TIROS AL AIRE

arquero3LA lucha contra el delito y la violencia generada por el crimen organizado debe obedecer a una estrategia nacional bien meditada. Las ocurrencias de algunos políticos –tal vez bien intencionadas, aunque sea lo primero que se les venga a la cabeza con fines de figuración– dudamos que contribuyan a la causa. En estos temas no se puede improvisar. No es cosa de elevar perfil, presentando iniciativas de ley, queriendo hacer creer al amable público que fulano, mengano o perencejo aporta a la solución del problema, sin que la medida propuesta sea parte de esa estrategia integral. Proposiciones que suenan bonito y hasta populares al momento de presentarlas podrían, ya bajo un análisis más minucioso, o su aplicación en la práctica, podrían no serlo. La idea de aplicar la pena de muerte no es nueva. Un candidato presidencial que la planteó en su campaña, bajo el lema del “Puño duro”, terminó perdiendo las elecciones cuando los sacerdotes tomaron el púlpito para rechazarla. (No matarás –recordaron– es uno de los mandamientos).

En medio de este clima de crímenes horrorosos, si le preguntan al público, si está de acuerdo con la pena de muerte para los asesinos, seguramente la inmensa mayoría diría que sí. Que maten a esos bárbaros para que aprendan. Pero cuando se examina más a fondo –a la luz de las deficiencias de la justicia hondureña– imposible garantizar que entre los desahuciados no ejecuten inocentes. Alegan que sería solamente para crímenes deleznables. Si la mayor parte de los crímenes caen en esa categoría. Son asesinatos horrorosos y despiadados. “Que solo sería aplicable –alega un diputado– cuando exista un video o cuando se captura a una persona in fraganti y no sería un juez sino una terna evaluadora integrada por personas calificadas las que decidirían”. ¿A cuántos de los que cometen esos crímenes pavorosos han capturado in fraganti? ¿Cuál terna? No se puede hacer plastilina de la forma como opera la justicia. Craso desconocimiento del sistema judicial; si aquí quienes juzgan y dictan sentencia son los jueces, no ternas de personas calificadas. Por allá otro sale que la solución a este grave problema de la inseguridad que mantiene en zozobra a la población es “regresar a los tiempos de Carías”. Para que los presos salgan a las calles a hacer puentes y carreteras. Así de lindo, con solo devolvernos a los dorados tiempos de la dictadura. Si los reos peligrosos estando allí, encerrados en las cárceles, hacen desmanes y en el menor descuido se fugan, solo es de imaginarse lo que sucedería si, en fila india, sacaran a esos angelitos al aire libre, resguardados por unos cuantos custodios boquiabiertos, a empedrar calles y hacer obras públicas. Cómo no disfrutarían de ese paseo. Se van para sus casas –alegres y agradecidos con quien propuso semejante idea– con los policías a tuto. O lo de siempre, cada vez que hay un escándalo delictivo que conmueve a la sociedad, la musa en el recinto legislativo se alborota ofreciendo un desarme general. Para dejar indefensa a la población honesta. Como si los delincuentes anduvieran con armas registradas o las portaran accesibles para que la autoridad se las decomise. Para quitarle las armas a los facinerosos se ocupa capturarlos. Y allí es donde está lo complicado. En saber quiénes son y dónde se esconden. Si la autoridad supiera dónde hay malhechores con armas clandestinas escondidas, no habría necesidad siquiera de montar operativos policiales en las calles. Solo es de llegar al paradero e irlas a recoger.

En esto de cómo atacar la delincuencia nadie quiere quedarse callado. Hubo quien propusiera cambiar una estrofa del Himno Nacional porque el poeta, al aludir los heroicos muertos que ofrendarían su vida en defender su patria, dizque glorificaba la violencia. Varias de las medidas tomadas por el Ejecutivo y de la leyes convenidas con el Congreso para fortalecer las fuerzas de seguridad como para una mejor coordinación con los demás operadores de justicia –aunque algunas controvertidas y otras, quizás, no aconsejables sujetas a revisión– han disminuido los índices de inseguridad. Pero todo debe circunscribirse a una estrategia convenida, que desaliente detonaciones estériles, como quien hace tiros al aire.