DIGNIDAD

arquero3EN los años y meses que corren hemos escuchado algunas propuestas dirigidas a la posible renuncia de los principios más importantes, alegando condescendencia en favor de la supuesta unidad de los países y las culturas amenazadas por ciertas clases de fundamentalismo. En favor del supuesto “consenso” nacional que al final socava el “disenso” democrático, existe un discurso que pregona la retirada estratégica unilateral de aquellos que han venido trabajando durante muchos años por las estructuras republicanas, los principios democráticos participativos y representativos, la libertad de prensa, el derecho a la oposición política, la libertad de cultos y el equilibrio de los mercados.

Los que defienden los principios anteriores –según el nuevo discurso de los supuestos consensos y de los pactos multilaterales–, deben abandonar el escenario político y darle paso conciliador a las nuevas dictaduras que se cobijan bajo la máscara de la pseudo-democracia. La historia ha enseñado en múltiples oportunidades que los dictadores y tiranos potenciales comienzan hablando de elecciones democráticas y concediéndole ciertas prerrogativas al pueblo, para después terminar despedazando toda señal de verdadera disidencia pensante; haciendo desaparecer todo vestigio de oposición política.

Ese discurso aparentemente conciliador –que en realidad es ambiguo— y que propone el abandono de la dignidad personal y de los principios democráticos con el objeto  de favorecer a los intolerantes irreductibles de cualquier época y momento, es peligroso desde todo punto de vista. Hay que ponerle mucho ojo, pues al margen de los posibles errores de apreciación existen fenómenos impredecibles y tentaciones dictatoriales que vale la pena anticipar; ello a fin de evitar las hecatombes innecesarias y las desgracias económicas colectivas como las que desencadenan los populismos hiperbólicos.

No es nada ético exigirles a los demócratas que renuncien a sus principios en tanto que le otorgan luz verde a los que aspiran encumbrarse durante cincuenta años, o más, en el poder. No es justo exigirles actitudes conciliatorias a los verdaderos conciliadores mientras que a los intolerantes que “jamás” van a renunciar a sus ideas fundamentalistas, se les ceden todos los espacios políticos posibles. Las actitudes conciliatorias reales deben ser planteadas mediante el método de la persuasión a fin de concitar la tolerancia política y discursiva al interior de todos los bandos enzarzados en la pugna de que se trate.

Es absurdo –para poner un solo ejemplo–, exigir a los demócratas actitudes conciliatorias frente a los terroristas que en diversas partes del mundo destruyen con artefactos demoledores los edificios y las vidas preciosas de centenares de personas indefensas; incluyendo niños, ancianos y mujeres. Un diálogo realmente conciliador debe partir de las realidades concretas y considerar todos los factores posibles que entran en el juego de la propuesta y del análisis político. Ningún consenso nacional, por muy saludable que parezca, debe orillar al ciudadano pensante al abandono de su dignidad personal, su formación académica, sus costumbres, sus razones, su militancia partidaria y sus principios más queridos.

Los consensos y conciliaciones nacionales deben tener en cuenta la libertad individual, el respeto a las leyes y la heterogeneidad ideológica de las gentes. Un discurso que atraviese los umbrales de la ambigüedad, habrá de producir resultados ambiguos en perjuicio de los individuos y también de la colectividad.