El general José María Medina y algunos de sus cómplices capturados y sujetos a juicio

Conspiración descubierta

Por: Adolfo Zúniga

La hoja suelta que salió a luz el 28 de la prensa oficial, y que reproducimos, ha venido a confirmar lo que ya era una verdad, un hecho indiscutible para la conciencia pública, esto es, que el general José María Medina y sus tan conocidos adeptos se ocupaban, hoy como ayer, como toda su vida, de fraguar un plan revolucionario, para arrebatar la paz a los pueblos, y sumirnos, como en otras muchas y recientes ocasiones, en los horrores de la anarquía.

Marco Aurelio Soto.
Marco Aurelio Soto.

Desde que se habló de asalto de armas en Copán, y sobre todo, desde que se vieron caer bajo el dominio de la justicia a agentes tan conocidos del general Medina, como el licenciado Madrid, todo el mundo fijó sus miradas en el hombre funesto que por tantos años ha causado las más acerbas desventuras a la Patria, y que ha venido a ser como la encarnación del mal, del desorden, de la anarquía y de la guerra civil en Honduras; todo el mundo fijó sus miradas y señalaba con el dedo al tristemente célebre general Medina, como el autor principal de la conspiración frustrada, como el único centro a donde debían converger todos los elementos subversivos y disociadores de dentro y fuera del país.

El secreto del sumario que se prolongó por algunos días daba pábulo, hasta cierto punto, a las dudas, a las cavilaciones y conjeturas; pero en lo que el acuerdo ha sido perfecto, en lo que coincidía todo el mundo, era, en que el general Medina debía estar a la cabeza de la conspiración. ¿Quién podría pensar que el gobierno no se atrevería a tocar a tan elevado y prestigioso personaje, limitándose a castigar a los hombres subalternos que se habían hecho más visibles en la conspiración?; ¿quién podría atribuir a la viveza, que así suelen llamarse, el descaro, la traición, la perfidia y la infamia, del general Medina, la virtud de ofuscar la luz de la verdad, quedando como entre bastidores, y gozando de completa impunidad, tal vez de recompensas y honores, el protagonista del nuevo drama de sangre que se nos preparaba; ¿quién podía dudar, desconfiar, y hasta no creer en la conspiración, cuando el jefe natural cuando el decano de nuestros bandoleros políticos, existía tranquilo y garantido en su casa?

Pero la hoja suelta del 28 ha venido a rasgar el velo que cubría el secreto del sumario, que era al mismo tiempo un secreto de Estado; la hoja suelta del 28 ha venido a probar una vez más que la conciencia pública nunca se equivoca. ¡Medina, el mismo Medina, siempre conspirando! ¡Medina denunciado, vendido por sus amigos y cómplices! ¡Medina el vivo, el invulnerable, preso y sujeto a un severo encausamiento con lo más escogido de su comparsa de bribones y traidores!

La hoja suelta del 28 ha venido a probar que el gobierno ha estado muy sobreaviso; que ha seguido la pista a los perturbadores, que tiene todos los hilos de la trama revolucionaria en sus manos, y que está resuelto a infligir severo y ejemplar castigo a los bochincheros de oficio.

¡Qué papel, el de esta sociedad y estos gobiernos siempre acechados, siempre en guardia, siempre temblando, ante media docena de facinerosos de la política, que han hecho de las desventuras de la Patria, el más inmoral y horrible de los tráficos! ¡Qué papel el de esta sociedad y estos gobiernos, consumiendo siempre sus débiles fuerzas, sus escasos medios y recursos para prevenir el desorden, para matar la asonada y la revuelta, que se sabe que ha de llegar indefectiblemente, que se sabe quien la ha de llegar indefectiblemente, que se sabe quién la ha de hacer y con quiénes ha de contar! ¡Qué papel el de esta sociedad y estos gobiernos, que ni el gobierno tiene fuerza, aliento, para proteger la sociedad, ni la sociedad, valor, cohesión, energía, para ayudar al gobierno!

Y de aquí, de una tal y tan anómala situación, de una tal y tan afrentosa situación, que es peculiar a Honduras, y que hoy no conoce ningún otro pueblo americano; de aquí que los caudillos se pavoneen orgullosos, imponiéndose a la sociedad y a los gobiernos; de aquí que el primer salteador de caminos que puede allegar una turba, se convierte en héroe, héroe del terror y del espanto para la sociedad en general, pero que siempre el egoísmo, la debilidad y el miedo, por un parte, el ciego espíritu de partido y las malas pasiones por otra, le preparan triunfos fáciles; de aquí que la guerra civil, la anarquía y el desorden hayan venido a ser nuestro estado normal; de aquí que el pueblo más suave, más sumiso, de índole más dulce y humana goce de la peor reputación en el mismo Centroamérica; de aquí, en fin, que la ley, las instituciones y la libertad, hayan venido a ser palabras vacías de sentido, cosas impracticables o imposibles, invocadas, cuando más para obtener la impunidad de los grandes prevaricadores políticos.

