Grandeza de Honduras

Por: Segisfredo Infante

segisfredo_infante_new-70Antes de formular cualquier postulado sobre el concepto de “grandeza” de Honduras, es indispensable manejar con sinceridad una idea aproximada acerca del estado de circunstancias del país cuando menos en los últimos sesenta años. De entrada sabemos que el famoso “crecimiento económico” (del cual han sido tan afectos los neomonetaristas de los últimos tiempos), en Honduras ha registrado durante más de medio siglo una línea casi horizontal, con pequeñas vibraciones positivas y negativas en las curvas de los supuestos crecimientos y desarrollos humanos. Igualmente sabemos que en la parte educativa tanto el Estado como los gobiernos centrales han invertido cantidades archimillonarias (de repente mucho más que en el resto de los países centroamericanos) con resultados casi nulos tanto en la esfera espiritual como en la material. Las caídas constantes hacia la pobreza en general y las reaproximaciones caninas hacia la extrema pobreza en particular, continúan persistiendo como nunca antes.

En el capítulo relacionado con la historia de la política catracha –salvo fugaces esperanzas–, lo que ha venido prevaleciendo es un desencanto creciente del pueblo y de la sociedad en general, que los mismos dirigentes políticos se niegan a observar y a corregir antisectariamente. En Tegucigalpa los dirigentes políticos han aprendido a guardar ciertas composturas y a fingir frente a los medios audiovisuales que se respetan entre ellos, aun cuando irrespeten reiteradamente la opinión de los intelectuales imparciales y del pueblo mismo. Pero una vez que se alejan de las calles asfaltadas de las más importantes ciudades, algunos políticos abandonan de la noche a la mañana el espíritu de urbanidad, retornan a los viejos cacicazgos rurales y caen en las típicas actitudes gansteriles conspirando (a veces a muerte) contra sus propios correligionarios. Esto se observa sobre todo en las campañas electorales internas y en las generales. O en el momento de distribución de “ministerios” y de otras posiciones claves de poder. Porque el fenómeno pareciera repetirse hasta el infinito, al grado que cualquier persona honesta siente pánico con la sola idea de participar como un posible candidato a elección popular. La desconfianza, la insinceridad, la mezquindad y la mala fe hacia el prójimo, es lo que se impone por doquier.

Si hablamos de macroeconomía lo que de hecho ha ocurrido, en varias décadas, es que los dirigentes políticos y sus tecnócratas caminan, por instinto repetitivo, hacia los extremos: O se matriculan en las eternas políticas de austeridad encadenadas a los reiterados “paquetazos” fiscales; o una vez que están en el gobierno se dedican a regalarle los bienes del Estado a sus amigos más cercanos, jugando alternativamente con políticas neoliberales o neopopulistas, según sea cada caso. Algunos, incluso, en nombre del “socialismo”, han estado dispuestos a desmantelar o destruir todo aquello que huela a economía o a aparato de producción. Los hechos han demostrado que por ninguna de las dos vías vamos a poder sacar a Honduras de la miseria porque, por un lado, las políticas de austeridad neoliberal se parecen a la espera apocalíptica extremosa del “fin de los tiempos” que nunca llegan, y el neopopulismo, por otro lado, es incapaz de crear verdaderos aparatos económicos; además de que el modelo es antidemocrático en su esencia.

Dado que hemos fallado en los conceptos de política urbana, de “crecimiento”, de “desarrollo”, en la parte educativa, en la salud y en los mismos modelos económicos que hemos copiado mecánicamente sin ningún juicio propio, habría que indagar el camino espiritual subyacente de los hondureños bajo el cual podríamos encontrar las claves del atraso y del posible engrandecimiento futuro. Y dado que hemos fallado en casi todos los terrenos debemos aspirar a la grandeza de Honduras por lo menos en algunos renglones cerebrales. Así como los judíos, a pesar de todas sus calamidades históricas, se hicieron fuertes y famosos a través de los siglos por su devoción a un solo libro y por su amor permanente a Dios, nosotros, desde nuestra insularidad humana, debiéramos indagar esta posibilidad. Así como las pequeñas ciudades del norte de Italia comenzaron a universalizar el saber renacentista y el verdadero capitalismo, nosotros debiéramos aprender algo de ello. Y así como los alemanes y polacos (en la orilla de Europa) se destrabaron del medioevo gracias al trabajo cerebral riguroso, continuado, de sus intelectuales y científicos, nosotros los hondureños debiéramos explorar esta otra posibilidad. Etc.

Quizás el mejor camino sea la construcción de un nuevo tipo de intelectual integral y de científico en Honduras. Y quizás ésta sea la única manera de alzar la cabeza y de salir de la “nada” caótica en que nos encontramos, hoy por hoy aterrorizados en el rencor, en la miseria espiritual y en la violencia de cada día. El camino hacia la grandeza podría radicar en los mejores cerebros de hoy y de mañana, comprometidos en el amor auténtico hacia el prójimo y en el amor impostergable hacia Honduras. Porque el “Espíritu universal” podría brillar, como nunca antes, desde esta pequeña porción de tierra centroamericana. ([email protected]).