Los grandes hombres

Por Patricia D’Arcy Lardizábal

Al leer algunos clásicos he podido comprobar que la casualidad no existe y que todos los grandes hombres y todos aquellos que han triunfado tienen algo en común; sin ninguna duda ellos han debido pasar por inmensas dificultades; pagar muy caro su aprendizaje para sobreponerse a tantas desilusiones antes de descubrir el camino más corto y más seguro para llegar a la cima de la vida.

Uno de los triunfadores al que he seguido más de cerca es el General Charles de Gaulle, que para muchos de la edad madura, edad que les tocó vivir en el tiempo en que se llevó a cabo la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), es de sobra conocido.  Este día estuve repasando sus memorias y  pude comprobar que en ellas y en otro libro de su producción “Trait d´esprit” se encuentran rasgos simpáticos y profundos con sus amigos y con sus adversarios, y no cabe duda que tenía actitudes geniales en la política.

Él se definía en forma simple: “yo soy un francés libre, creo en Dios y en el futuro de mi patria, no soy el hombre de nadie, yo tengo una misión y no tengo más que una, aquella de proseguir la lucha para la libración de mi país. Declaro solemnemente que no estoy ligado con ningún partido político, ni ligado con ningún político, quien quiera que sea, ni de centro ni de derecha, ni de izquierda”.

Hoy más que nunca comprendo qué es al leer las biografías de los grandes hombres, los que han hecho la historia, que uno aprende los motivos de sus grandes triunfos y sus grandes errores.  Leyendo a De Gaulle, pienso estoy tratando de aprender un poco más para conducir mi vida y la de mis hijos.

En estos días donde la política campea veo el nombre de aquellos grandes que forjaron la historia: Nicholas Macchiavello, en su famoso libro “El Príncipe, del cual tengo una preciosa y excepcional versión comentado por Napoleón Bonaparte que influenció tanto a los hombres de la Edad Media y aún la Moderna y Contemporánea.  Pareciera que se repite la historia, decía Maquiavelo que los que quieren lograr la “gracia de un príncipe” tienen la costumbre de presentarle las cosas que se reputan como que le son más agradables, o en cuya posesión se sabe que él se complace más; le ofrecen en consecuencia: los unos, caballos; los otros, armas;  telas de oro; varios regalitos como piedras preciosas u otros objetos igualmente dignos de su grandeza.  Muchos de ellos lo hacen por servilismo.

Algunos a base de estos favores se apoderan del príncipe hoy candidato, diciéndole únicamente cosas que le agradan, en vez de decirle la verdad, a veces los convencen.  Por eso Maquiavelo prefirió ofrendarle su famoso libro “El Príncipe”, queriendo presentarle como prueba de afecto su conocimiento de la conducta de los mayores estadistas que existieron en su tiempo y una prueba más de su dilatada experiencia de las horrendas vicisitudes políticas de su tiempo y con el respaldo de una continuada lectura de las antiguas historias.

Maquiavelo le ofreció después de haber examinado por mucho tiempo, las acciones de aquellos hombres, y meditándolas con la más seria atención el resultado de esta penosa y profunda tarea, en un reducido volumen que no pasan de 150 páginas, manifestándole a su Príncipe: “Si os dignáis considerar que no me era posible haceros un presente más precioso que el de un libro, tengo la confianza que con él podréis comprender en pocas horas lo que yo no he conocido ni comprendido más que en muchos años, con suma fatiga y grandísimos peligros”.  Y concluye, “he querido que mi libro no tenga otro adorno ni gracia más que LA VERDAD DE LAS COSAS, y la importancia de la materia”.

Todas estas palabras se han puesto de moda para el político actual que esperamos les pueda dar fortaleza ya que para ser presidente o jefe de un país, se requiere una naturaleza muy firme, muy segura, para no dejarse aplanar en aquellos momentos críticos de amargura, como lo están pasando algunos líderes del Partido Nacional, en los que, esos momentos críticos destruyen nuestros planes y esperanza convirtiéndolos en frustración.

Por ello otra de las condiciones que aparece entre “los grandes hombres”, es la de no tener impaciencia ni ser muy pródigos de la boca.  Para ellos al momento de la pasión, la ira y el despecho que nos pueden hacer perder la ecuanimidad, se les recomienda que cuando tengan que responder a un agravio o a un vejamen sean cautos y no desbocarse, ya que la precipitación es mala consejera.

En estos momentos electorales, la opinión pública se exacerba, se enciende y le piden al líder cosas casi imposibles, en momentos de frustración que hasta los espíritus más reflexivos los hacen perder la sangre fría. Por eso una de las cosas más importantes para el político actual es que deben conocer a las gentes que le rodean, a los hombres de influencia se le acercan y persiguen gentes de toda suerte y catadura, unos son buenos, discretos y leales, y otros son solamente serviles que suelen endulzarle el oído.

Estos se introducen en lo más privado y en la vida familiar del político, por medio de la asiduidad y la lisonja.  Conózca el líder político, sepa qué negocios le lleva entre las manos, cuáles son sus secretas idas y venidas. El líder no les debe dar la confianza, puesto que en la intermediación de los parásitos y de los “orejas”, si no se tiene cuidado les quitan el teléfono, las llaves de la casa, del automóvil y hasta sus verdaderos amigos.

“Por lo anterior, la Reina Cristina de Suecia, tenía un criterio muy especial de los grandes hombres cuando decía: “Yo amo a los hombres no porque son hombres, sino porque no son mujeres”.