Don Hernán

Por Roberto C. Ordóñez

El 18 de junio de 2004 tres sanmarqueños fuimos objeto de un reconocimiento por parte de la alcaldía municipal y del Club de Leones de mi limpia y siempre bella San Marcos de Colón.

Los tres homenajeados fuimos el abogado Hernán Cárcamo Tercero; el también abogado Ramón Ortez Abadie y este servidor. Los primeros mencionados ya duermen en la paz del Señor. El primero que falleció fue el más joven de los tres, el inolvidable Monchín. Lo siguió en su camino hacia lo ignoto el abogado Hernán Cárcamo Tercero y solo queda dando guerra este escribidor que ustedes, queridos lectores, tienen la paciencia de leer los lunes.

Por coincidencia, los tres éramos y yo aún soy, columnistas de “La Tribuna, Una Voluntad al Servicio de la Patria”.

Lógicamente, los tres nos conocimos en San Marcos de Colón. Con Monchín fuimos contemporáneos en la escuela primaria y después en el Instituto Central. Don Hernán fue mi profesor de español aquí en Tegucigalpa y siempre lo traté con mucho respeto.

Como en todos los pueblos, de alguna manera muchas familias están emparentadas y don Hernán conmigo indirectamente, pues su esposa doña Cordelia Calderón Turcios, que ya también descansa en la paz del Señor, era prima hermana de mi querida madrastra, mi inolvidable doña Lilia Corrales Turcios de Larios, que cocinaba para mí unos deliciosos platillos derivados del maíz tierno.

Don Hernán fue buen amigo de mi padre, con quien por ser vecinos sostenía interminables conversaciones, disfrutando del delicioso clima de San Marcos sentados en la acera alta de la casa del suegro de don Hernán, don Rodolfo Calderón (QDDG), durante el alba tardía contemplando los rayos iridiscentes del sol naciente por el cerro de El Portillo y por las tardes viendo los opalinos resplandores del ocaso ocultándose por el Chinchayote.
En Tegucigalpa y durante muchos años mantuvimos una amistosa relación por trabajar en el gremio bancario.

Debo contar una anécdota que refleja la honradez y rectitud de don Hernán.

Cierta vez un influyente político amigo mío me pidió que le recomendara a un abogado nacionalista para proponerlo como candidato a magistrado de la Corte Suprema de Justicia y como el abogado Cárcamo Tercero hacía trabajos ocasionales para la institución donde yo trabajaba, me acordé de él inmediatamente y lo llamé por teléfono, concertando una cita para el día siguiente.

A la hora señalada nos reunimos y hablamos sobre el asunto y al proponerle la cuestión me dijo, sin precipitarse y con su calma habitual, que le diera un tiempo para pensarlo. A los pocos días volvimos a encontrarnos y entonces me dijo que aceptaría la propuesta pero sin ninguna condición, ya que no quería adquirir ningún compromiso ni conmigo ni con los dueños de la institución financiera donde yo trabajaba.

Como es sabido, fue nombrado magistrado de la Corte Suprema de Justicia por sus propios méritos profesionales, pero como aquí es una costumbre, el político mencionado quería que alguien le recomendara a un nacionalista y me tocó a mí por casualidad hacer el mandado.

También sobra decir que nunca le pedí ningún favor y que desde que asumió el cargo de magistrado no volvió a hacer ningún trabajo para la institución financiera del cuento.

La última vez que lo vi y conversé con él fue en San Marcos, con motivo del reconocimiento que nos hicieron. En esa ocasión comentamos la publicación de mis libros “El Tayacán” y “La Molenderita” en los cuales recopilé algunos artículos míos publicados en “La Tribuna”. Él me dijo que pensaba hacer lo mismo, pues los artículos publicados en los periódicos son rápidamente olvidados por los lectores.

Comparto totalmente las opiniones del licenciado Juan Ramón Martínez y del doctor Dagoberto Espinoza, se me adelantaron en escribir sus artículos sobre el abogado Hernán Cárcamo Tercero.

Como creo que nunca es tarde para rendir honor a quien honor merece, lo hago en esta ocasión con la mayor sinceridad, aprovechando la ocasión para presentar a sus deudos mi más sentido pésame.

Que en paz descanse don Hernán, hombre probo, modesto, esposo y padre ejemplar y sobre todo un gran hondureño.

¡Hasta la vista querido maestro!