Entre el 28-A y el 26-N

Por Julio Raudales

Que la política suele ser sucia, sobre todo en contiendas electorales, no lo vamos a descubrir ahora. Incluso en países democráticamente maduros y bien constituidos, cuando llega la hora de la máxima disputa, los contrincantes se dan con todo.

¿Cuántas cosas no le dijeron a Obama cuando fue candidato? Las alusiones al color de su piel fueron levedades comparadas con las difamaciones que lo acusan de islamista y de comunista.

Como en el fútbol cuando se juega una final, la política tiende a desbordarse de sus cauces hasta el punto de que en algunos momentos puede llegar a parecerse a su madre: la guerra.

Comparar a la política con un juego no es un simple recurso metafórico. La política es un juego por la sencilla razón de que debe ser sometida a reglas y al igual que los juegos deportivos, arbitrada. Sin un buen arbitraje no hay regla que valga. Imagine usted una final entre  Olimpia y Motagua sin un árbitro. Si alguien sobrevive será simple casualidad.

Con una final electoral entre dos partes políticas podría ocurrir lo mismo. Por eso toda contienda electoral requiere de árbitros y un reglamento claro que todo el mundo esté dispuesto a acatar. En ese sentido al Tribunal Supremo Electoral le ha sido concedida la función de arbitrar en las elecciones y existe una Ley Electoral que debería ser adaptada a las condiciones naturales del país. Vale la pena preguntarse si a menos de 90 días para las próximas elecciones, nuestro Tribunal y Ley Electoral están preparados para satisfacer las aspiraciones de una realidad política distinta a la que nos encontró en 2013 y procesos anteriores.

En política, sin embargo, a diferencias del fútbol, hay otros elementos que intervienen en la regulación del juego. Ellos derivan de la propia naturaleza de la política, actividad constituida por líneas antagónicas pero también transversales.

En la política, en efecto, no solo hay enfrentamientos sino también, alianzas. Por lo mismo, a diferencia de la guerra, los antagonismos políticos no son siempre irreconciliables, ejemplo de cómo pueden cambiar las realidades cuando se liman diferencias en pos de un objetivo común.

En la política, para que sea política, no puede haber enemigos mortales. En la política el enemigo de hoy puede ser, si no un amigo, por lo menos un aliado de mañana. Así se explica por qué en la mayoría de las campañas electorales la autocontención de las partes puede ser tan efectiva como la contención que proviene de las leyes.

La campaña que inicia este lunes 28 de agosto, nos compele a legitimar el desarrollo ciudadano expresado en las elecciones del 24 de noviembre de 2013 donde quedó reflejada claramente la evolución nacional hacia el multipartidarismo y una clara tendencia ciudadana a buscar sus objetivos nacionales en vías que se alejan del tradicional conservadurismo en pos de un cambio que les señale mejores derroteros. Es un reto mayúsculo y no desprovisto de serios riesgos.

Los retos siguen siendo mayúsculos. Es evidente que seguimos arrastrando la pesada cadena del ventajismo y el afán de poner zancadilla al adversario, tentaciones casi inevitables de quien está en el poder. Sucedió antes y sucede ahora. Pero la ciudadanía activa está llamada a defender el “juego limpio” y el orden establecido, si es que pretende evitar que la contienda se desboque en caos y desorden.

Es una pena que no hayamos madurado… que el necesario avance hacia una democracia más consolidada mediante las necesarias reformas a la Ley Electoral para adaptarla a una realidad diferente a la de procesos anteriores, no se hayan producido. Pero ¡en fin! Avancemos con lo que tenemos y hagámoslo paso a paso, sin caer en la descalificación y con propuestas claras.

Todos esos momentos deberán culminar en el objetivo principal: la democratización del país. Pero siempre paso tras paso, de modo civil, con la frente en alto y con la Constitución en la mano. No hay ningún otro camino.

Sociólogo, vicerrector de la UNAH, exministro
de Planificación y Cooperación Externa, presidente
del Colegio Hondureño de Economistas.