DE LA REBELION DE AVC Y EL LIDERAZGO DE LOPEZ ARELLANO, A LA GUERRA CON EL SALVADOR

Juan Ramón Martínez

El 12 de julio de 1959, Armando Velásquez Cerrato, creyendo en las promesas de respaldo de Osvaldo López Arellano, Jefe de las Fuerzas Armadas,– que le había hecho creer que no apoyaría al gobierno de Villeda Morales, cosa que hizo bien; y que, por el contrario le respaldaría en su irregular pretensión de asaltar al sistema democrático por medio de la fuerza–  se levantó en armas en contra del gobierno de Ramón Villeda Morales. Asalto la Policía Nacional, tomo la escuela Militar Francisco Morazán y domino por algunas horas varias insignificantes postas policiales de la capital. Y aunque al final no logro sus finalidades por el engaño de López Arellano — que se mantuvo alejado de la capital, esperando constatar hacia donde se dirigían las cosas–, y su propia incompetencia táctica, AVC consiguió romper el equilibrio del gobierno bicéfalo de la Segunda República — Presidente civil y Jefe de las Fuerzas Armadas –, estimular el fácil sectarismo de los liberales y pavimentar la ruta de la candidatura de Rodas Alvarado que asusto a las fuerza económicas del país y crearon las condiciones para la caída del Gobierno de Villeda Morales.

Armando Velásquez Cerrato.
Armando Velásquez Cerrato.

Pero lo mas importante es que AVC fortaleció el liderazgo de López Arellano que se convirtió en el guardián de la estabilidad ante el riesgo de la dictadura liberal que insinuaba el fácil triunfo electoral Rodas Alvarado; y el control de las fuerzas comunistas, embrionarias, numéricamente pequeñas; pero ruidosas, operando en una época pico de la guerra fría . Además, inicio con su acción, un proceso de declinación del liderazgo político del país, que hizo que cada tramo de la historia, fuese conducido por hombres mas incompetentes, sin compromiso con las causas nacionales y sin habilidades para anticipar problemas y evitar dificultades, que en sentido contrario era cada día más amenazantes y peligrosas para la existencia del país.  Por ello, al final, se puede decir que el fallido levantamiento de AVC, de alguna manera, creó las embrionarias condiciones para la guerra entre Honduras y el Salvador, librada durante cien horas en el mes de julio de 1969, diez años exactamente después.

Villeda Morales era un político capaz, inteligente, con visión de mundo y con una cultura política muy clara. Pero quienes le sucedieron, fueron – no solo hasta 1969  sino que hasta la fecha—una suerte de carrera de relevos de incompetentes. López se hizo a sí mismo, sobre los hombros de las Fuerzas Armadas. Y los electores, sin conciencia política crítica escogieron, en los sucesivos procesos electorales, a los menos capaces.

Así, después de López Arellano, le siguió Ramón E. Cruz – débil políticamente y sin carisma alguno – Melgar Castro y Policarpo Paz García – con poco pupitre y con muy pocas habilidades de estadistas – Suazo Córdoba, elemental, primario y sin barniz urbano siquiera, Azcona, con escasa visión de las dimensiones y trascendencias de sus obligaciones estatales, fuera de su confusión de mezclar obstinación con firmeza de carácter y sin visión de largo plazo; Callejas, oportunista, hábil pero inconsistente e incluso irresponsable en el manejo de los asuntos mas delicados del gobierno, Reina formalmente anquilosado y poco enérgico en el cumplimiento de sus tareas, Carlos Flores, centralista y autoritario disimulado, interesado más  en gobernar, en manipular todas las acciones de la vida política y en la propia refulgencia de sus méritos reales o inventados; Ricardo Maduro, gris, irrespetuoso de la opinión pública y poco comprometido con los objetivos nacionales; Manuel Zelaya Rosales, “caricatura de dictador”, torpe, ingenuo y poco hábil para entender hacia donde soplaba el viento.  En general ninguno de los expresidentes se aproxima al carácter, personalidad y competencia de Villeda Morales, sino que más bien – y en forma extraña – parecieran mostrar una marcada inclinación hacia la inferioridad y la incompetencia como estadistas.

Oswaldo López Arellano.
Oswaldo López Arellano.

Es decir que a mayor complejidad de los problemas nacionales, mayor incompetencia del liderazgo nacional para enfrentarlos. Esta creciente debilidad del liderazgo nacional, que paso por alto a personalidades competentes y de probada visión como Miguel Andonie Fernández, Enrique Aguilar Paz,  Hernán Corrales Padilla, Juan Almendárez Bonilla, Orlando Iriarte, Olban Valladares, Matías Funes y Romeo Vásquez Velásquez, ha tenido efectos catastróficos para la economía, la estabilidad, la integración y la fortaleza del país para aprovechar las oportunidades y sortear, con el menor costo posible, las permanentes amenazas que se ciernen en su presente y en su futuro.

