Por Roberto C. Ordóñez
Ya nadie recuerda cuántas reuniones entre los líderes del mundo se han celebrado para combatir la contaminación ambiental y el cambio climático. La última fue en París donde se reunieron 195 presidentes de igual número de países para tratar sobre el mismo tema.
La meta trazada fue reducir la temperatura del mundo en dos grados al final del siglo XXI. De los 195 países participantes, 8 no suscribieron el acuerdo, aunque sabían que era de mentiritas.
Los líderes de los países pobres asisten con sinceridad y llevan preparados sendos tamagases que leen emocionados ante un público que en buena mayoría ni los escucha.
El documento que se produce al final de las cumbres ya esté preparado de antemano y en él los países poderosos y más contaminantes del mundo se comprometen a cosas que saben que no van a cumplir.
En Japón se firmó el Protocolo de Kioto, por el nombre de la ciudad donde se celebró la reunión en noviembre de 1997, en cuyo documento final los países ricos se comprometieron a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un cinco por ciento entre 2008 y 2012, lo cual no ocurrió. La capa de ozono sobre los polos de la tierra sigue reduciéndose.
Los Estados Unidos y Australia, grandes contaminantes del mundo, no lo suscribieron. Japón, China, India y Corea del Sur formaron una paralela llamada Asociación Asia-Pacífico sobre Desarrollo Limpio y Clima, pero los glaciares se siguen derritiendo; los osos polares muriendo y países como Rusia, Inglaterra, Noruega, Dinamarca, Groenlandia y Estados Unidos, aprovechando el deshielo polar, planean abrir la navegación marítima a través del Océano Ártico, para acortar la ruta y evitar el paso por el Canal de Suez, a pesar de que los polos Norte y Sur no tienen dueño jurídicamente hablando.
La contaminación el mundo después de la Revolución Industrial pudo evitarse si no hubieran intervenido los grandes intereses económicos.
A finales del siglo antepasado el ingeniero, físico, matemático e inventor Nicola Tesla, de origen Serbio, descubrió y patentó un método para transmitir la electricidad sin necesidad de alambre de cobre, usando la conductividad eléctrica de la tierra, pero las compañías productoras de alambre de cobre le hicieron la vida imposible y utilizaron una legión de cabilderos en Washington para evitar usar sus inventos. Descubrió también la corriente alterna, desatando con Thomas Alba Edison la llamada “guerra de las corrientes”. El croata también inventó una batería de larga duración para mover motores eléctricos en los automóviles, pero también perdió esta guerra contra las compañías fabricantes de automóviles con motores de combustión interna y las empresas vendedoras de petróleo.
El llamado despectivamente “científico loco” fue también inventor de la radio, según lo reconoció la Corte Suprema de los Estados Unidos, murió en la pobreza en 1943, después de haber sido condecorado por una universidad norteamericana. El aeropuerto de Belgrado lleva su nombre.
Hace unos veinte años la empresa norteamericana General Motors lanzó al mercado cinco mil automóviles eléctricos, el GMEV1, y la japonesa Toyota 10 mil. Los automóviles no fueron vendidos sino alquilados por un período de 10 años, al final de los cuales los arrendatarios, satisfechos con su rendimiento, quisieron comprarlos pero no pudieron. Las compañías fabricantes lo recogieron y los convirtieron en chatarra.
Sin ir muy lejos, los viejos recordamos que a mediados de los años 50 del siglo pasado el Banco Nacional de Fomento, hoy Banadesa, fundó la compañía lechera Sula y distribuía la leche en envases de vidrio reutilizables y en camiones eléctricos.
Recuerdo que eran de color azul y durante la noche los dejaban frente al banco para cargar sus baterías.
Ahora la leche y demás productos similares se empacan en envases desechables que contaminan el ambiente, pero alguien hace el buen negocio de fabricarlos. Los refrescos; la leche, las cervezas, el agua y todo lo que venden en los supermercados está empacado en materiales desechables que son indestructibles. Ni el fuego los acaba de destruir.
Mientras tanto, los brindis por proteger el medio ambiente siguen en su apogeo y las reuniones de alto nivel donde se habla más carburo de la cuenta nunca terminarán, hasta que terminemos todos…