Políticos y militares

Por: Juan Ramón Martínez

Juan-RaComo lo saben muchos, el país ha venido experimentando una severa crisis desde el año 2008. Desde aquella época, la crisis económica se hizo presente en la mesa de los hondureños. El gobierno  -en un ejercicio que a la distancia nos parece demagógico-  pese a sus debilidades, impulsó una corriente populista que, hizo creer a las masas empobrecidas que tenía la capacidad para resolver todos los problemas. A la fecha, apenas se busca ordenar las finanzas gubernamentales, afectadas por aquella forma importante de privilegiar lo político partidarista, por encima de las obligaciones de reactivar el aparato productivo nacional. Y sin que nos demos cuenta, nuestras instituciones  -o por lo menos la mayoría de ellas- se han ido licuando, debilitándose en el cumplimiento de sus obligaciones; y, fallando, en el compromiso de sus titulares con respecto a sus obligaciones. Al grado que la población, en forma clara y precisa, cada día que pasa, les ha ido  negando su respaldo, consideración  y confianza.

La institución que más confianza ha perdido, es la política. Le sigue, para mayor desgracia de todos, la Policía y algunos sectores de la empresa privada. El que las encuestas no coloquen a los partidos en lugares cimeros, es una indicación de lo que venimos diciendo. Y el que, más bien, sean las iglesias  -católica y evangélicas- las Fuerzas Armadas y los medios de comunicación, los que gocen de mayor respeto, es un severo llamado de atención para que la clase política – con visos de casta irremediable, en algunos momentos- rectifique su comportamiento, honre sus compromisos; y se refugie en el único espacio seguro de su futuro: el cumplimiento de la ley y el mutuo respeto de las instituciones.

Sin embargo el comportamiento de algunos políticos, nos hace temer que no hay espíritu de rectificación. Las declaraciones del designado presidencial Ricardo Álvarez, es un ejemplo, de la incapacidad de la clase política nacional para moverse en los precisos espacios de la ley, en el respeto a las instituciones consagradas por la Constitución, como es el caso de las Fuerzas Armadas; y, en el renunciamiento de la protección de los amigotes, para que puedan aprovecharse ilegítimamente, de lo que no les corresponde. El no ascenso  de un capitán de las Fuerzas Armadas -asignado como edecán de Álvarez- porque no reunía las condiciones que esta rigurosa institución tiene para garantizar la honorabilidad de sus oficiales, fuente de su prestigio y consideración popular, impulsó al designado presidencial, a la esposa del oficial y a este, a expresarse de una manera incorrecta e irrespetuosa. Álvarez mostró su oceánica ignorancia sobre el hecho que los ascensos en las Fuerzas Armadas son el resultado de mecanismos perfeccionados, en los que se hace caso omiso de consideraciones subjetivas. En otra persona, común y corriente, esto habría sido considerado como una ignorancia. En el caso de Álvarez no. Porque se trata de una arrogancia indebida  y una muestra de irrespeto que nos retrotrae al amiguismo, y al favoritismo que tanto daño le ha hecho a la vida nacional.

En el caso de la esposa del edecán, abogada de profesión aparentemente; o estudiante de Derecho, -vaya usted a saber-, se trata de una ofensa hacia su esposo que, sabe que en casos de desacuerdos por decisiones en el interior de la misma, hay mecanismos legales establecidos que debió haber seguido, especialmente el referido a demostrar, que es un oficial responsable, que cumple sus obligaciones. Y que no tiene, ninguna demanda en contra suya, en ninguna instancia judicial por incumplimiento de obligaciones. El joven oficial, sabe que si tenemos una institución armada respetada, es porque es dirigida por oficiales respetuosos de la ley, honrados en el cumplimiento de sus obligaciones; y que honran sus compromisos económicos. Sus seis compañeros, que sufrieron el mismo retraso de sus ascensos  -y que se mantienen en respetuoso silencio- saben que han incumplido las reglas; y que deben pagar las consecuencias.

Álvarez, no solo muestra ignorancia, infantilismo; e irrespeto a las Fuerzas Armadas, sino que quiere trasmitirnos a la ciudadanía, el innoble ejemplo que, los políticos están dispuestos a continuar irrespetando a las instituciones. A la ley y debilitándolos, como han hecho con los partidos políticos, algunos grupos sociales y la Policía.