‘No soy nada raro, soy normal; mi yo narrativo es inventado’

Por: JACINTO ANTÓN. Barcelona
Camino de la casa de Enrique Vila-Matas en la barcelonesa calle de Travesera de Dalt -la famosa Travesía del Mal de sus escritos- caigo en la cuenta de que ya no vive allí. “Hace cinco años que me cambié”, me riñe benevolentemente cuando trato de justificar el retraso con mucha jeta aduciendo que no encontrarle es un inicio muy vilamatiano. En el nuevo barrio está muy cómodo. “Es un barrio que conocía y frecuentaba ya antes; me resulta muy familiar”.
¿Pero no era la Travesía del Mal su Yoknapatawpha particular? “El nuevo barrio ya está entrando en mis novelas. No tiene nombre, como tantos de Barcelona; es una zona incierta, pero yo lo denomino el barrio del Coyote”. Como suele suceder con las cosas de Villa-Matas, la realidad se abre a una concatenación de casualidades cuya ley, como diría su sosias el doctor Pasavento, se nos escapa: “En este mismo edificio vivía el autor de las novelas de El Coyote, José Mallorquí, y abajo se encontraba la editorial Molino, donde trabajaba. Un amigo me reveló que había estado en el despacho de Mallorquí en su casa y que sobre la mesa tenía desplegado un gran mapa del Far West. Así que tengo la sensación de escribir encima de ese mapa”.
El escritorio de Vila-Matas está muy ordenado como lo están las numerosas librerías en las que por fin ha podido colocar dignamente sus libros después de tantos años de amontonarlos, aunque su biblioteca “crece como un monstruo otra vez”. Reflexiona que hoy mucha gente se extraña de ver librerías, que les parecen, dice, una absurda acumulación de papel. “Impresiona más, por lo visto, tener grifos de oro en la bañera como Escobar que toda La Pléiade”, deplora.
Contra lo previsible
El sábado, le entregan a Vila-matas en Guadalajara (México) el principal premio de la Feria Internacional del Libro (FIL) 2015, “el Cervantes americano”. Es en Guadalajara, aunque la lógica vilamatiana habría pedido que fuera en el barrio del Coyote, que existe en el municipio mexicano de Amealco de Bonfil, en el Estado de Querétaro Arteaga.
La lauddatio, explica, se la hará el crítico mexicano Christopher Domínguez Michael, su descubridor en esas tierras, y él contestará con un discurso de dos mil palabras, “la misma extensión que el de Magris el año pasado”, en el que hablará del futuro, “el futuro del propio discurso, de la novela y de la humanidad”.
Abordará lo que es y lo que le gustaría que fuera la literatura de nuestra época. Ha ido descartando, dice, lo que no le interesa, en su búsqueda de cosas nuevas que nutren su mundo narrativo. “Lo mío ha sido una huida del aburrimiento, una estampida del aburrimiento. Me hace feliz lo que es distinto. No me gustan los tópicos, las frases hechas, la literatura previsible”.
La cultura es la gran obsesión de Vila-Matas, “consumido y habitado por el mal de la literatura”, como lo ha describo Roberto Brodsky. “La cultura intensifica el sentimiento de estar vivo, te permite encontrar algo interesante en cualquier lugar, incluso en un grano de arena del desierto”.
¿Qué relación hay entre el Yo de sus novelas -su verdadero protagonista- y la realidad? Parece que últimamente marca distancias. “Entiendo que interese el autor. Alguien dijo que el autor sería el único personaje interesante. Muchas veces me preguntan cuánto de auténtico hay en mis escritos. Yo me dedico a la ficción; siempre construyo una ficción. Lo autobiográfico está muy deformado en mis obras. Aunque hay un yo narrativo, es inventado. No cuento mi vida, sería un aburrimiento absoluto. En ese sentido suscribo lo que decía Nabokov: “Lo que importa en un escritor no son los datos autobiográficos de su vida, sino la historia de su estilo”.
Vila-Matas se declara muy conectado con la realidad: “No vivo nada aislado. Otra cosa es que tenga un mundo propio. No soy nada raro, soy una persona muy normal, aunque a veces haya quienes se empeñen en verme como alguien extraño, lo que no deja de sorprenderme”.
Bueno, pero no negará que existe una cierta fenomenología vilamatiana. “A veces, cuando cuento algo que me ha sucedido parece increíble, quizá es la manera de contarlo. Juan Marsé dice: “Son las cosas de Enrique”.
Como la vez que un hombre en el semáforo me preguntó: “¿Usted comprende la filosofía? O cuando un joven argentino me dijo que si estaba cansado de escribir él podía sustituirme un tiempo. En cambio, hay gente a la que le pasan cosas extraordinarias. Pero no lo ve material narrativo”.
En fin, próxima parada México. “Me gusta muchísimo. ¿Peligroso? No lo dirás en serio tal y como está Europa ahora. Es un país surrealista, deslumbrante. Recuerdo que una vez para un festival literario me alojaron en un hotel en el Zócalo y pasé dos días emborrachándome con unos mexicanos en la terraza. Al tercero manifesté mi extrañeza porque no hubiera aparecido aún nadie del festival. “¿Bromeas, Enrique”?, me contestaron los compañeros de copas, “¡Somos nosotros!”
Fuente: El País
26 de noviembre de 2015
Enrique Vilas-matas, retratado la pasada semana en una librería de Barcelona. / CONSUELO BAUTISTA

Los atentados de París y “el monotema catalán”

Para el autor de París no se acaba nunca, el 13-N tiene especial significación: “Ha sido un golpe brutal; me ha afectado mucho. En París descubrí la libertad y que había otros mundos posibles fuera de la España franquista. Es como si tocaran algo muy tuyo. Además, los ataques se han producido en una zona a la que voy mucho con Paula, mi mujer”.
Los atentados han provocado una pausa en lo que Vila-Matas denomina “el monotema catalán”. “Ha sido reconfortante ver caras nuevas en televisión y escuchar a auténticos especialistas hablando de las cosas verdaderamente importantes. Aunque luego han vuelto los tertulianos y el repunte de lo local”, opina.
Desde el punto de vista novelístico, en el procés catalán ve a “una serie de personas que tratan de mantener su puesto de trabajo”. Y añade: “Cuando más dijo lo de un sol poble, alguien entendió un sol moble. Y ese mueble es la poltrona”.

Lo que hay que leer, en palabras del autor

¿Tiene un canon Vila-Matas?
“Sí, pero no quisiera dar la impresión de ser intransigente. Es un canon de 10 ó 12 nombres que he ido construyendo, a la manera del que creó Borges con Stevenson, Wells o Chesterton. Ahí están Robert Walser, mi héroe moral; Marcel Schwob, Borges, Alejandro Rossi, Raymond Roussel, Perec… Mi manera de hacer crítica literaria es proponer un canon no ortodoxo desde la narración. Es lo que he estado haciendo desde hace tiempo”.
“Mi rechazo a según qué no significa que no pueda leer, y con mucho gusto, cosas como la novela del XIX”, matiza el novelista. “Simplemente, pienso que eso está ya hecho y que lo que toca es buscar cosas nuevas. Madame Bovary ya está escrita, y de manera perfecta. Lo que no me gusta es lo que viene años después copiando su estructura”, remata.