Proceso de deshumanización

Por: Segisfredo Infante.
Para todo lo que voy a expresar en este artículo ignoto, hay valiosas excepciones de la regla, en nuestro país y en todas partes del mundo. Pero es indispensable destacar lo que a diario observamos en las actitudes de los individuos y en las relaciones humanas. Porque me parece que no se trata, de ningún modo, de casos aislados, sino de un proceso que ya hace algunos años ha comenzado, y que tiende a convertirse en un proceso total del comportamiento humano, que puede ser reversible pero también irreversible. Tal proceso se profundiza coyunturalmente, como en ciclos temporales repetidos; pero tiende también a convertirse en un fenómeno estructural (poco coyuntural) de fondo y de largo plazo.
Esta vieja reflexión se convierte en algo nuevo gracias a unas conversaciones recientes, casi accidentales, con dos amigos. Uno de ellos me decía que está apareciendo “una nueva civilización tecnológica”, en la que va a predominar la clase media. El segundo me decía (algo más o menos así) que el Hombre está científicamente preparado para dar un gran “salto” hacia el futuro de la humanidad; pero al mismo tiempo me ha expresado, en dos oportunidades, que no entiende por qué razón no se verifica ese “salto”. En mi caso particular mi tendencia natural es a percibir las cosas de otra manera, quizás por las manías de historiador chapado a la antigua y por las visiones típicas de un hombre que ha leído alta filosofía (sobre todo en estos últimos años) con el ojo atalayador de todos los tiempos. Es decir, con el ojo de aquel “que puede verlo todo sin odiar”, tal como lo decía en un verso el poeta sueco Tomas Tranströmer, que desde mi punto de vista se trata de la gran mirada hegeliana de la “Historia”, en donde el ser humano puede pasearse, casi impasible, por las ruinas de las civilizaciones e imaginar la creación de unas nuevas. Es como la impresión que he experimentado al observar, en algunos libros y documentales, las ruinas de las iglesias y monasterios de los jesuitas en Paraguay y otras partes, construcciones que fueron deliberadamente abandonadas por intereses políticos y comerciales como el contrabando de la mano de obra esclava de los indios guaraníes. Al observar esas ruinas que hablan de los poderosos intereses mercadológicos de aquellos que las provocaron (incluyendo los intereses de algunos católicos principalmente portugueses), pienso que a la vuelta de los siglos apareció un fraile jesuita que terminó convirtiéndose en obispo de Argentina, luego en cardenal y finalmente en Papa del Vaticano y del mundo católico en general. Algo impensable cuando destruyeron, hace varios siglos, los proyectos comunitarios de las misiones jesuíticas de Paraguay, Brasil y Argentina.
En la segunda y tercera conversaciones, con el amigo Josué Danilo Molina, quien acaba de terminar un doctorado en física de partículas, le recordaba que algo similar percibía el obispo Agustín de Hipona cuando en el norte de África anticipó, allá por el año 410 de nuestra era, la destrucción y desaparición de la civilización romana y cristiana frente a la poderosa envestida de los bárbaros del norte liderados, en un primero momento, por el señor Alarico. La destrucción y autodestrucción de la civilización romana, provocó por lo menos dos siglos y medio de “deshumanización y oscuridad” en Roma y en toda la Europa occidental. Pero San Agustín nunca se paralizó con pensamientos enajenantes; ni frívolos; ni tampoco comenzó a coquetear con los “nuevos tiempos”. Al contrario, hizo lo que mejor sabía hacer: se puso a escribir aquellos sendos tratados sobre la “Ciudad de Dios” en la Tierra, mientras se esclarecían los nuevos senderos de la “Historia”. Porque con la destrucción de la civilización greco-romana occidental, y todos sus saberes filosóficos, científicos y  tecnológicos, en vez de “un gran salto hacia adelante” lo que se experimentó fue un proceso involutivo, a veces sanguinario, hacia un avasallador analfabetismo de los nuevos amos de Occidente. Fueron los monjes católicos, principalmente irlandeses, quizás dirigidos en parte por el recio pensamiento cristiano y neoplatónico de Agustín de Hipona, quienes se encargaron de conservar lo mejor del pensamiento judeo-greco-romano, a pesar de todas las difamaciones históricas que han recibido estos frailes anónimos.
En la actualidad percibo un intenso proceso de deshumanización por todas partes. Se han deshumanizado las “izquierdas” y las “derechas”. Se están deshumanizando los “malos”, los “buenos” y los del “centro”. Los intereses tecno-mercadológicos están por encima de todo. Se aplaude, a voz en cuello, de la manera más paradójica, el nuevo proceso de analfabetización y descomunicación mundiales, en nombre de una supuesta “revolución del conocimiento” que están experimentando, ahora mismo, las clases medias analfabetas de Honduras y de los países desarrollados. Soy de la opinión que debemos crear una clase media para combatir la pobreza mundial, pero en forma equilibrada que permita la conservación de los recursos naturales y la sobrevivencia de la especie. El Hombre fotopensante se encuentra solo, lo he dicho y repetido en varios textos. Y se encuentra rodeado de la insensibilidad y de la insolidaridad del nuevo tipo de analfabetismo mundial, en donde se conjugan el hambre con el poder omnímodo de los pedantes y los malcriados.