Por Dagoberto Espinoza Murra
El 23 de abril se celebra el día del idioma, fecha en que se recuerda el fallecimiento de Cervantes. Referirse a Cervantes es hablar de Don Quijote y mencionar esta novela es pensar en los sueños y realidades de la humanidad, con sus grandezas y sus limitaciones.
Grandes escritores de todos los tiempos y regiones del mundo se han propuesto dar una visión integral del ser humano: Sus ideas y pensamientos, sus sentimientos bajos o nobles, así como su participación en la vida social. Algunos lo han logrado, pero han requerido de varias obras: Shaquespeare,Tolstoi, Goethe, Víctor Hugo, Balzac y tal vez una decena más… Pero únicamente Cervantes –aunque escribió otras obras–, logra en un solo libro, Don Quijote, plasmar la nobleza y la pequeñez del corazón humano.
La conquista del nuevo mundo diezmó en repetidas ocasiones la población indígena. En ese período se cometieron actos atroces contra los nativos y una explotación inmisericorde de los recursos del suelo. Pero nos dejó algo valioso: el idioma, lengua que se ha enriquecido con el aporte de las viejas colonias. Así, cientos de escritores y poetas del continente americano han dado brillo y galanura al idioma que Nebrija, como gramático, y Cervantes como novelista, cultivaron con esmero. Este fue el idioma que sirvió para introducir el símbolo de la cruz en las tierras recién descubiertas y que el alma ingenua de nuestra población indígena aceptó –al escuchar de labios de los religiosos que acompañaron a los conquistadores — la nueva de un dios hasta entonces desconocido.
“Todo es simbólico en la naturaleza, como todo es simbólico en el arte, como todo es simbólico en la humanidad, y la palabra no podía faltar a esa ley”. El símbolo de la cruz se adentró en la conciencia de estos pueblos por el poder de la palabra más que por el de la espada.
Y es que la palabra por su valor espiritual intrínseco tiene la potencialidad para las grandes transformaciones. “La palabra –nos dice Barcia– es una especie de jeroglífico cuyo misterio se llama idea, así como la idea es otro jeroglífico cuyo misterio se llama espíritu… Apaguemos en las palabras ese aliento interior, ese soplo vital, ese secreto espiritualismo que les da un pensamiento y los idiomas serán despojados de su valioso poder de comunicación”.
Estas son anotaciones de una plática sostenida –hace muchos años– con el amigo y compañero normalista, abogado Alejandro Barahona Romero (QEPD). En aquella ocasión me quejaba de la manera dogmática de la enseñanza del idioma en los centros de segunda enseñanza en nuestros cursos de castellano y preceptiva litería, y le recordaba el montón de reglas gramaticales con sus respectivas excepciones. Él, que desde sus años de estudiante mostró interés por la literatura, llegó a convertirse en una autoridad en el conocimiento del idioma.
Como teníamos algunos libros sobre la mesa, tomó el menos voluminoso, lo abrió al azar y leyó: “La gramática es indispensable para distinguir exactamente todas las partes de la oración, con sus accidentes gramaticales y reglas de concordancia; para diferenciar los vocablos simples, de los compuestos, y los primitivos de los derivados; para dominar las conjugaciones regulares e irregulares y emplear los verbos en sus debidos tiempos; para no ignorar los modos adverbiales y las locuciones latinas usadas corrientemente; para conocer los prefijos, sufijos, raíces griegas y latinas, para…”. Interrumpió la lectura y me quedó viendo como esperando una opinión sobre lo escuchado. Desde luego –le dije– el idioma hay que conocerlo para expresarnos correctamente ya sea de forma verbal o escrita.
Pero… (pensaba decirle que el estudio de la gramática se vuelve tedioso) debe de haber formas más atractivas para mejorar la redacción de un artículo, de un cuento o de un poema. “Para eso no existe un camino fácil, como no lo existe para el estudio de la medicina u otra carrera universitaria. Todo tiene su precio”, sentenció.
“Bueno, dijo, si se fija bien: Este librito salió a la luz en 1954, año en que compartíamos aulas en la Normal y muchas de sus reglas se mantienen vigentes, por ejemplo ,PROSOPOGRAFÍA sigue siendo la descripción del exterior de una persona o de un animal y vea qué bonita es la cita de Ricardo León que nos brinda el autor”, y leyó: “Era Jesús de Ceballos un mozo de gallarda estampa; alto de estatura, enjuto de miembros, grave de expresión. Tenía la tez morena pálida; los ojos grandes y ardientes; la nariz aguileña; la boca, húmeda y sensual y una altiva cabeza de melenas románicas”.
“Ya está servida la cena”, dijo mi esposa. La plática sobre el idioma quedó inconclusa, con el compromiso de retomarla en otro momento.