Hondureños fronterizos

Por: Segisfredo Infante

Segisfredo-InfanteHace muchos años leí un texto del historiador Marcos Carías Zapata orientado a explicar que desde antes de la llegada de los españoles Honduras era un territorio de encuentros de diversas culturas, algunas de las cuales venían a dirimir sus conflictos intestinos. No recuerdo el título del texto del licenciado Carías. Pero sí recuerdo que hacía hincapié en que los conquistadores españoles (los que venían del norte y los que venían del sur), habían elegido la provincia hondureña para resolver, violentamente, algunas veces, sus influencias territoriales y jurisdiccionales. Eso quizás tenía algún alcance teórico para explicar que las superpotencias de aquel momento, en los años ochentas de la centuria recién pasada (Estados Unidos y Rusia), habían elegido las fronteras orientales y sur-occidentales de nuestro país, para medir sus fuerzas belicosas de baja intensidad, con una circulación de armas letales, sobre todo de fabricación rusa, que todavía afectan la vida nacional y regional. A propósito, nuestros “aliados” estadounidenses poseen una capacidad extraordinaria para olvidar los grandes favores, para bien o para mal, ofrecidos por el Estado y los gobernantes de Honduras. Sobre todo cuando tratan con tanta indiferencia leguleyesca las tragedias de miles de niños y pre-adolecentes indefensos en las fronteras norteamericanas, por causa del desempleo pavoroso de sus padres, y por la violencia descomunal que comenzó a incubarse desde la desmilitarización de las fuerzas insurgentes de diversos bandos, y que hoy se han convertido, por diversas vías y etapas, en fuerzas poderosas del crimen organizado, que han elegido el territorio hondureño para los trasiegos y toda clase de fechorías de los individuos que vienen desde el sur y desde norte de nuestro continente. Pareciera que Estados Unidos de Norte América se aleja cada vez más, estratégica, e inhumanamente, de sus verdaderos y mejores amigos latinoamericanos (llamados despectivamente “hispanos”), con el extraño e inusual propósito de coquetear con fuerzas emergentes de sospechosa procedencia, razón por la cual están perdiendo sus mayores influencias en casi todo el planeta. Pero sobre todo en su traspatio vital.

Sin embargo, el tema central de nuestro artículo es la condición de “paria” nacional e internacional del hondureño promedio. El paisano de estos días pareciera haber perdido todo sentido de orientación geográfica y demográfica. El paisaje y el paisanaje actual, le hastían al hondureño promedio hasta las “heces”. No quiere saber nada de su propio país pero tampoco tiene ninguna claridad sobre cuál podría ser el mejor horizonte para sobrevivir y tal vez prosperar. Quizás el único camino que le queda es mirar hacia la frontera de los Estados Unidos de América, toda vez que desde sus tiempos de infancia los medios de comunicación masiva le han enseñado (especialmente  los programas “gringos”) que la metrópoli del norte es el país soñado en donde mana la leche, la miel y los dólares, con todas las comodidades imaginables. Así que el único recurso es caminar hacia la muerte o el desprecio de sociedades en que sus seres humanos se caracterizan por el egoísmo extremo. Aquí, a Honduras, han venido sindicalistas estadounidenses a conspirar en contra de la industria de la maquila, porque les molesta que los hondureños más pobres tengan alguna posibilidad de empleo en el corredor económico norte-sur, es decir, el de la letra “L” invertida, que al final se significa, como lo hemos expresado en otros artículos, en un aparato económico chiquito, incapaz de absorber el enorme ejército de desempleados y subempleados. ¿Y algunos subgrupos dirigentes de adentro y de afuera? Muy bien, gracias, dedicados a generar una de las desigualdades más anchas en todo el continente, por la incapacidad de compartir un mendrugo de pan. A sus fiestas derrochadoras casi nunca invitan a los pobres más pobres, ni tampoco a la clase media-baja, a compartir aunque sea un pedazo de nacatamal con café. Ni siquiera invitan a sus mejores amigos (salvo las extremas excepciones) que por regla general se encuentran dentro de esa clase media-baja.

El hondureño mestizo es un ser humano realmente triste. Acomplejado y tímido. No puede ser de otro modo, ya que vive de sus nostalgias pasadas, de su melancolía actual, de sus desfases íntimos y de las incertidumbres del futuro inmediato. El hondureño se percibe a sí mismo como un auténtico extranjero fronterizo dentro de su propia tierra. Con escaso sentido de pertenencia. En su celular no tiene a nadie a quién llamar ni nadie importante que lo llame. Porque en todas partes le cierran las puertas y lo maltratan, incluyendo los hospitales públicos. En naciones extranjeras se burlan de él hasta por la forma de mojar el pan dentro de la taza de café, tal como lo hacen los mismos españoles chapados a la antigua. El hondureño promedio, salvo raras excepciones, es escarnecido adentro y afuera de su propio país, pues camina como un primer Moisés por el desierto, sin rumbo fijo hacia ninguna parte. Algún día, quizás en doscientos años aproximados, cosechemos un amanecer esplendoroso, coexistiendo, felizmente, sin arrogancias y sin prejuicios previos, con los distintos grupos etno-culturales de nuestro rico mosaico nacional.

Tegucigalpa, MDC, 29 de junio del año 2014.