La historia secreta del “boom”

GABOXavi Ayén desvela la crónica de la generación que cambió la literatura

Josep Massot
Barcelona.

Era uno de los libros más esperados y, después de diez años de investigación, la crónica del boom de novela latinoamericana escrita por Xavi Ayén, premio Gaziel de Biografías y Memorias, llega mañana a las librerías, en una edición de 850 páginas, editada por RBA. El periodista aporta en aquellos años del boom numerosos datos inéditos cosechados en sus visitas a los archivos de Princeton, que conserva los papeles de Vargas Llosa, Carlos Fuentes y José Danoso; el Archivo de la Censura de Alcalá de Henares, los fondos documentales de la editorial Seix Barral y parte de los de la agencia Carmen Balcells, más cartas personales y entrevistas a los autores, a sus familiares y a sus amigos. El boom se fundamenta en las cuatro B de Balcells, Barral, Barcelona y la B de barbudos, como se conocía a los que apoyaban la revolución cubana.

GABO-1El origen. El libro detalla cómo Barcelona se convierte en la capital editorial de las letras hispanoamericanas a finales de los años sesenta, cuando la irrupción de nuevas editoriales toma el relevo de los sellos de Buenos Aires y, sobre todo, por el papel nuclear de Carmen Balcells. En 1962, Carlos Barral concede el premio Biblioteca Breve a La ciudad y los perros de Mario Vargas. García Márquez intenta publicar con él, pero este rechaza varios manuscritos (La mala hora, El coronel no tiene quién le escriba, La hojarasca…). Cuando escribe Cien años de soledad, Gabriel Ferrater, que vivía entonces con Jill Jarrell, colaboradora de Balcells, lee entusiasmado el mecanuscrito y aconseja a Barral que lo contrate inmediatamente. Pero García Márquez ya había pactado por 500 dólares, sin avisar a la agente, la publicación con Paco Porrúa, editor de Sudamericana, propiedad del catalán exiliado López Llausás, que firmó animado por los elogios del crítico Luis Harss a Gabo. Cuando Balcells informa al escritor de que puede conseguir mejor precio, García Márquez contesta que no quiere discutir por un poco más o menos de dinero, su deseo es ver publicado el libro cuanto antes. La respuesta del autor a la oferta de Barral para que concurse al premio Biblioteca Breve es contundente: “Váyanse a la mierda”. Después Barral empezó a difundir la leyenda de que él había rechazado el manuscrito, versión que García Márquez, conocedor de la afición fabuladora del editor, no solo no quiso desmentir, sino que alimentó.

La expansión. El boom de ventas de Cien años de soledad fue espectacular y batió récords para un libro escrito en español. A raíz del éxito se empezó a hablar de la regeneración del boom y la oleada arrastró al alza a los escritores precedentes: Borges, Onetti, Carpentier y a los siguientes. El libro de Ayén certifica que los escritores tenían conciencia de grupo, actuaban conjuntamente, les gustaba el nombre y, sobre todo, tenían una estrategia para lo que hacían. Barcelona les daba, además, la proyección internacional que antes se buscaba en París.

Dos amigos, dos Nobel. Arriba, García Márquez con el mono de trabajo que se ponía para escribir; abajo, Vargas Llosa en su piso de la calle Osio en Sarriá; a la derecha, en Bocaccio, ambos junto a Carlos Barral y Juan García Hortelano en 1970.
Dos amigos, dos Nobel. Arriba, García Márquez con el mono de trabajo que se ponía para escribir; abajo, Vargas Llosa en su piso de la calle Osio en Sarriá; a la derecha, en Bocaccio, ambos junto a Carlos Barral y Juan García Hortelano en 1970.

