EL MASIVO ÉXODO

arquero3SI la situación deplorable de cientos de miles de menores inmigrantes recluidos en refugios y bases militares, ocurriera en cualquier otro país -aparte de la superpotencia- ya les hubiese caído encima la célebre Comisión Interamericana de los Derechos Humanos -con informes parecidos a los que nos dedican a nosotros- y las demás defensorías y las ONG que mandan a países tercermundistas a exhibir los gobiernos por irrespeto a los derechos humanos. Ahora que viene el vicepresidente norteamericano a Centroamérica, este es el tema principal que debe tratarse. Porque está ligado con otros sobre los cuales pareciera que no tienen el menor conocimiento de sus orígenes, ya que no se trata -como exige la autoridad estadounidense- que los padres no manden a sus hijos.

Como si fuera cosa que ellos se van con permiso de los tatas o arriados por estos a arriesgar sus vidas por ese infame corredor de la muerte y de la explotación. Cruzando el territorio mexicano -donde igual se comenten soberanas violaciones a los derechos humanos- a sufrir lo peores vejámenes. Los niños se van huyendo del terror de la violencia. Del crimen organizado, metido al trasiego de drogas que suple la demanda del mercado estadounidense. Para no ser reclutados por las maras en sus barrios, porque su vida, en tan precaria situación, se convirtió en un suplicio, sin oportunidades de futuro, que solo aguarda lo fatal. ¿Qué esperarían que hiciera toda esa niñez asediada -como lo calificó el mandatario hondureño- en una situación de desplazados de guerra? Las razones de este masivo éxodo humano no lo han querido encarar como Dios manda.

Primero se fueron los adultos que no encontraban trabajo y oportunidades en sus países de origen. Dispuestos a arriesgarlo todo con tal de no morirse de hambre. Ahora se van los niños, golpeados por otro azote infernal. Atormentados por una violencia que tiene su origen en el tráfico de estupefacientes al mercado norteamericano. Que hunde a estos países que sirven de puente, en la corruptela, la inseguridad y el deterioro de sus instituciones. Sobre lo cual el socio, para remediar el problema del que es parte, responde con sus ayudas a cuenta gotas. ¿Aparte de la contribución mínima que ofrece -ni radares proporciona para el escudo contra el narcotráfico que el país necesita, mientras bloquea la posibilidad de repotenciar los aviones- cuál es la respuesta a esa masiva presencia de niños desamparados como política de buena vecindad? Tratarlo como un problema de entrada ilegal y mantenerlos recluidos en campos de refugiados. Solicitar a los papás que no envíen sus hijos. Deportarlos. O sea regresarlos a las mismas condiciones de desahucio de la que huyeron.

Recientemente, la Representante de Honduras en Naciones Unidas, aprovechando el tema que se abordaba sobre la utilización de niños en conflictos armados, fue al Consejo de Seguridad a hacer este paralelo. De niños víctimas de una guerra cruenta y cruel -enfrentada por las autoridades nacionales con total carencia de recursos y de infraestructura- provocada por los carteles de la droga y las pandillas. Hizo un llamado de alerta a la comunidad internacional, sobre lo urgente de abordar este flagelo en los términos humanamente reales que exhibe. Los presidentes centroamericanos en sus cumbres se han quejado sobre el poco apoyo que perciben de los cooperantes. El mandatario hondureño fue a decirles, a Washington, que allá no entienden el problema. Algo de ese desborde humano de la inmigración hubiese empezado a encontrar solución si durante el primer periodo de la actual administración estadounidense, cuando controlaban el legislativo, hubiesen aprobado la reforma migratoria. Hoy el tema se encuentra atrapado en una maraña política; improbable que algo alentador vaya a salir. Algunos irán a reprochar el tono de estas líneas. Pero son solo palabras, nada más. Nada comparable al calvario que sufren nuestros compatriotas ni al doloroso padecimiento de su desesperada situación. A quien manden a confraternizar con Biden, ahora que llega a Guatemala, con el debido respeto, pero con suficiente franqueza, ojalá plantee las cosas como son.