Los frutos de la adolescencia

Por: Carlos A. Medina R.

El Fondo de Población Mundial de las Naciones Unidas ha manifestado que Honduras ocupa el segundo lugar en Latinoamérica en cuanto al número de niñas adolescentes embarazadas y futuras madres, honor que nos entristece enormemente, pues nuevamente se nos coloca a la zaga de los países del continente; las estadísticas que siempre son frías, no demuestran en realidad las consecuencias dolorosas de una tasa tan alta de embarazos en niñas que deben estar estudiando,  y algunas otras todavía jugando con muñecas.

Todos los seres humanos en nuestro camino al crecimiento físico y fisiológico vamos cambiando nuestro armamentario hormonal de glándulas que después de estar quietas en la niñez, se convierten en productoras de hormonas que fueron creadas por el Ser Supremo para la continuación de la raza humana, pero en todos los países civilizados, en donde el núcleo familiar es fuerte y la educación formal es competente, usualmente las mujeres esperan hasta completar sus estudios superiores y cumplir edades responsables, para engendrar nuevos seres humanos.

Actualmente en muchos países del mundo y en nuestro continente, la tasa de fecundidad ha disminuido de tal manera que una mujer engendra de uno a dos hijos como promedio, y por supuesto, esto tiene mucho que ver con la economía personal o de su núcleo familiar, y en su totalidad, con el crecimiento económico y desarrollo social de los países. Es de todos conocido que cuando la tasa de fecundidad es más alta que el crecimiento económico, los países se mantienen  en una pobreza sempiterna.

En nuestro país era un orgullo para una mujer engendrar hasta 20 hijos en tiempos pasados; en la familia de mi padre, mi abuela engendró 10 hijos. En el hogar de mi padre y madre solo nacimos  cuatro hijos, y mis hijos decidieron por dos vástagos en cada núcleo familiar. Esta disminución en el número de hijos ha permitido una mejor educación superior y un crecimiento económico más favorable. Todos en el núcleo familiar formalizado, han engendrado hijos después de haber culminado sus estudios superiores.

La pregunta clave en la estadística de las Naciones Unidas sobre nuestro país en ese aspecto, es porque esas horrorosas cifras se suceden en nuestra nación, e indudablemente la razón primordial es que la mayoría de estas niñas adolescentes vienen de hogares desintegrados o de familias en donde campea la pobreza, la degeneración y el vicio, y queremos ser claros, que la educación formal no es el único antídoto para que una niña de 12 años salga embarazada, porque hay muchas mujeres salidas de la secundaria que desesperadamente buscan un macho para satisfacer sus necesidades fisiológicas y calmar el exceso de sus hormonas.

Con raras excepciones, las adolescentes pueden por sí solas calmar el efecto de ese torrente de hormonas sexuales que invaden el cuerpo humano. La mayoría, si no son controladas dentro del núcleo familiar, el efecto es un embarazo precoz. En otras palabras, es en el seno de la familia  en donde se siembra un código de moral y ética en cuanto al aspecto sexual, y se alivia además esos efectos hormonales con la práctica del deporte, el cultivo de la religión y la disciplina que impone un hogar cuyos padres desean que sus hijos hagan las cosas en el momento y la edad apropiada.

Felicitamos a la primera dama de la nación por su campaña educativa sobre los aspectos sexuales de los adolescentes en las escuelas y colegios, que creemos vehemente debe abarcar a las madres y los padres de estos jóvenes. Las iglesias también deben comprender que aunque Dios dijo “Creced y Multiplicaos”, también nos dio un cerebro para ser animales racionales y entender que debemos ser eso -personas racionales- y no animales salidos de la selva. La educación sexual debe ser enseñada en el hogar, escuelas y colegios con el mismo empuje que le damos para que aprendan matemáticas y español.

El varón, la otra variable en la ecuación, también debe recibir un proceso educativo para que comprenda que su “machismo” no solo está concebido para romper el himen de las adolescentes, sino para ser hombres que deben comprender que cada acción irregular trae una consecuencia dolorosa, y debe aprender a ser responsable en todos los actos de su vida. La madre soltera, por lo general, no puede educar a sus hijos y en el campo conforman el “lumpem del proletariado”, y en las ciudades los ejércitos de maras y pandillas. La honrosa excepción es que una madre soltera eduque hijos productivos o profesionales distinguidos.