Este liderazgo poco calificado, decreciente en el paso del tiempo; y la desconexión real del alma nacional con el desempeño del gobierno, seguida por el alejamiento del pueblo con respecto a un liderazgo adecuado, nos ha producido el nivel de atraso que observamos, la pobreza que sufrimos. Y explica las dificultades que el país tiene para integrarse en las políticas centroamericanas; y por supuesto, la imposibilidad de evitar una confrontación sin sentido y sin valor alguno, como fue la guerra defensiva en contra de El Salvador.

Esta fue el producto de la improvisación de los irresponsables de aquí y de allá, de la manipulación de las masas, de la demagogia y de la incapacidad de ejercer control real sobre los factores de los poderes nacionales, tanto en uno como en el otro país. El surgimiento de un nacionalismo apasionado y elemental entre los dos pueblos, la intención de jugar con las emociones de los nacionales de ambos lados del Rio Goascorán; y los excesos permitidos a las masas hondureñas manipuladas en contra de humildes salvadoreños que se habían aposentado en Honduras huyendo de la represión de El Salvador, desbordo el control de los gobiernos sobre la situación. Así como los grupos económicos salvadoreños, tradicionalmente aliados de los militares que fueron durante muchos años su guardia pretorianas, aprovecharon el desbordado nacionalismo en ambos países, para obligar a los militares de El Salvador para que descargaran su frustración y la del pueblo guanaco que ignoraba quienes eran sus verdaderos enemigos. Animarlos en contra de los  hondureños, sus intereses y sus gobernantes, fue una manera de engañar a las masas. Y mantenerlas ocupadas, hasta que llego, como cauda derivada de la frustración de una guerra en que no pudieron los militares salvadoreños y sus aliados, miembros de la oligarquía de aquel país, tuvieron que enfrentar los daños de la guerra civil.

Si López Arellano hubiese sido más competente, sensible, informado y responsable, pudo haber evitado la guerra, sin duda alguna. La renovación del Tratado Migratorio, con todas las salvaguardas imaginables, pudo haber sido un punto de convergencia entre dos países llamados a vivir contiguos, eternamente. Sin embargo, la falta de conocimientos de política exterior y su creencia que solo ocurriría lo que él pensaba que sucedería, le impidió – cosa que no ocurrió con Villeda Morales – crear las condiciones para impedir que se creara y se justificara el germen de la desconfianza entre dos pueblos hermanos.

Ramón Villeda Morales.
Ramón Villeda Morales.

Y que desafortunadamente derivo en una guerra que todavía lamentamos. Su inconciencia fue de tales dimensiones, que no pudo valorar la importancia que tenía para los salvadoreños la inmigración hacia Honduras, las conveniencia para nuestro país, de esta inmigración para mejorar la producción agrícola e industrial; y mucho menos, la capacidad para anticipar que la reforma agraria, a costa de los bienes e intereses de salvadoreños establecidos en Honduras, afectaría negativamente el honor militar salvadoreño. Y que, inevitablemente, tenía que transformarse en una obligada acción reivindicativa en contra de Honduras.

En vista que al no actuar, quedaban como gallinas avergonzadas ante su propio pueblo, atacar a Honduras, fue una estrategia de sobrevivencia. Por ello es que, López Arellano, pese al rompimiento de relaciones entre Honduras y el Salvador el 29 de junio, fue hasta dos días antes del inicio de hostilidades, (12 de julio de 1959) en la oportunidad en que lo llama telefónicamente Anastasio Somoza Debayle, Presidente de Nicaragua, para prevenirlo de la inminencia de la invasión salvadoreña, que se dio cuenta que la guerra era una prueba que pondría en evidencia su falta de habilidades como estadista y sus falencias como comandante militar. El desorden de la respuesta hondureña, la falta de preparación de la mayoría de las fuerzas desplegadas en el campo de batalla (la excepción fueron el Primer Batallón de Infantería desplegado en el Teatro Sur y la Fuerza Aérea), la falta de liderazgo definido y la lentitud para tomar decisiones, mostraron que López Arellano y muchos de sus compañeros subordinados Arnaldo Alvarado Dubón, Ramírez Ortega y Miguel Angel García, eran más caudillos políticos que oficiales militares profesionales.

El 14 de julio de 1969, López Arellano alcanzo su más alto nivel de incompetencia. Exactamente,  diez años antes cuando en una acción oportunista, le faltó a la palabra comprometida a AVC; no para defender el sistema democrático, sino que para permitirse el lujo personal de irrespetar la Constitución de la Republica, cuatro años después. E iniciar, con su incultura y su indolente forma de juzgar la realidad sobre la que debía actuar, el deterioro que todavía está experimentando la sociedad hondureña. Que cada cuatro años, elige al más incompetente para confiarle sus altos destinos. Sin que los malos y los peor preparados para servir al país, salgan a sus casas, a ponerse sus pijamas. Y a dejar de hacerle daño al país, con sus torpezas. No. Siguen allí, amenazando el futuro nacional e incluso, incordiando las cosas, de forma que sin que nadie les diga nada, anticipan conflictos con los países vecinos que perfectamente pueden evitarse ahora, para no lamentarlos en el futuro.

Tegucigalpa, julio 7 del 2014