¿Y la moral profesional?

En un tiempo, los profesionales eran personas dignas del mayor respeto de la sociedad; aunque, sobre uno que otro del foro, no faltaba quien proyectara sombras de duda. De entre todos, era el médico el que generaba el mayor respeto y admiración, de manera que casi todo niño ambicionaba algún día serlo, porque soñaba con llegar a tener su importancia e influencia social.

Algo tuvo que haber pasado en nuestra Alma Mater -y en la sociedad toda-, desde que no pocos de los profesionales egresados, de un tiempo acá, como que desertaron del compromiso ético y cayeron seducidos por el materialismo; mercantilizaron su profesión y su único afán es el pronto enriquecimiento, aunque sea  abultando honorarios y negando los descuentos de ley a los ancianos.

Los que ganamos una carrera en las aulas de la UNAH, contrajimos una deuda con quienes pagaron nuestra formación académica: el pueblo. Saldémosla con servicios de calidad y precios justos. Ser justo no es ser caritativo, lo justo es lo que sigue a lo humano. Sobre la gratitud, nada mejor a lo escrito por el Duque de Rivas: “porque el ser agradecido/ la obligación mayor es/ para el hombre bien nacido”.

Reconocemos que aún son muchos los profesionales íntegros, cuya conducta la rigen los principios y valores inculcados desde el hogar. Pero los otros, los bribones, consideran la integridad como un virus contra el cual inocularse, y se ingenian astutas mañas para disimular sus múltiples formas de corrupción; las que, por cierto, han empezado a revelarse.

Por eso se habla de: complejos habitacionales colapsados antes de estrenarse; puentes derribados por la primera lluvia; hospitales públicos saqueados por galenos; empresas organizadas para desvalijar los fondos de la seguridad social; empleados cachándose las pocas medicinas de los hospitales públicos; togados enriqueciéndose con casos del Estado; especialistas sirviendo en la salud gratuita, cobrándole a los enfermos; empresas del Estado quebradas por los responsables de dirigirlas; facultativos luciéndose con bochornosos actos inmorales en la vía pública; funcionarios del gobierno sacando el tesoro nacional en carretillas a plena luz del día; directores haciendo perdidizo la matrícula gratis; lavado de dinero por el novedoso “pre pago”; burócratas formalizando contratos amañados; compras sobrevaloradas; jueces, menoscabando la justicia; etc.  ¿Y las órdenes de captura? ¿Y los juicios?

De otra parte, las juntas directivas de los colegios profesionales y sus comisiones de ética, deberían haber iniciado la depuración gremial que garantice el adecentamiento del ejercicio profesional, expulsando los malhechores que salpican los honestos. Lo podrido se elimina, tolerarlo es volverse cómplice. El honor y la ética no se remiendan. Además, tenemos que entender que las responsabilidades de los colegios profesionales no se circunscriben a negociar aumentos salariales, o a planificar plantones anodinos… ¡No nos engañemos!

Carlos E. Ayes
Tegucigalpa, M.D.C.