Y la familia, dónde está?

Por: José Rúben Mendoza

José-Rubén-MendozaOtros eran los tiempos cuando con tranquilidad y alegría caminábamos por la ciudad y saludábamos libremente a los conocidos y desconocidos sin temor a un rechazo de esa expresión de amistad, sin miedo a cruzar miradas de respeto y admiración, cuando portábamos con orgullo todo lo que éramos, nuestros bienes, nuestras sonrisas y decíamos palabras o frases sinceras llenas de cariño y humildad.  Íbamos y veníamos a todas horas del día y de la noche sin más cuidados que las palabras “que Dios te acompañe”. Íbamos a la escuela, al trabajo, a la iglesia, a la fiesta, al encuentro deportivo sin más preocupación que nuestra apariencia y decoro mientras ambulábamos por esas tranquilas calles primero a pie y después en carros. Si encontrábamos un policía le mostrábamos respeto, y no digamos si cruzábamos caminos con una personalidad local, maestro, político, médico, cura y hasta el mismo personaje folclórico recibía nuestras expresiones burlonas pero sin ninguna otra intención que crear un poco de revuelo sin querer la
stimar, especialmente entre los cortos de edad.

Pero los tiempos cambian y los recuerdos del ayer son borrados por esas nefastas experiencias del vivir de hoy.  Qué paso con ese pasado de tranquilidad y paz? Cuántos de nosotros no corrimos por la vía principal tratando de llegar a casa para el almuerzo, y apenas dos horas después tomábamos la misma ruta de regreso a la escuela con los bolsones colgados a la espalda o de la mano sin pensar en que nos lo podía arrebatar? Cuántos de nosotros no asistíamos al matiné para ver las películas de vaqueros, lo más violento de la época, o las musicales o de amor, o comedias  y dramas, tan entretenido, sin pensar que a la salida nos podían asaltar? En nuestra adolescencia, salíamos a parrandear sin tener que llevar el celular para informar a nuestros padres que todo estaba bien y que aún estábamos con vida.

Qué paso entonces? Desde los cincuentas, en la postguerra, la humanidad se enfrasca en una carrera materialista, donde los valores y principios comienzan a ser desplazados por bienes materiales que se adquieren a toda costa, primero con el endeudamiento que debilita la unidad familiar, seguido por su desmoronamiento y terminando con el derrumbe total del respeto a la vida.  Era la familia la que instituía, con los padres al frente, los valores y principios fundamentales para esa vida de paz y armonía aludida en las primeras líneas de este pensamiento. Eran ellos los que inculcaban, que nos enseñaban el respeto a nuestros semejantes, el valor del trabajo, la importancia del orgullo, lo sagrado de la honestidad.

Esos principios fueron socavados por la avaricia, la ambición, la envidia, el odio que nos han llevado a una sociedad de crimen, de temor, de aprensión a todo lo que nos rodea para vivir en un mundo frágil y  de zozobra, nuestra propia cárcel.

Sin familia no hay educación, sin educación no hay paz, sin paz no hay progreso y sin progreso no hay bienestar.  Por lógica entonces, la retoma del pasado sin diferencias y sin confrontaciones se funda en la restitución de la familia como el edificador de la gran comunidad, la gran familia, para retomar los paseos, las palabras amables, la alegría, la hermandad y el progreso.