Carmen Balcells. El papel de la agente editorial es fundamental. Ella viaja a Londres para convencer a Vargas Llosa de que se instale en Barcelona, bajo su paraguas. Antes, se había ganado a pulso la confianza de García Márquez, que vivía en México, gracias a un informe positivo de Caballero Bonald sobre escritores colombianos y después de que García Márquez, aprovechando un viaje a Barcelona de Luis Vicens, le pidiera que sondeara si la agente era de confianza. Firmarn, pero tuvieron un mal inicio. Balcells contrata en Nueva York las traducciones de varios libros de Gabo en Estados Unidos por mil dólares. Cuando le enseña los talones a Gabo, este los desdeña porque considera la cifra insuficiente. Después se harían amigos inseparables. La forma de trabajar de Balcells era arrolladora. Les dice a sus autores que vayan a Barcelona y que no se ocupen más que de escribir, ella se encarga de los colegios de los niños, de los alquileres de piso e incluso de proveerles de cajas de whisky. Barral había permitido que los derechos de sus autores fueran gestionados por Balcells porque su mujer, Ivonne Hortet, era socia de la agencia. Pero Yvonne deja la agencia –al principio no daba dinero- y cuando Barral, a la desesperada, quiere recuperar la gestión de los derechos de autor, ya es tarde. Lo intenta, ofreciéndoles anticipos más altos, pero todos se niegan. Balcells consigue profesionalizar a los escritores y que sea la primera generación que puede vivir de lo que escriben. Sintomático de aquellos tiempos es el alborozo de Vargas Llosa cuando le informan de que ha vendido sus derechos al inglés. No solo le publican en otra lengua, sino que además, exclama perplejo, “¡me pagan por ello!”.

En Barcelona. Gabriel García Márquez llega a Barcelona en 1967, ya publicado Cien años de soledad. Se quedará hasta 1975. Vargas Llosa, que había visitado la ciudad por primera vez en verano de 1958, camino de Madrid, se instala en ella tres años después, en 1970. Los dos autores se conocieron en el aeropuerto de Caraca, donde Vargas Llosa había ido a recoger el premio Rómulo Gallegos, y García Márquez participaba en un congreso. Después, los dos marcharon a Lima, donde mantuvieron una serie de diálogos en público. Más tarde, llegarían a Barcelona José Donoso y Sergio Pitol, entre muchos otros autores latinoamericanos.

Fascinación y desengaño de Cuba. Al principio, el apoyo a la revolución castrista fue un elemento cohesionador del grupo. Los norteamericanos contraatacaron poniendo toda clase de medios para atraer a los escritores latinoamericanos. La adhesión castrista duró hasta el caso Padilla, el poeta acusado de actividades subversivas y obligado a autoinculparse en 1971. García Márquez y Cortázar permanecieron fieles a Castro (si bien Cortázar expresó su desaprobación) y el resto se distanció del régimen. Carlos Fuentes nadó entre dos aguas.

Julio Cortázar. Entre las revelaciones del libro, figura la de que Julio Cortázar no murió de cáncer ni de leucemia, sino de sida. El escritor argentino fue tratado por el médico y poeta Javier Lentini, quien le diagnosticó una inmunodeficiencia que hoy sería considerada como sida, una enfermedad que no se conoció como tal hasta 1982 pero que al principio era de diagnóstico complicado. El autor de Rayuela sufrió una hemorragia estomacal en 1981 en el sur de Francia; en el hospital le hicieron transfusiones de sangre de una partida que resultó contaminada, un escándalo -hubo más personas afectadas- que originó la dimisión del ministro de sanidad francés.

José Donoso. El chileno desembarcó en el puerto de Barcelona en 1969, procedente de Mallorca, con la esperanza de triunfar en la primera división de la literatura. Enseguida busca ponerse en contacto con García Márquez, aunque intima más con Vargas Llosa a quien había conocido en Pollença, en casa de la familia Raskin. Ya instalado en Vallvidrera, cambia a su agente literario, Carl Brandt, por Carmen Balcells. En Tres novelas burguesas hace un retrato inmisericorde del mundo frívolo de la burguesía ligada a la gauche divine. “Donoso cultiva su neurosis como otros cultivan su jardín”, dijo de él Vargas Llosa. En el libro se publican cartas en las que el autor de El obseno pájaro de la noche declara a su mujer sus inclinaciones homosexuales, reprimidas: “Asumir una vida homosexual me produciría tanto o más dolor que no hacerlo”.

