ENMARAÑADAS EN LAS REDES

A saber si por lo pronto haya solución a los frecuentes apagones. Para sacarle carrera a la “maldita burocracia” se ocupa que un problema alcance nivel de crisis. No antes, en la etapa de la prevención, ni durante el proceso de agravamiento del problema, sino hasta que adquiere niveles a punto de estallar, es que se mueven –corriendo de un lado para el otro– casi siempre reaccionando con decisiones cosméticas o con aparatosas disposiciones improvisadas. (La frase esa de la “maldita burocracia”, fue una expresión acuñada por uno de los presidentes anteriores, salida del fondo de la decepción, cuando veía que ninguna de las instrucciones impartidas a sus colaboradores producía resultado alguno. Las órdenes, se quedaban enmarañadas en redes de abulia de sus subordinados). Así pasa en la administración pública, con embudos que todo lo acaparan y nada resuelven, con funcionarios impasibles a la urgencia, fieles a la práctica del “dejar de hacer y dejar pasar”.

(Conste que esto no es mal de ahora sino de siempre, para que nadie se sienta aludido). El ciudadano no encuentra respuesta a sus diligencias. (La resolución sobre un trámite cualquiera puede estancarse hasta la eternidad). Va a una oficina a hacer una gestión para que lo tengan tonteando de un lado a otro. Vaya allá, venga más tarde o regrese mañana. Largas horas y a veces días, semanas y hasta meses –como los indocumentados errantes que andan tramitando identidades en el RNP pero nada consiguen dizque por falta de papel– esperando que regrese el jefe de los empleados que atienden, ya que sin su firma nada se mueve. Pero el jefe está muy ocupado, lo llamaron de urgencia de lugares importantes para que fuera a una sesión inaplazable con otros burócratas, de donde tampoco sale nada de nada. Esas cherchas usualmente discurren en conversaciones inconsecuentes, en análisis de papeles y más papeles –bebiendo café de la montaña– donde nadie toma decisiones, porque esas son potestad de los mandos superiores. Parecido sucede cuando sobre lo platicado por los de abajo, se reúnen los de arriba. Así que el jefe cuando no está en uno de esos concilios estratégicos está encerrado en su oficina haciendo llamadas, chateando, “tuiteando” o despachando visitas; y nunca es hora propicia para atender al ciudadano común y corriente. O para recibir llamadas telefónicas. Si se pierden cuando les habla gente de peso –a menos que ellos tengan algo especial que les interese– menos para que reciban una llamada de un pobre mortal.

Eso pasa cuando están en el país que, para algunos, no es frecuente. Muchos encuentran en los puestos gubernamentales la dorada oportunidad para conocer las maravillas universales. Trotamundos que no rechazan invitación que les llegue del exterior, por insípido que sea el evento, para escabullirse. Primero se montan en el avión y ya encaramados es que preguntan ¿dónde vamos? En viajes costosos de poco o ningún provecho para el país. Pero siempre justificados –que ir al seminario, al foro, a la entrevista, al cónclave, a la conferencia, a la asamblea, al chonguengue, a departir con fulano o con mengano– es cosa de vida o muerte. Son maletas llenas de promesas que traen de esos peregrinajes. Para eso están los informes que aguantan con la tinta que les pongan encima. O a cerrar la negociación o el trámite de los dineros ofrecidos que, en realidad, raras veces requiere la presencia del funcionario cuando una llamada telefónica basta y sobra. Otros países para eso utilizan a sus embajadores –para cualquier negociación, firma, mandado o gestión oficial– de manera tal que no pernocten en sus sedes diplomáticas solo abriendo la jeta; esperando instrucciones que nunca llegan porque los altos funcionarios domésticos prefieren ir ellos, en carne y hueso, a abordar el asunto. Vale que la Presidencia es inquieta y pasa encima de tantas cosas que a saber si se moverían de caer en la enmarañada telaraña. (Es malo generalizar, porque también hay funcionarios diligentes con mentalidad de ejecutivos).