LOS NIÑOS

HOY que el futuro nacional se mueve hacia el abismo de la incertidumbre, es un imperativo categórico pensar en la suerte de los niños y las niñas que nada saben acerca de las desgracias que asechan a sus inocentes vidas. Los adultos hemos sido y seguimos siendo responsables principales, unos más que otros, del estado tempestuoso en que se arrastra el destino precario de estas Honduras.

arquero-50Provocar situaciones de gran inestabilidad política y de calamidad humana sin pensar un momento en el futuro de los niños, es un crimen de lesa humanidad. Son decenas de miles de infantes y preadolescentes hondureños que pernoctan en los brazos de la extrema pobreza y de las circunstancias de violencia inaudita por causa del negocio de unos pocos individuos de “insospechadas” esferas que han planeado destruir nuestro país. Los confrontativos y los violentos han olvidado que ellos mismos tienen hijos y nietos que tarde o temprano serán inocentes víctimas de los actos depredatorios de sus padres y abuelos.

Los niños son los mismos que llamaba Jesucristo para que juguetearan en su propio regazo con la idea que sólo retornando a su pura inocencia se podía penetrar en el reino de los cielos. Este mensaje sublime es que el se pierde de vista cuando se cae en la dinámica de los intereses extremadamente egoístas y en la lógica de aquellos que han extraviado todos los horizontes humanísticos posibles, con actitudes suicidas que atentan contra el futuro de sus propios familiares.

Hay un poema de Juan Ramón Molina que habla de “Los ojos de los niños”, retratando las singularidades de la forma específica de mirar de unos varoncitos y mujercitas de un país atrasado y periférico del mundo. Los niños, dice el poeta, “tienen ojos muy tristes e ingenuos,// que nos hacen pensar hondamente// en todos los tristes misterios,// en todos los graves problemas// de la vida humana, que nadie ha resuelto”. Estos versos inolvidables parecieran haber sido escritos ahora mismo, en tanto que los problemas de finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte, en vez de resolverse se han agravado con unas circunstancias nuevas que colindan con la demencia de los dueños de la violencia nacional e internacional.
 
Aunque los hondureños pacíficos carezcan de armas y controles operativos sobre el comportamiento de los violentos, constituyen, sin embargo, la gran mayoría de la nación, cuyas opiniones graduales, coherentes y organizadas en favor de la paz social y económica, se pueden convertir en un océano de transformaciones nacionales. En la medida en que los violentos hagan del país un corral de desgracias y un río de sangre fraterna, los pacíficos dispersos se verán en la necesidad imperiosa de unificarse y convertirse en un bloque cerrado defensor de la paz, de la democracia económica, de las instituciones, de la honestidad y de las libertades públicas.

Los honestos y los trabajadores son la gran mayoría de la nación y es imposible comprar todas sus conciencias. Como decía Abraham Lincoln, es posible engañar a un pueblo en un tiempo y en un lugar determinado. Pero es imposible engañar a todo el pueblo, en todo tiempo y en todos los lugares. Esta generación de adultos tiene la obligación impostergable de “fajarse” por el futuro inmediato y de largo plazo de todos los niños hondureños. La sonrisa inocente de ellos y de ellas ilumina a nuestro país, por lo que resulta invaluable desde el punto de vista monetario, aunque anden circulando por ahí millones de dólares ilícitos, endógenos y exógenos.

 ¡Por la sola sonrisa de un niño, vale la pena salvar al mundo entero!