Morazán

Por: Edmundo Orellana
edmundo_orellana“¡Hombres que habéis abusado de los derechos más sagrados del pueblo por un sórdido y mezquino interés! Con vosotros hablo, enemigos de la independencia y de la libertad.” Así increpaba y desafiaba el revolucionario, el estadista, el héroe, y el prócer a los tiranos que al pueblo habían “humillado, insultado, envilecido y traicionado”.
Luchó y sacrificó su vida en defensa de la libertad y la democracia. Su pensamiento y acción se concentró en la tarea de sustituir el sistema colonial de opresión y explotación que quedó intacto después de la independencia centroamericana, por un sistema democrático, representativo y republicano, inspirado en el liberalismo. Vivió para impulsar y hacer realidad la revolución liberal en Centroamérica.
A su acción creadora y heroica se opuso la reacción inspirada en el fanatismo y el conservadurismo, representada por los “serviles”. Los mismos que ante el advenimiento de la independencia y para asegurar el sistema de explotación colonial, fueron presurosos “en oscura turbamulta al pie del trono de Iturbide a pedir que les unciera el yugo de su cetro de emperador aventurero”. Fracasada la aventura de Iturbide, empujaron al Jefe de Estado Arce, quien a pesar de haber llegado con el apoyo de los liberales se había entregado a los conservadores, a cometer crímenes imperdonables contra la Federación.
Morazán, al reclamo de la patria, enarboló la bandera de la restauración constitucional federal y se enfrentó al traidor del liberalismo, con la fuerza de su juventud, de sus convicciones republicanas y de su amor a Centroamérica.
Desde la Jefatura del Estado Federal acometió contra las estructuras que le impedían sustituir aquel régimen colonial de explotación. Para ello, habría de fortalecer la Federación con una Constitución que asegurase la supremacía sobre las constituciones de los Estados. Sostenía que después de doce años de vigencia, los pueblos exigían una reforma radical de la Constitución por los vicios de que adolecía, al considerarla “semejante a un árbol hermoso que trasplantado a un clima exótico se marchita y decae a poco tiempo, sin haber producido los frutos que se esperaban”.
Aprovechando los difíciles momentos de su gobierno, los serviles, ávidos de un amo, corrieron a ofrecerle, aduladores y sumisos, la dictadura en dos ocasiones. La rechazó con energía aduciendo que, si de eso dependía su gobierno, prefería sucumbir “pero sucumbiría con honor”.
Bajaron apresurados y desorientados de esa cúspide moral, cegados por su resplandor, y penetraron en las cuevas de la barbarie. Allí encontraron a Carrera, feroz y sanguinario,  a quien le entregaron la bandera de la superstición y el despotismo, en cuyo nombre, y al grito de “Muera Morazán”, acompañado del siniestro sonido de su grotesco cuerno, secuestró la República y asesinó la libertad y la democracia.
Morazán fue perseguido sin piedad, traicionado y calumniado. No le perdonarían jamás: promover la reforma de la Constitución de 1824, para fortalecer el Estado Federal contra el caudillismo local, y hacer posible la Unión Centroamericana; promover la reforma liberal; consagrar la libertad de cultos; eliminar los diezmos y las primicias; instituir el matrimonio civil y el divorcio (“Ley del Perro”, le decían); modernizar la educación, sustituyendo la superstición y el dogma por la razón; establecer el sistema de jurados y la imprenta. “Fue odiado, dice Rosa, porque nunca tuvo transacciones indignas con el coloniaje, con el servilismo”.
Lo ejecutaron los enemigos del liberalismo, sin someterlo, como es su costumbre, a previo juicio ni escucharlo, a pesar de su investidura de Jefe de Estado. Su cuerpo y el de Villaseñor quedaron abandonados allí donde fueron asesinados. A las diez de la noche Juan Mora Fernández, Primer Jefe de Estado de Costa Rica, los cubrió, consternado, con sabanas, que sirvieron de sudario al sepultarlos, minutos después.
Saciado su odio y venganza en Morazán, el conservadurismo y el fanatismo celebraron alborozados en toda Centroamérica su triunfo contra la Unión Centroamericana, la razón, la libertad y la democracia, el mismo día del 21 aniversario de la independencia.
La firmeza de sus ideas, su valor y su poder de convicción quedaron registrados en dos momentos supremos. Ante la amenaza de pasar a cuchillo su familia si no cedía a las demandas de los alzados en armas que la tenían de rehén, se aprestó a atacar, aunque, como dijo, “no sobreviviré un solo instante más a tan escandaloso atentado”; en las Vueltas del Ocote, solo, a pie y desarmado, avanzó entre las filas enemigas para dialogar con los jefes del alzamiento olanchano, y en pocas horas, aquellos rudos y furiosos hombres, satisfechos con la negociación, vitoreaban al héroe.
Morazán no luchó contra la corona, pero sí contra el sistema que por más de 300 años impuso la corona, y al cual se aferraban los políticos conservadores después de la independencia. Contra ese sistema, que hoy fortalecido se presenta bajo nuevas formas, el Prócer legó un compromiso revolucionario a la juventud centroamericana.
¿Qué cuenta puede dar la juventud desde 1842, sobre el compromiso que el Héroe le legara a su muerte? ¿Cuándo lo relevaremos de su insomne vigilia?
*Catedrático Universitario