Recuerdos personales del 15 de septiembre

Por: Dagoberto Espinoza Murra

DAGOBERTO-ESPINOZA-MURRAMis primeros recuerdos de la celebración escolar del Día de la Independencia de Centroamérica se remontan al año en que cursaba el cuarto grado de primaria. Asistía a la escuela Froylán Turcios, de mi pueblo natal, Soledad, El Paraíso. El director era el distinguido profesor don Gustavo Castellanos, quien también tenía a su cargo el grado que he mencionado. Tres maestras atendían los grados inferiores.

Un mes previo al evento cívico, el director escogió a un pequeño grupo de mi grado para que (así nos lo decía) dramatizáramos el acto en que se proclamó la independencia de la Patria Grande. Uno sería Gabino Gaínza, otros (entre ellos dos primos de apellido Carranza) representaríamos a Pedro Molina, Mariano de Aycinena, José francisco Barrundia y al sabio Valle. De otro grado salieron Fray Ramón Casaus y Torres y el padre Castilla. Una compañera, que atraía la mirada de los alumnos mayores, hizo el papel de María Dolores Bedoya de Molina.

Don Gustavo, hombre muy culto, vestía con elegancia saco y corbata aún en los meses más calurosos. Después de las clases nos reunía en una de las aulas y nos orientaba cómo deberíamos actuar frente al público. “Tú, le decía a uno del grupo, tienes que hablar más fuerte, no olvides que el padre Castilla se volcó con entusiasmo apoyando la independencia; a ti, señalando al mayor de los Carranza, te toca un papel difícil, pues recuerda que el sabio Valle se mostró renuente a la proclamación de la independencia en aquellos momentos”. Uno del grupo, con gran agudeza para su edad, dijo: “El sabio Valle se hacía el roncero, de repente no comulgaba con la independencia”. El director nos llamó la atención y dijo que debíamos respetar la memoria del sabio Valle, el hombre más ilustrado de Centroamérica en aquella época. Todo salió bien y cada uno de los actores recibió, como premio, un lápiz de grafito.

Los dos últimos años de la primaria los pasé en la escuela Pompilio Ortega de Liure, siempre en El Paraíso. El director era mi padre y para la festividad patria cantábamos el Himno Nacional al comienzo y La Granadera al final. Con su violín nos guiaba en la entonación de los dos himnos. En el desarrollo del programa algunos alumnos improvisábamos palabras alusivas al evento; otros declamaban y varias alumnas, luciendo vestidos con los colores de nuestra Bandera, bailaban conocidas danzas nacionales. El director pronunciaba el discurso final y con palabras sonoras trataba de infundir en la audiencia ideas de encendido patriotismo. De sus labios escuché, por primera vez, poner en duda la auténtica independencia de nuestro país; luego hizo una apología de la cultura. “Un pueblo con 50% de analfabetos; un pueblo que no escoge libremente a sus gobernantes (ese año el candidato liberal, doctor Zúñiga Huete, se retiró de la contienda electoral por falta de garantías); un pueblo que se debate en la miseria –sostenía- no puede decirse que sea independiente. Su atraso político y económico lo vuelven marioneta de naciones poderosas. La concurrencia -posiblemente sin comprender el significado de aquellas palabras- aplaudía al orador.

Durante nuestra formación como maestros de educación primaria, tuvimos la suerte de contar con buenos profesores en la Normal de Varones. Muchos de ellos: Humberto Zepeda Reina, Fernando Blandón, Guillermo Bustillo Reina, Longino Becerra y otros, me hacían recordar las palabras de mi padre, pues ellos también eran de la idea que la verdadera independencia solo se alcanza cuando los pueblos están conscientes de sus derechos y deberes y defienden su soberanía, tanto en la extensión de su territorio como en los foros internacionales.

Semanas antes del 15 recibíamos instrucción de parte de un oficial de la Escuela Básica para que aprendiéramos a llevar el paso durante los desfiles. Vestíamos un traje azul marino, con una camisa blanca “sport”, cuyo cuello desplegado sobre la solapa hacía una bonita combinación. Cuando marchábamos en el estadio Nacional, el público nos aplaudía y algunas gentes decían: “Allí van los futuros maestros de la Patria” y eso nos llenaba de orgullo.

Este 15 de septiembre, mientras hijos y nietos me felicitaban por mi cumpleaños, les contaba lo que hemos narrado en párrafos anteriores. Les decía que debemos sentirnos orgullosos de nuestros héroes y honrar y respetar los símbolos nacionales. Que la gesta del general Francisco Morazán, asesinado en un día como el que estamos celebrando, es la más gloriosa hazaña que ha vivido el pueblo centroamericano y que su ejemplo debe ser imitado por la juventud, tal como él nos lo pidió horas antes de morir.