Sepultarse para vivir

Alejandro Espinoza

Mi amigo y colega tiene un buen trabajo con el gobierno, es jefe, una oficina privada con acogedora sala y muebles al estilo francés, un ventanal con vista a la mejor zona de Tegucigalpa, secretaria privada que hace las funciones de camarera pues siempre es la que prepara el café para mi amigo y a las personas que llegan a su suntuoso despacho. Haga frío o calor el aire acondicionado siempre encendido durante toda la jornada de trabajo. Otra ventaja es que le proporcionan auto con motorista asignado. Mi amigo no usa dinero efectivo sino tarjetas de crédito y débito, nunca me permite pagar el cappuccino, tampoco pregunta cuál es el valor de lo que consume, siempre le alcanza y le sobra para pagar todo. Me cuenta que el veinte de cada mes le depositan el salario en su cuenta bancaria. Sin embargo siempre se siente incómodo con su trabajo, pero no renuncia.

Otra amiga que también labora con el gobierno, solo trabaja cuatro horas diarias de lunes a viernes en un colegio oficial, por la tarde recibe clases en la Universidad, las fiestas cívicas alusivas a los estudiantes también las goza en forma pagada. Noviembre, diciembre, enero y parte de febrero no los trabaja pero siempre le pagan la mensualidad completa. Cuando por cualquier razón a ella y a sus compañeros el salario se atrasa un par de días, salen a protestar a las calles a quemar llantas, tomándose puentes, bulevares y avenidas, así como pintarrajeando paredes públicas y privadas, al final la “lucha“ surte los efectos pretendidos y logra el pago incluyendo los días en las calles. Ella también se siente incómoda con su trabajo, pero no renuncia.

Conozco un empresario, es un acerbo patrono con sus trabajadores a quienes apenas les paga el salario mínimo, nunca les incrementa. Todo el tiempo se queja que las cosas no andan bien y que el circulante es escaso, empero se transporta en un fastuoso carro europeo último modelo, además posee al menos otros cuatro autos para uso doméstico, sus hijos graduados en las más caras universidades privadas, cuatro mucamas en su lujosa residencia. Perpetuamente se pasa lamentando de no tener dinero, pero actualmente anda en Brasil con su familia viendo el Mundial del fútbol. Se las tira de ascético, pero no goza del aprecio de nadie, las personas a su alrededor le sonríen cínicamente, creo que no tiene amigos. A pesar de ser un creso comerciante, tiene muchos créditos vencidos, incluso desde hace un largo tiempo le adeuda honorarios profesionales a un abogado. Este empresario también se siente incómodo de su actividad, pero no renuncia a ella.

Tengo conocimiento de un nutrido grupo de trabajadores quienes con cualquiera de las actividades anteriores sentirían tener el paraíso en la tierra. Las noticias en las radioemisoras, canales de televisión y periódicos se han estado ocupando del lamentable y fatal accidente ocurrido en la mina Cuculteca, situada en la aldea San Juan en el municipio El Corpus, Choluteca, en donde once mineros han quedado soterrados en el fondo de dicha mina artesanal y clandestina. Según expertos el accidente se registró debido a la inestabilidad del suelo, provocando derrumbamientos en el interior de la mina. Los trabajadores en extrema pobreza encuentran en esta actividad la única fuente de subsistencia y de ella dependen centenares de familias.

Los mineros de la región aseguran que entre los soterrados se encuentran personas menores de edad. Al lugar de los hechos han llegado cuadrillas de socorro apoyados de especialistas internacionales quienes han tenido que ayudarse en los conocedores de la zona, pues debido a la clandestinidad de la mina no existen ni mapas ni planos, de manera que son los lugareños que muestran el camino hacia las profundidades de hasta 300 metros. Para los atrapados el mayor riesgo es la falta de oxígeno y de agua. Se lucha contra el tiempo en las labores de rescate.

El Congreso Nacional emitió una nueva Ley de Minería, dividiendo la explotación en minería industrial, la pequeña minería y la artesanal. En esta última no se utilizan motores y nada mecánico, sino piochas, barras, puntas. La mina Cuculteca queda comprendida en la última división. Las autoridades municipales y centrales siempre han tenido conocimiento de la actividad en la Cuculteca y nunca hicieron nada, como Pilatos expresan no haber emitido ningún permiso de explotación, y como siempre “después del trueno Jesús María” la titular de la Fiscalía Especial de la Niñez asegura que indagará sobre menores trabajadores en la colapsada mina.

Son decenas de mineros, incluyendo niños, los que a diario prácticamente tienen que sepultarse para vivir en las profundas y oscuras grietas que ellos mismos van cavando hasta las entrañas de la tierra, a pesar que el yacimiento no reúne ni las mínimas  medidas de seguridad. El aire no es acondicionado, es escaso y contaminado, las ganancias insuficientes, pero solo en la mina logran ganarse unos lempiras que medio alcanzan para subsistir. ¿A qué más pueden dedicarse sino existen en el sector otras alternativas de empleo?

A causa del accidente las autoridades cerrarán la mina la cual es la única fuente de ingreso familiar. Para la comunidad esa no es la solución, pues quedarían sin opciones de trabajo. Los mismos mineros han denunciado que han buscado apoyo para constituirse en sociedades cooperativas y obtener concesión de explotación así como asistencia técnica, información y capacitación sin obtener ninguna respuesta. Los pobladores aseguran que la solución es legalizar el estatus actual para continuar trabajando en la explotación minera, pero bajo condiciones de seguridad. Las autoridades si quieren encontrar culpables de la tragedia, busquen en la Fiscalía, Ministerio del Trabajo y en Inhgeomin, pero no en otra parte.