El fin. El boom finalizó de cuajo el 12 de febrero de 1976, durante el preestreno de La odisea de los Andes, en la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica. Vargas Llosa le propinó a García Márquez un puñetazo que le dejó un ojo morado y el fin de una amistad. Se ha hablado mucho sobre los motivos que tenía el peruano para noquear al colombiano. Xavi Ayén desvela que Mario Vargas Llosa, un idealista que tenía un alto concepto de las lealtades de los amigos, consideró como una traición intolerable que García Márquez se chivara a su mujer, Patricia, de un asunto privado, una delación que según Vargas Llosa nunca puede cometer quien tienes como tu mejor amigo. De hecho, la estancia de los dos en Barcelona ya había llegado a su término, Vargas Llosa se había ido a Lima en 1974 y García Márquez a México en 1975.

México y Manhattan. García Márquez y Xavi Ayén en México. Abajo, Vargas Llosa, en su piso de Manhattan el día en que recibió la noticia de que había ganado el Nobel.

Reproducimos el inicio del capítulo 23 de “aquellos años del boom”, en el que se detalla la amistad que se forjó entre los dos grandes autores de la literatura en español del siglo XX y como esta se desmoronó a los nueve años

Gabo y Mario, historia de un fratricidio

• José Carvajal: ¿Qué fue lo que ocurrió realmente entre usted y García Márquez? ¿Por qué fue que se enemistaron?

Vargas Llosa: Bueno, eso vamos a dejárselo a los historiadores… (carcajada).

Pocas admiraciones entre escritores se recuerdan como la que le profesaba Mario Vargas Llosa a Gabriel García Márquez en los años sesenta y setenta. “Eran tan amigos…”, exclaman hoy con un suspiro aquellos que disfrutaron de la compañía de ambos. Eran más que eso: el segundo hijo de los Vargas Llosa se llama Gabriel Rodrigo Gonzalo (los nombres de García Márquez y sus dos hijos) y sus padrinos fueron los Gabos, en una ceremonia que se realizó en Lima, en 1967. La correspondencia entre ambos es profusa en muestras de cariño. García Márquez se refiere a él como “hermano Mario”, “hermanazo” o “gran jefe inca” en los encabezamientos de las cartas. El sentimiento que les unió fue tan intenso que solo una explosión nuclear los pudo distanciar.

(…) A veces la vida imita los buenos guiones de cine. Los rasgos coincidentes entre los dos amigos son numerosos. Ambos nacieron entre mujeres, fueron criados por sus abuelos, conocieron a sus padres tarde y mantuvieron con ellos relaciones conflictivas. Ambos estudiaron en escuelas religiosas y estuvieron internos, fueron periodistas, hicieron guiones de cine, vivieron en París –donde cada uno tuvo un romance con una actriz y fueron alojados por la misma casera-, recibieron el premio Rómulo Gallegos, fueron marxistas sin militancia y defensores de Cuba. Ambos han estado fascinados por la política y el poder: uno participó en mil conspiraciones lejos de los focos; el otro, en primera línea como candidato presidencial de su país.

Con el tiempo, han representado lo contrario. Uno era de izquierdas, otro de derechas; uno no concedía entrevistas ni hablaba en actos públicos, el otro aparece por doquier, sobreexpuesto a los focos mediáticos; uno abominaba de los discursos académicos y los cátedras y prefiere los talleres de escritura, el otro construye una consistente obra teórica e imparte clases en los más selectos campus universitarios del mundo.

