Semana Santa

Por: Benjamín Santos
Deseamos, de entrada, que quienes van a viajar fuera de su lugar de residencia, regresen sin novedad. Ahora que se ha pasado de la Semana Santa a las vacaciones de verano, no solo se trata de un cambio de nombre. El martes de carnaval, festividad de origen pagano, antes del miércoles de ceniza, obedecía a que de alguna manera se diera rienda suelta a las pasiones de la carne de donde procede el nombre, a fin de entrar a la preparación de la cuaresma con espíritu contrito en un ambiente espiritual. Ahora el ambiente de carnaval, que terminaba un día antes del miércoles de ceniza, se ha extendido con cierta moderación a toda la Semana Santa bajo el nombre de vacaciones de verano. Los sectores religiosos más conservadores echan de menos la solemnidad y concurrencia de los actos con los cuales se celebraba la semana consagrada a la muerte y resurrección de Cristo. Otros más moderados no ven que sea excluyente la conmemoración de la Semana Santa con el ambiente festivo de las vacaciones de verano con su despliegue de viajes, fiestas y toda clase de diversiones. Y quizá sea la actitud más prudente ya que sería nadar contra la corriente querer volver al espíritu de los días grandes de antes cuando todo lo que no fuera participar en los actos religiosos era prohibido.
Recuerdo mi niñez. De ocho años me mandó mi padre, (que era de aquellos formados bajo el lema de que quien manda no suplica) con dos bestias cargadas a dejarlas al pueblo con el maíz, los frijoles, la leña y todo lo necesario para los tamales pisques, nacatamales, sopas de gallina, porque en cuanto a mariscos en Ocotepeque solo se comían los chacalines salados que venían de El Salvador. Era un Martes Santo y recuero el viaje, porque tuve que recorrer 32 kilómetros de ida y regreso en poco tiempo, ya que había que regresar el mismo día a pie para amanecer en los actos religiosos. A partir del miércoles no se podía hacer otra cosa. Y además lo recuerdo, con la cantidad de leyendas y prejuicios que le inculcaban a uno de niño. Todavía juro que oí la carreta bruja, vi el cadejo y oí las carcajadas de la sucia. Al llegar a la montaña, casi de noche, tuve que recorrer de nuevo a oscuras los 16 kilómetros de regreso al pueblo por las veredas que recorríamos con frecuencia. Participábamos en todos los actos y procesiones hasta el Domingo de Resurrección sin hacer otra cosa, porque hasta jugar y reír era prohibido para no ofender a Cristo crucificado.
Eran otros tiempos y otras costumbres, pero aún en las vacaciones de verano vale la pena dedicar tiempo a reflexionar sobre la vida, pasión, muerte y resurrección del Ungido, que eso significa Cristo. Así lo exige nuestra pertenencia a la cultura occidental impregnada de cristianismo, aunque nuestras creencias se aparten mucho de ese credo religioso. En la cultura popular se piensa que Dios es un titiritero que domina nuestros ser, pensar y hacer de manera que hay que echarle la culpa de todo lo bueno y lo malo que nos ocurre. Cuando no es Dios, echamos la culpa al destino o a la mala suerte, pero en todo caso a fuerzas superiores a nuestra voluntad. Se nos olvida que fuimos creados con inteligencia y voluntad libre, esencia de nuestra dignidad, de manera que cada quien es el constructor de su presente y de su futuro con sus decisiones que incluyen la  superación de los condicionamientos ambientales. Dios ayuda, pero no nos sustituye en la responsabilidad de conducir nuestra existencia.
Aunque mi familia y yo no hacemos turismo en Semana Santa, nada tenemos en contra de quienes lo hacen, aunque sea con grandes sacrificios financieros. Lo único de lamentar es que, pese a los controles que establece la autoridad, aumentan los accidentes y las muertes por otras causas. Fácilmente la alegría se vuelve tristeza por un descuido propio o ajeno o por cualquier exceso. Muchos de esos lamentables acontecimientos trágicos podrían evitarse cuidando caer en excesos en la velocidad, la bebida y la droga. En vista del refrán que el que por su gusto muere, aunque lo entierren parado, lo más lamentable es que sufran las consecuencias los niños que se entusiasman con todo lo que es diversión en compañía de sus padres que no siempre mantienen el cuidado  necesario para su propia seguridad y bienestar. Buen viaje, que Dios los acompañe y que regresen bien.
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