Necesario es pues, que una tal situación concluya. La espada de Damocles mantenida siempre sobre la cabeza de la sociedad por la mano de los bochincheros, debe convertirse alguna vez en la espada de la justicia, que la misma sociedad tiene perfecto derecho, obligación indeclinable de esgrimir, en su propia defensa, contra sus verdugos y asesinos.

José María Medina.
José María Medina.

La impunidad, que tantas veces se ha bautizado entre nosotros, con los pomposos nombres de humanidad, magnimidad, generosidad, es la causa, tal vez la causa principal, de que no se vea término a nuestras revueltas. Se levanta hoy un caudillo de desorden, quien quiera que sea, y cualquiera que sea la causa que invoque; y ese caudillo de desorden tiene seguridad de encontrar séquito, de encontrar colaboración y ayuda, porque ya todo el mundo sabe, por una jamás desmentida experiencia, que después de cometer toda clase de excesos y depredaciones, para el triunfo de la causa, encontrará ese caudillo y sus cómplices excusas, impunidad, recompensas y aplausos. El tipo de nuestros caudillos hondureños, es único, excepcional en Centroamérica, hombres que deshonrarían un presidio, los vemos tolerados, festejados, inciensados por la sociedad que pronuncia su nombre temblando. Y es porque a cada nuevo crimen, a cada nuevo atentado, a cada nueva traición, la inmoralidad o la debilidad de nuestros desgobiernos ha encontrado siempre un nuevo título que dar, un nuevo timbre de gloria negra que ofrecer, a los autores y factores de nuestras desgracias. Los delitos más atroces se llaman delitos políticos, y los más grandes criminales, héroes, caudillos, esperanzas y honra de la Patria.

Para un tal y tan intenso mal, para un mal tan profundo que amenaza concluir con la vida moral de nuestra sociedad, se necesitan los más heroicos remedios. Nosotros tomamos la palabra al gobierno, y esperamos que la impunidad no seguirá alentando a los verdugos de la Patria.

Caudillo incorregible de desorden el general Medina, fiera en acecho, como acaba de llamarle con tanta propiedad don Álvaro Contreras; ¿quién podrá dudar, aparte, de los méritos del proceso, que ha tenido abierto día y noche, a toda hora, el taller de la conspiración en la hacienda del Rosario, donde fue sorprendido? ¿Quién podrá dudar que el general Medina ha estado en inteligencia con los revolucionarios de Centroamérica, y que él era el llamado a dar el primer grito de alarma, con el asalto del cuartel de Copán? Para quien pudiera dudarlo, que solo podrán dudarlo los cómplices del miedo o del crimen, les bastaría recordar la negra, la estúpida infamia del 16 de diciembre de 1875 que ha cubierto de oprobio y de baldón al general Medina, aun a los ojos de su propia conciencia.

Después de este suceso tan generalmente conocido, como uniformemente apreciado; ¿quién podrá confiar en el general Medina? ¿Qué gobierno no ha debido estar en guardia contra un hombre, para quien los nobles sentimientos de patria, amistad y reconocimiento, carecen de sentido y no tienen significación alguna?

El general Medina, ensoberbecido con su omnímodo poder de nueve años, ha creído que Honduras le pertenece en posesión y dominio; que es una estancia de ganado humano que debe esquilmar y usufructuar, para satisfacción de las grandes necesidades que se ha creado, y de los muchos y grandes vicios que le infaman; el general Medina ha creído, que los hombres y los partidos políticos de Honduras, y en esto tal vez tenga razón, son una especie de autómatas muñecos que deben moverse y bailar según su voluntad o sus caprichos, y que deben seguirlo a donde quiera que vaya, cualquiera que sea la causa, el móvil o la razón que lo inspire, el general Medina en su satánico desprecio por los hondureños, le es indiferente, absolutamente indiferente su suerte; y así más de una vez ha estipulado, ha contratado sobre su sangre, como sobre cualquiera otro objeto, artículo renglón de comercio.

¿Cómo un hombre semejante ha podido tener amigos, adeptos, y aún partido en Honduras? La cosa es muy sencilla: le siguen siempre los del oficio, los bochincheros de todos los matices, invitados oportunamente por él, para un negocio en participación. A veces suele omitir hasta la esquela de convite, en la seguridad que ocurrirán oportunamente los socios, a escribir su nombre en la partida de beneficios y pérdidas.

Alentado el general Medina por toda una vida de crímenes y de oportunidad, se apresta nuevamente al desorden, y prepara con la más completa sangre fría, nuevos días de luto y desolación a la Patria, cuando aún vierten sangre todavía sus anchas y profundas heridas. ¿Seguiremos tolerándole? ¿Esperaremos a que no nos clave otra vez el puñal homicida para apartar su mano proditoria, su mano mancillada con la sangre de tantos de nuestros hermanos?

El problema está planteado entre la sociedad, Medina y su comparsa. La justicia, que alguna vez había de llegar para tan insignes criminales, se ha encargado de su resolución.

Comprendiendo la responsabilidad que asumimos, al escribir este artículo de guerra contra el prototipo de los traidores y bochincheros hondureños, estampamos contra nuestra costumbre, pero con el mayor gusto, nuestra firma.

(La Paz, diciembre, 1877, No. 7).