CANDELITA

arquero33AQUÍ todo es candelita que se enciende y que se apaga de un día para otro. Con la honrosa excepción de la novelesca serie del Seguro Social, que cuenta con épicas fugas y con capturas misteriosas, con reparto nacional y extranjero de lanas resbalosos y hábiles “palillonas” para deleitar el morbo del amable público; con un elenco de ágiles investigadores que consiguen información de soplones y de testigos protegidos; con empresas de maletín que desguazaron, a pedazos y a tuquitos, los fondos ajenos de los derechohabientes, para dejarlos en la calle, mientras los defraudadores adquirían bienes inmuebles a nombre propio y de testaferros sinvergüenzas; se daban vida de reyes y princesas viajando por todo el mundo. Es una retahíla de ultrajes al patrimonio nacional que el auditorio sigue, con inusitada pasión, cada uno de los escandalosos capítulos que se van desenrollando, sin perderse un tan solo detalle. Pues bien, aunque lo pedestre sea lo que acapare la atención, estos casos de impudicia, de atraco a la confianza pública, representan el lado feo que le roba al país su posibilidad de futuro.

Pero también reparemos en la parte limpia de la cara, que no debiésemos pasar por alto. Debemos prestar más atención a cómo el país, poco a poco, va enrumbándose. Los desfiles cívicos, aunque duraran apenas un instante para entretener la alborozada afición, son un ejemplo de esa reversión que está en proceso. Como lo ha sido un logro beneficioso para la comunidad educativa, que ahora las escuelas públicas cumplan las horas reglamentarias de clase a los estudiantes, con mínimas interrupciones. Esta vez, la concurrencia entusiasmada pudo presenciar a la Patria unida –bastando las instrucciones impartidas por la Secretaría de Educación– participar toda en derredor del programa oficial. Contrario a otras ocasiones, cuando el civismo era optativo y un trozo del país marchaba por un lado, con una parte de los institutos públicos y algunas escuelas privadas, mientras otro fragmento, reclinado en los colegios rebeldes, lo hacía por calles y avenidas opuestas. Ese testimonio de unidad de la nación, para conmemorar su historia, acudiendo a la convocatoria oficial; la presencia puntual y multitudinaria de sus jóvenes, evidenciado el respeto que se debe a los símbolos sagrados, el agradecimiento al legado de sus héroes consagrados, y el amor a esta tierra noble que nos vio nacer, no es algo que merezca la descortesía de pasar desapercibido.

Así que hay sobrada evidencia de donde sacar inspiración. A la gente en este momento lo menos que le interesa son las cuestiones políticas. La crisis es de tal magnitud que la preocupación de la mayoría es cómo ganarse la vida. Lo que espera el ciudadano corriente es solución a los ingentes problemas que le aquejan. El pobre pueblo pobre lo que desea es que al país le vaya bien, porque de eso depende su bienestar personal y familiar. Actos como esta demostración cívica patentizada en las celebraciones de independencia, demuestran que es posible conjuntarse alrededor de propósitos compartidos como de anhelos comunes. La fuerza para potenciar las metas cimeras descansa en la posibilidad de trabajar unidos, no disgregados o confrontados. El país no avanzará mucho sin el concurso de la colectividad. Cualquier llamado a construirlo, por optimista que sea, será en vano si no hay ánimo empeñado de toda su gente queriendo levantarse de esta postración. Esa es la candelita, que estamos obligados a encender todos los días.