Por Armando Cerrato
Retirado desde hace más de un año de mi labor educativa en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), con una raquítica pensión por invalidez permanente que apenas me permite cubrir los elementales gastos de supervivencia: alimentación, consultas médicas, medicinas y servicios públicos e impuestos no tengo más capacidad económica ni para ir al cine u otro centro de diversión.
Viejo, tunco de una pierna, ciego de un ojo, tuerto del otro, disfrutó de la única herencia que mis pobres ancestros me dejaron: una diabetes sumamente agresiva que me devora a pedazos y prácticamente ha visado mi pasaporte al más allá sabe Dios para cuándo y después de cuánto sufrimiento orgánico-físico-psicológico más.
Para colmo, primero a mi celular y después a un fijo, he recibido llamadas de extorsionadores que dicen conocerme, me llaman por mi nombre e identifican la colonia donde vivo, desde hace más de veinte años, y diciendo que son de la pandilla 18 de la misma, una voz de hombre joven que la última vez, el viernes 14 se identificó como Marvín antes que le atendiera.
Como estuve de docente en la Escuela de Periodismo de la UNAH mis exalumnos, entre los que hay muchos Marvin, me llaman ocasionalmente para conocer de mi estado de salud o hacerme algunas consultas de periodismo académico o de la práctica profesional o despejar dudas sobre más de un ejercicio ordenado por sus catedráticos actuales.
Como conozco el medio, ni siquiera dejo que los supuestos pandilleros que dicen conocerme, tenerme vigilado y en su lista de gente a la que pueden sacarle dinero mediante la intimidación psicológica telefónica, no escucho el plan del delincuente pero sí he alertado a la Fuerza Antiextorsión de las llamadas.
En su desesperación por obtener dinero fácil de la ciudadanía que consideran enemiga tan solo por ser trabajadora para vivir con decoro, los extorsionadores pretenden obtener un mal llamado impuesto de guerra hasta de las pobres mujeres que venden tortillas en las esquinas de los mercados o algunas zonas muy transitadas de la ciudad capital y otras comunidades urbanas del país.
Según los miembros de la Fuerza Antiextorsión, las llamadas se originan en las cárceles del país, y en el caso de este Marvín que a veces dice ser de apellido Díaz, es un recluso en San Pedro Sula, seguramente en poder de un teléfono satelital o con acceso de alguna forma a un fijo de Hondutel o de esos que instalan las compañías de telefonía móvil.
El caso es que a mí, ya ni siquiera de glóbulos rojos o blancos me podría sacar algunos miles, no digamos de lempiras, por los que paso ansioso, haciendo ajustes mensuales, es decir, tapando un agujero para destapar dos, a salto de mata, a coyol caído coyol quebrado, por lo que soy una pésima escogencia como alguien que pueda pagar a malvivientes para que lo dejen en paz.
Mucha gente cree que todos los periodistas tienen dinero a montones, dinero fácil, mal habido, producto de coimas, mordidas, venta de silencio, mala información, campañas de desinformación, o simple silencio ante actuaciones irregulares.
Sin embargo, se equivocan, toda generalidad tiene sus excepciones que confirman la regla, yo soy una de ellas, siempre he trabajado por un salario que me permite hacer mi vida con decoro, sin ostentaciones y con muchos sacrificios pero multiplicando como Dios manda el poco talento con que me dotó.
Confieso que a lo largo de mi vida profesional pude haberme hecho millonario, pero resistí con estoicismo las múltiples tentaciones, a veces hasta tildado de tonto por no seguir el camino fácil que habría mejorado mi estatus ostensiblemente.
Compré a largos y tediosos plazos, la casa donde habito, cuando aún las viviendas estaban al alcance de la gente que las necesitaba a un precio financiado a veinte años plazo de entre 24.000 y 60.000 lempiras, un interés de 14 por ciento mensual en cuotas fijas que llegaron a consumir hasta un cincuenta por ciento del salario devengado.
Tardé 30 años en hacerle algunas mejoras a mi vivienda, dándole mejor apariencia al evitar que el deterioro normal y temporal me dejara sin ella, para eso invertí el dinero que me dieron en prestaciones cuando ya mi salud estaba bien deteriorada y decidí emprender el retiro.
De manera que a los pandilleros que dicen conocerme y tenerme vigilado, niños, jóvenes, hombres y mujeres maduros o viejos, de la 13, la 18, los chirizos, el combo que no se deja, los pelones, los tatuados o como quieran llamarse, no tengo nada que ofrecerles, apenas sobrevivo, a la Policía que se ponga más viva y no coja como broma ninguna de las denuncias, aunque en mi caso como en muchos otros, los extorsionadores han tenido mal ojo, aunque digan ser vecinos.
Licenciado en periodismo