País sin ilusiones

Por: Segisfredo Infante

Segisfredo-InfanteHonduras es una sociedad demográfica y geográfica con enormes vulnerabilidades en cada una de sus instituciones y vivencialidades. Para cualquier lado que el observador imparcial lance su escrutadora mirada, encontrará unas falencias harto evidentes, entrelazadas, o bien insospechadas. Cada semana se descubre una nueva vulnerabilidad que afecta al tejido social y al funcionamiento parcial, subregional o total de nuestro país. Tales debilidades se vuelven ostensibles cada vez que se registra un siniestro natural (tormentas tropicales, movimientos sísmicos, epidemias, incendios forestales o un simple aguacero), o, por el contrario, un escándalo público que responde a la realidad concreta o que, al revés, es inventado, o a veces exagerado, por personas con visiones repetitivamente sesgadas respecto de lo que ocurre en el ombligo de la sociedad o en el entorno.

En el caso de fenómenos exagerados o ignorados, a veces se pone de por medio un prejuicio ideológico excesivo. Todavía es posible recordar que hace cinco años los hondureños experimentamos un terremoto que resquebrajó las viviendas y algunas estructuras claves de nuestra comunicación vial. La reacción del presidente de la República, que fungía en aquel momento, fue de absoluta indiferencia, porque lo central era su fingida visión ideológica y su proyecto concreto de perpetuarse en el poder. El dolor de la gente viene pálido cuando se trata del dogmatismo ideológico exacerbado; o de los intereses personales de un pequeño grupo político harto ambicioso. Pero parte de la vulnerabilidad provino de un enorme sector de la sociedad que también observó con glacial indiferencia, para luego olvidarlo, aquel peligroso suceso telúrico, incluyendo el derrumbe o sepultura de la “estrategia de reducción de la pobreza”. Existen datos históricos incontrovertibles en otras sociedades del siglo veinte, en que sus líderes y dirigentes han padecido de “ataraxia”, o de insensibilidad humana casi total, cuando sus propios pueblos han sido víctimas masivas del hambre cotidiana y concreta, por causa de proyectos ideológicos extremistas que ignoran la realidad y los intereses del conglomerado. Se presume que tales proyectos ideológicos son de origen “izquierdista”. Pero la verdad es que también la marginalidad y el hambre van aparejadas de unos proyectos ideológico-económicos en que se enriquecen, millonariamnete, unos pocos individuos y familias, y se dejan por fueran a agrupaciones humanas completas. Así que también el fenómeno es oriundo de las extremas derechas y de ideologías neoconservadoras sofisticadas, que quisieran aparentar humanidad. Honduras y otros países tercermundistas se han movido entre el fuego cruzado de ambas tendencias dogmáticas, irreductibles, que jamás reconocen sus errores abismales.

A veces he escuchado la expresión trillada, de algunos funcionarios públicos, que “siempre ha habido pobres”, razón por la cual hay que despreocuparse. Pero tal expresión ha tenido raíces ideológicas que se remontan, quizás, al funcionamiento de una supuesta “escuela liberal optimista” de mediados del siglo diecinueve, en que la causa de todos los males radicaba en los mismos pobres, porque la miseria, según señala el excelente  historiador económico Emile James, “se debía a la mala conducta irracional de los que sufrían.” Siguiendo esta lógica perversa, unilateral, el esclavismo sería producto de los esclavos. Tal aberración es posible rastrearla en las obras de Bestiat, de Reybaud o de Michel Chevalier. Aquí en Honduras ha sido común que los déficits; las calamidades públicas y privadas; la ausencia de circulante; las plagas como el dengue; las sequías y las lluvias torrenciales, tienen que pagarlas los menesterosos, los desempleados, los trabajadores, los intelectuales pobres y los segmentos bajos de la clase media. A tal grado que en algunas ventanillas públicas les hacen la vida de cuadritos a los usuarios pobres, y medios, cuando solicitan un servicio legal o legítimo. Es decir, que al final el culpable central de todas las desgracias es el “pueblo” mismo, concebido como una abstracción conceptual o como algo concreto. Tal psicología mañosa y tal política económica y financiera aberrante, son como la cadena lodosa en que se encuentra amarrado todo el futuro de nuestro país. Naturalmente que hay excepciones de la regla, a partir de los buenos comportamientos de algunos empleados y funcionarios públicos, y del sector privado.

La verdad de las verdades es que el pueblo hondureño ha perdido sus ilusiones. Se encuentra altamente desmoralizado. La gente vive y sobrevive por inercia los sucesos de cada día, incluyendo los actos violentos y los altos recibos de los servicios públicos. La pequeña empresa (por más que se hable de proyectos “pymes” y “mipymes”), se encuentra descalabrada, y en el mejor de los casos en desbandada. Los incentivos ocasionales son como las aspirinas que pretenden curar unas migrañas crónicas. Aquí casi todo se resuelve por la vía de más impuestos, presiones fiscales y por el acto consuetudinario de serrucharle el piso a todo prójimo, incluyendo a algunos correligionarios, que son marginados por sus opiniones independientes. Sin embargo, hay que mantener un ancho margen de esperanza.