Del plato a la boca, se cae la sopa

(Arte culinario)

Por Patricia D’Arcy Lardizábal

Me decía mi abuela Edith, que cocinaba para todos sus nietos, con gran cariño, agregándole especies de amor y recomendándonos que cuando tomáramos la sopa, que lo hiciéramos con cuidadito suavemente, no con la cuchara de punta sino “canteadita la cucharita”, pues al llevarla a su destino nos quedaríamos sin el delicioso líquido, además que esa era la manera correcta de hacerlo.

Se nos quedó grabada esta recomendación, y siempre que saboreo un plato de sopa me acuerdo de ella. De igual manera, me decía que cuando comiera pescado que lo espulgara bien ya que se me podía trabar en el esófago una espina y nos podíamos morir, es más hasta ya adolescente nunca pude comer pescado entero pues lo desmenuzaba con el tenedor hasta hacerlo una especie de pasta para poder comérmelo. Me corregía para estar consciente que el pescado nunca se parte con cuchillo.

Recuerdo especialmente, sus famosos tamales, que sus numerosas amistades le encargaban un mes antes y que era su “hobby” o pasatiempo, cocinarlos en unos grandes barriles que compraba en las abarroterías ya vacíos del aceite de oliva y otras delicias que la tienda de abarrotes “La Esperanza” de don “Teodoro Krone” se los vendía a mitad de precio para que ella en el extenso patio en medio de nuestra casa a las cinco de la mañana, se levantaba y comenzaban sus empleadas a atizar los barriles con los leños de roble, previamente encargados y que solían venir amarrados con cabuya sobre unos burros que apenas podían caminar y así preparar la masa, con manteca de cerdo, recado, papas, aceitunas y con amor, mucho amor.

Las quesadillas de mi abuelita eran famosas y casi todas nuestras parientes las esperaban como regalo de doña Edith, envueltas en papel celofán con un gran chongo rojo; las confeccionaba con mantequilla escurrida y harina de arroz, los demás ingredientes, solo los sabe mi hija mayor María Eugenia, que es a quien le encanta la cocina y que mi madre por ello le dejó como regalo al morir todas sus recetas y las heredadas de mi abuela, escritas con esa letra “palmer” tan linda que parecían dibujos de grandes pintores; y para complementar el regalo, les hacía acompañar, envuelto con hojas de plátano en una cajita roja un enorme tamal. A sus amistades de “casino” les enviaba un “corte” (tres yardas de tela) que compraba donde Chela Facussé.

A mediodía en punto, empezaban a llegar los comensales, diz a visitarla, que creo era así, pero también a saborear su cocina con esa sazón tan especial que ella le agregaba. Se sentaban a la mesa, Arístides Girón, Jorge Coello, don Yanuario Landa Blanco, Lucas Paredes, Tito Fiallos, Gabriel Izaguirre, doña Joselina Del Castillo de Coello, doña Adela Zúñiga de Canales, don Miguel Brooks y su entonces esposa doña Reina, (amigos de mi abuelito) y otros amigos de mis tías, Rolando Agüero, Nayo Godoy, Saúl Pizarro, José Martínez, Daniel Fortín, en fin, consumían y saboreaban sus exquisitos manjares y su famosa “sopa” de mariscos.

Se me viene a la mente que había en ese tiempo dos políticos de diferentes partidos (Liberal y Nacional), ambos amigos de la familia, que en cuanto se sentaban a la mesa y les servían la sopa, comenzaban a “darse tacos” de que: “Nosotros vamos a ganar y el otro, te equivocas, nosotros tenemos más propaganda”, y así seguían, eternamente, hasta que mi abuela, gran platicadora y observando nada más, pues ya venía el plato fuerte, les decía: Miren, ustedes amigos, en política nunca se sabe, porque “del plato a la boca se cae la sopa”.

Gran enseñanza la experiencia culinaria con la política: mi suegro Enrique Ortez Pinel decía: que la política se parece al arte culinario: “Todo es cuestión de tiempo y cantidad”; si metes al horno un trozo de carne y lo sacas antes de tiempo, te sale crudo y si lo dejas mucho tiempo te sale hecho carbón; a su vez si le hechas mucha sal te queda salado y si no le hechas la sal necesaria te queda insípido.

Ya avizoramos a lontananza la escogencia del candidato que podría suceder a Juan Orlando Hernández (si no se reelige), como presidente de este país, que tanto necesita de un buen estadista.

No tardan las compañías televisoras y los medios de comunicación en lanzar su precandidato y torturarnos con corridos tipo “Tigres del Norte” y concentraciones de políticos, que años ha, traían para entretener al pobre pueblo pobre, integrantes como “Paquita la del Barrio y Marco Antonio Solís”.

Me comentan amigas y amigos, tal o cual persona podría ganar por la enorme cantidad de personas que podrían reunir los precandidatos; Enrique mi esposo insiste en decirme: “no te equivoques, las concentraciones no votan”, vota el pueblo que tiene hambre; tampoco votan por la intoxicante propaganda de anuncios de candidatos en la pantalla chica pues agobian y agotan.

Así es que yo le hago caso a mi abuelita Edith y, con todo respeto les transmito lo que ella decía: “Cuidadito con engancharse y creerse que la tienen ganada que “del plato a la boca se cae la sopa”.