Escritores, editores y demás gente del mundillo cultural eran, a su vez, amigos de uno y de otro, sin ninguna distinción. Lo cuenta Alfredo Bryce Echenique: “Comías en casa de uno y tomabas café en la casa del otro, me acuerdo de haber hecho eso varias veces en Barcelona. Irrumpía García Márquez de repente en medio de la comida de Mario y le decía: “¿Tienes un huevo que me prestes?” y se lo llevaba. Era un compañerismo enorme, una amistad profunda”. Lo mismo le sucedía a Rosa Regàs: “Ibas a una casa y acababas en la otra”.

En 1972, Armas Marcelo conoció a Gabo en casa de Vargas Llosa: “Vivían pared con pared. Mario me dijo: “¿Quieres conocer a Gabriel?”. “Coño, claro”. Y dio unos golpes de puño en el tabique. Al poco, Gabo se presentó, vestido con su mono azul”. Un truco para impresionarle, pues en realidad, aunque los pisos eran muy próximos, no eran tabiques colindantes.

Plinio Apuleyo Mendoza se desplazaba a verlos cuando vivía en las islas Baleares: “Siempre me alojaba o bien en Caponata, 6, o bien en Osio, 50, si uno tenía ya huéspedes me quedaba en casa del otro, y cada uno de ellos entraba en el piso del hermano como si fuera suyo”. Era la esquina mágica del boom, que incubaba dos futuros premios Nobel. Cuando la ocasión lo merecía, los almuerzos se celebraban en el cercano restaurante El Viejo Sarrià, en una antigua casa rural. A menudo tomaban juntos el aperitivo en el bar San Vicente, en la plaza del mismo nombre, donde hoy hay una oficina de correos.

Margarita Millet, entonces secretaria de Barral, imita el porte físico de ambos: “ ¿Ve? Mario era así”, y echa los hombros para atrás, yergue la espalda, alza el mentón y aprieta los labios. “/ Gabo era así”, dice aflojando la tensión, de modo que los hombros parecen oscilar en líquido y la cabeza cae inclinada hacia delante, como si alguien hubiera roto el hilo invisible que la sujetaba. “Uno era estirado y el otro más sueldo. De hecho, de las posturas corporales de ambos se pueden deducir sus respectivas formas de hablar”.

La memoria de Bryce Echenique ha retenido de forma errónea su primer encuentro con los dos: “Fue en un residencial en Barcelona, donde ambos estaban esperando piso”. Se equivoca, pues solamente García Márquez esperó piso en los apartamentos L’Hermitage y, cuando Vargas Llosa llegó a la ciudad, el colombiano ya tenía residencia propia.

“Recuerdo a Mario allí, leyendo un tomo enorme en francés, crítico con la Revolución cubana, Les guerrilleros au pouvoir, del historiador K. S. Karol, y a García Márquez dando vueltas como un trompo por el lobby del hotel. Mario lo vio, estaba conmigo y le dijo:

-Acércate, hombre, que este es Alfredo Brye, el de Julius, que te gustó tanto.

Se acercó, y me lo presentó y Gabo me espetó.

-Es que no me gustan los escritores con corbata.

Y yo le respondí:

-Pues se jodió, maestro, porque la tengo siempre.

Le hizo gracia que le contestara así y me dijo:

-Te invito a comer a La Puñalada, te voy a dar una puñalada.

Se nos unió Mercedes. Gabo manejaba el coche, mientras Mario me seguía elogiando, hablaba de mí con mucho cariño. De repente, Mario me miró y me dijo:

-¿Sabes que Gabo ha venido a morir  a Barcelona?

Y Gabo respondió:

-No, yo he venido a vivir el resto de mi vida.

Hasta eran confundidos el uno con el otro. En ”una visita a la Cueva Pintada de Gáldar, en Gran Canaria, a Vargas Llosa se le acercaron unas señoras, llenas de curiosidad. “!Es Márquez Llosa!”, exclamó una de ellas”.