Solo a la extradición

Por: Juan Ramón Martínez.

Antes, los políticos tenían miedo a perder el poder. Eran más sensibles. Ahora no. Entonces, el mayor miedo era a las “revoluciones” en su contra, que apoyados casi siempre por los gobiernos vecinos, sus  adversarios los sacaban del poder. Francisco Zelaya, presidente provisional, dejó Comayagua, diciendo “hay les dejo ese cargo; a mí no me van  a hacer revolución”. Y se fue para Olancho. Otro miedo era a los empresarios extranjeros, algunos de los que, les menospreciaban, como  Valentine que dijo que en Honduras “era más barato un diputado que una mula de Pespire”. OZemurray, que financiaba a los nacionalistas para que derribaran a los liberales. El tercer miedo, lo sentían ante los disgustos del Ministro Americano en Tegucigalpa. Dávila, renunció presionado por el embajador gringo. Y Bertrand en 1919, tuvo que aceptar la exigencia de Sambulá Jones para que dejara la presidencia; y saliera humildemente de Tegucigalpa para radicarse en Guatemala, donde murió olvidado de todos.

Carías usó la Fuerza Aérea para meterles miedo a los liberales. Cada vez que querían importunarlo, mandaba los aviones y los liberales armados, dejaban al país. Por eso duró tanto en la Presidencia de la República. A partir de 1956, lo único que les quitó el sueño, eran los militares. El temor al golpe de Estado, dejó a muchos en vela, varias noches. Suazo Córdova fue el más miedoso de los uniformados. Cuando pretendió una interpretación en el Congreso, para buscar dos años más de mandato, apoyado por diputados liberales y nacionalistas, con una inexistente llamada de López Reyes, jefe de las Fuerzas Armadas,  Bu Girón, desinfló el  intento del continuismo. La opción B, la impusieron los militares a los insubordinados liberales y nacionalistas, con el respaldo de la Iglesia Católica, los dirigentes obreros y campesinos y los asesores castrenses.

Ahora, en los tiempos que corren, parece que los políticos, no le tienen miedo a las revoluciones –porque creen que Carías castró a los hondureños, aunque el brote de rebeldía del 1 de agosto de 1956 parece desmentir la expresión–, a los medios de comunicación; e incluso a la Embajada de los Estados Unidos. Y mucho menos a los militares que pareciera que, sometidos al Poder Ejecutivo, los políticos creen ingenuamente que solo es cosa de darles órdenes. Y estos se cuadran servilmente. Olvidando sus obligaciones en la defensa de la Constitución de la República. Ya olvidaron lo que le pasó a Zelaya, en junio del 2009.

Ello no significa que los políticos sean los dueños de Honduras. Y que, puedan hacer lo que quieran. Sin temerle a nadie. En los últimos días hemos visto cómo  muestran pánico a los tribunales de justicia de los Estados Unidos. Y mucho más al riesgo de la extradición. Aquí consiguen cartas de libertad a manos llenas; pero apenas les mencionan que pueden ser extraditables, balbucean y tiemblan como palúdicos en verano. Aunque lo disimulan, por medio de dominio de los diputados, sus sirvientes y del dinero público –obtenido no siempre de buenas maneras– no cabe duda que, el temor a la extradición es hoy por hoy, el mayor factor de contención de los desbordes de los políticos. Incluso poco les importa el derecho de rebelión del pueblo consagrado por la Constitución. Creen que el pueblo está muy dominado y que nunca se revelará. Y como se conocen entre sí muy bien, saben que ninguno de ellos tiene los vigores sexuales para levantarse en armas; y derribarles del poder.

Por eso, los diputados no temen al ridículo siquiera. Y, mucho menos a sus electores. O al Cardenal Rodríguez.Solo obedecen a sus “amos”, a quienes tienen colocados en los altares más florecidos de sus hogares. Los electores valemos menos que chancletas para los diputados que incluso, se ofenden a sí mismos, sin temor a que nos burlemos de ellos. Saben que a la Policía y los militares los pueden dominar. Y que la Corte Suprema, en la medida en que no la eligen, no podrá emitir resoluciones que los baje de las nubes donde moran. Andan felices. Solo tiemblan cuando oyen hablar de extradición. Diciendo otras cosas. Olvidando que, si hay algo inestable, es la conducta humana. Y que un día, pueden iluminarse las madrugadas con la cólera popular. En política, nunca se sabe.