanguínea alta, de forma que debe acudir al Hospital Escuela en busca de asistencia médica, pero no siempre le dan los medicamentos necesarios y a veces se aflige de no poderlos obtener en la farmacia de ese centro.

Viviendo en la covacha, la familia no cuenta con los servicios básicos, ni para hacer sus necesidades fisiológicas, además que duermen sobre un colchón viejo y agujereado que ella encontró en el basurero que se ha vuelto su mercado familiar, al que puede acudir sin efectivo y a la hora que quiera.

Pese a la pobreza en que se debate la familia de Rosa María Medina, ella no pierde las esperanzas de una vida mejor con sus hijos y nietos.
Pese a la pobreza en que se debate la familia de Rosa María Medina, ella no pierde las esperanzas de una vida mejor con sus hijos y nietos.

En medio de su desgracia, Rosa María agradece la ayuda que le dan las personas de buen corazón, como algún dinero, ropa y zapatos para ella y su familia y llorando de vivir en la peor de las pobrezas, une sus manos y sueña que sus súplicas se puedan hacer realidad un feliz día.

Así como ama a sus hijos y nietos, soñando en que algún día no muy lejano puedan tener lo necesario para una vida digna, implora a las autoridades que le ayuden a construir una casita donde vivir felices sin tener que separarse. (Yuri Sierra).