EL TALENTO HONDUREÑO Y LO PRESTADO

NO sabríamos decir cuándo o qué fue lo que ocasionó que la autoestima nacional cayese tan hondo. Al colmo de perder la fe en los hondureños y en su ingenio, como los únicos capaces de impulsar el avance que el país ocupa para salir de su ingrata postración ¿Cuándo sería que inició este proceso deformador de los valores internos, de dudas y de sospechas hacia todo lo nacional, para cómodamente recostarse en la pericia ajena? No que se deba prescindir de ejemplos o de la prerrogativa de aprender de otros si lo limitado de que dispone el país no sea lo mejor; pero no al extremo de despreciar lo nuestro. De lastimar el orgullo nacional, hasta humillarlo. Como si hubiese patente a ese nocivo resabio de descalificarlo todo –no hay figura confiable, ni compatriota capaz, ni persona honorable– mientras se mira con reverencia a cualquiera o a cualquier cosa traída del exterior. Cuando aquí abunda el talento necesario para analizar, diagnosticar e idear nuestras propias soluciones a los problemas nacionales.
Para que el país, aparte de la dependencia inveterada en los préstamos y en los recursos asistenciales de la cooperación internacional, también deba subordinarse a que gente extraña venga a inmiscuirse en las cosas internas que solo compete a los hondureños. No hay cambio institucional que se intente impulsar que no requiera de asesores extranjeros. Las lumbreras esas son necesarias en toda comisión gubernamental que se organiza para elaborar esos documentos. El acompañamiento y las veedurías externas ya cobraron carta de ciudadanía –como una especie de admisión que aquí solos poco podemos hacer–impulsada por la academia que exige la intervención cada vez que se presenta un conflicto. Se precisa de modelos prestados; la política fiscal y monetaria es un cóctel de recetas obsequiadas por burócratas internacionales de los organismos financieros. La fatalidad es que esta degradación se esparce como virus pernicioso que amenaza deshilachar el tejido político y social de la nación. Los constituyentes, al solo despertar del reciente ensayo democrático, redactaron una Constitución imperfecta, pero hondureña. Tomando lo esencial de otras constituciones que tuvo el país –no de modelos dizque incorporando las modernas tendencias, dictada por extranjeros– y de los modestos aportes, acorde con nuestra historia e idiosincrasia, surgidos del consenso político de las fuerzas representadas, elegidas como expresión inequívoca de la soberanía popular. (Para algunos aquello no sirve, porque lo bueno sería supeditarse a la impetuosa erudición de gente ajena).
Más adelante se realizaron reformas para subordinar el poder militar y policial a la égida del poder civil; como cambios trascendentes al sistema de justicia y procesal. Todo ello fue el resultado del estudio de comisiones integradas por nacionales y de decisiones propias –de lo cual puede dar fe nuestro estimado amigo de la cátedra en la UNAH, ya que, como respetable funcionario, participó en ellas junto a varios de sus colegas (“Chemita” Palacios, Edgardo Dumas, Cáceres Castellanos, German Leitzelar, Ramos Soto, entre otros)– sin tutelas exógenas. Solo por el prurito de los contrastes. Otro proyecto de reformas –auspiciado por un metiche del PNUD y de sus compañeros domésticos de parranda– más tarde fueron el foco de los conflictos políticos que sufrió el país. El plan de Reconstrucción y Transformación Nacional presentado a los grupos consultivos –en procura de la asistencia solidaria– cuando la geografía territorial fue desfigurada por el siniestro natural más violento del siglo pasado, fue elaborado por hondureños; para asombro de la comunidad internacional que el país –con la concurrencia de su familia unida y dispuesta a vencer la adversidad– fuese capaz de confeccionar su propio programa en medio de la emergencia. Igual –en cabildos abiertos en todo el país– fue consensuada la Estrategia de Reducción de la Pobreza, programa de inversión social necesario para obtener la condonación de la deuda que, tristemente otros despilfarraron. Y hay otros ejemplos –incluyendo muchos en la actualidad– cuando el país ha tenido que valerse solo definiendo sus propias rutas y encarando sus desafíos. Así que de poderse, se puede, si se quiere.