Los pinares se abrieron

Por Carlos A. Medina R.

carlos-a-medinaPara viajar al occidente de Honduras los capitalinos teníamos que recorrer la carretera que conduce de Tegucigalpa a San Pedro Sula, y a la altura de Chamelecón, nos desviábamos   rumbo  oeste por la carretera de Occidente que conduce a las fronteras  de Guatemala  y El Salvador, vía pavimentada hace un par de décadas con concreto asfáltico, que ya vivió su vida útil, y que ahora es un endemoniado camino, lleno de cráteres lunares. La primera palabra en español que mi yerno canadiense aprendió en Honduras al viajar en dicha vía, fue el vocablo «hoyo», y nunca pudo terminar de contarlos en esa importante carretera.

Por fortuna,  la presencia actual  de un Presidente graciano, empeñado en que su ciudad  natal sea el punto de partida de la Ruta Lenca, ahora los copanecos podemos viajar a la Sultana de Occidente, la bella ciudad de Santa Rosa de Copán, tomando a la altura de Siguatepeque la carretera de montaña que conduce de esa ciudad a La Esperanza, luego a la ciudad de Gracias y de allí a Santa Rosa.

Para aquellos que ya no recuerdan cómo eran las montañas hondureñas, esa vía nos lleva por los parajes montañosos arriba de los 1,500 metros sobre el nivel del mar, en medio de pinares que se abrieron para dar paso al camino pavimentado que serpentea esas preciosas  alturas de nuestra  orografía nacional. Estas bellas montañas son testigo de la Honduras de antes, la no deforestada, la de pequeños riachuelos y de la diversidad vegetal de nuestra geografía. Y cuando se avanza hacia el occidente y  en el departamento de Lempira, se ve el esplendoroso paisaje del monumental Celaque.

La carretera nos conduce por pequeños valles del interior, como el de Jesús de Otoro, que nos permite descender de 1,750 metros a 500 metros sobre el nivel del mar, y   luego ascender en nuestra ruta hacia Occidente a alturas  majestuosas de 1,800 metros, en medio de un maridaje escénico de liquidámbar y pinares. La carretera no está completamente terminada, y de La Esperanza a  Yamaranguila,  las máquinas del progreso convierten el camino infernal  de antes, en una vía pavimentada con doble tratamiento, es decir,  grava pegada con asfalto.

La ciudad de La Esperanza, antes con calles de tierra  y hundida en el retraso, es ahora una pequeña y  pujante urbe, con calles en su mayoría pavimentadas, donde pulula el comercio  formal e informal,  existen edificaciones modernas y un desarrollo palpable, denotando que la  ciudad avanza. La  ciudad de Gracias, ahora con una pista para aeronaves, parece que se viste de fiesta y orgullo con un Presidente de su propia tierra. Conserva su bagaje colonial y muestra infinidad de riquezas turísticas por estar a los pies del majestuoso Celaque.

De Gracias a Santa Rosa de Copán solo hay 45 minutos de distancia en automóvil, y la carretera pavimentada que estaba abandonada,  ahora luce como nueva en un 90 por ciento de su tramo. Al pasar por el puente sobre el río  Mejocote, nos recordamos que el presidente Villeda Morales invitó a tirios  y troyanos y al cuerpo diplomático de aquel entonces, a la inauguración del pequeño puente, y posiblemente se gastó más en la ceremonia de inauguración, que en el costo de dicha  obra.

Desde  ese puente hacia el occidente empieza el departamento de Copán, y  la carretera serpentea para ascender a la meseta de Los Llanos de Copán, ahora llamada la Sultana de Occidente, Santa Rosa de Copán, ciudad que como pocas en Honduras,  crece con la característica de una urbe de clase media, que cuando la dejamos en 1956, tenía apenas cuatro mil habitantes, y ahora bordea una ciudad de 60 mil pobladores, que como todas las pequeñas urbes que he mencionado, están llenas de gente buena, amable y emprendedora.

El día que el Presidente «indito  de pelo parado» inaugure con todas las de ley una carretera finalizada, los copanecos  que vivimos en la turbulenta capital de nuestro país, nos ahorraremos una hora de camino, y nos sentiremos muy orgullosos de viajar por una carretera de montaña, arriba de los 1,500 metros, con pinares que abrazan al viajero y nos hace sentir orgullosos de nuestra tierra querida. Soñamos por casi dos décadas de hacer ese recorrido por una vía moderna, y ahora estamos a punto de hacerlo para visitar el occidente de nuestra patria, en donde lencas, chortis y españoles se unieron para formar un mestizaje de hombres y mujeres que luchan por salir de un retraso centenario, y son exponentes de un hondureño emprendedor, tranquilo y trabajador,  que al hablar el español con un acento diferente, pero agradable, los hace dignos representantes de los herederos de las montañas agrestes de nuestra querida Patria.