Calma faraónica

Por: Segisfredo Infante.

Soy un observador de la vida (especialmente de la vida espiritual), desde cinco ángulos indispensables del conocimiento, en el siguiente orden de prioridades personales, o íntimas: La Filosofía, la Historia, la buena literatura, la alta Teología y la ciencia en general, con algunos giros epistemológicos. Hago mis análisis políticos de coyuntura, desde tales perspectivas, que nunca olvido. Aun cuando prefiero los análisis estructurales y hermenéuticos, que sobrepasan las superficiales coyunturas de una semana, de un mes o de los ya consabidos cuatro años. Cuando he intentado discutir a fondo algunos problemas nacionales, regionales e internacionales, lo he hecho desde el tinglado del fenómeno de los macromodelos, modelitos y submodelos ideopolíticos y económicos, que me parecen centrales. Muy raras veces he individualizado las discusiones, por aquello de las innegables transitoriedades de la verdadera “Historia”, y también porque una parte de las personas involucradas directa o indirectamente en los temas, se dedican a repetir, en forma mecánica, fraseologías viejas o tal vez que se han puesto de moda, con escasas lecturas profundas de los involucrados, que por regla general, exceptuando las salvedades, se mantienen atrapadas en los estereotipos del momento, recurriendo, en algunos instantes, al expediente trillado de las ofensas personales canibalescas, alimentadas por el odio y el rencor, que según Ortega y Gasset, son “una emanación de la conciencia de inferioridad”, “que conduce a la aniquilación de los valores”.

Nunca me he metido a discutir problemas constitucionales o anti-constitucionales, en tanto que considero que ése no es, de ningún modo, mi campo de conocimiento. Pues casi nada conozco de derecho. Aun cuando sí manejo algo del constitucionalista francés Emmanuel Sieyes, pues recuerdo que él evitaba, con bastante sentido común, meterse en problemas estériles antes, en el momento y después de la revolución francesa, porque sus dirigentes habían adoptado la inhumana costumbre de calumniarse, fusilarse y guillotinarse unos a otros. Mucho antes de la crisis de junio del 2009, publiqué una serie de artículos encaminados a señalar los desafueros ideológicos de algunos protagonistas empeñados, por puros intereses individuales, en forcejear las circunstancias hondureñas, importando un submodelo ideológico ofensivo que casi nada tenía que ver con la historia anodina ni la idiosincrasia catracha. No me interesaba discutir el nuevo continuismo o anticontinuismo legal (o leguleyesco) de los hugochavistas de nuestro patio.

Lo que sí me interesaba, realmente, era el “asalto al poder” por parte de un grupito de individuos dogmáticos de escaso humanismo y de escaso nivel cerebral. Algunos partidarios fervientes del continuismo de Manuel Zelaya Rosales en aquel momento transitorio, hoy son “enemigos” insinceros de cualquier otro continuismo, fenómeno que suele ser normal en Estados Unidos de Norte América y en otros Estados democráticos de Occidente; excepto en sociedades como la de México y Suiza. Razón por la cual lo que verdaderamente me interesaba era discutir a fondo el modelo anticapitalista (pro-chavista) que conduciría, casi inevitablemente, a la destrucción total de la pequeña economía nacional; a un mayor empobrecimiento de nuestra población; a la elevación de la espiral del crimen organizado; a la pérdida total de la tolerancia ideopolítica; y a un empobrecimiento de la vida espiritual, como sucede en la mayoría de los regímenes totalitarios extremos, con la rarísima excepción de uno o dos casos; si es que los hay. Pero la gente evitaba dialogar sobre el modelo ideopolítico que se pretendía importar e imponer, porque a los actores principales no les convenía, en ningún momento, ahondar en sus agendas ocultas.

Por mi pretensión de dialogar sobre modelos y modelitos, experimenté gravemente la desgracia del Quijote de La Mancha cuando quiso liberar a unos galeotes encadenados y cargados de ingratitud, maldad y picardía. Muy pocos se solidarizaron conmigo en aquel momento. O lo hicieron tardíamente. Aparte de mis parientes y amigos más cercanos (y mi ex–alumno Pável Henríquez que salvó mi vida), se solidarizó conmigo Hugo Noé Pino, a pesar de sus inclinaciones en favor del malabarista “Mel” Zelaya Rosales, pues aquel silencio de insolidaridad fue ensordecedor. No obstante de mis llamamientos previos a la verdadera conciliación nacional, a partir de los planteamientos de Paulino Valladares, y sobre todo del conciliador Alfonso Guillén Zelaya, dos años antes que ocurrieran los sucesos del 2009. Recuerdo que uno de los censores vanidosos de hoy en día, experimentó cobardía, desde San Pedro Sula, ante la invitación a mi programa “Economía y Cultura”.

Para finalizar deseo traer a colación una actitud sugerida por Ortega y Gasset frente a los odios y amenazas ocultas de la guerra civil española: “nosotros, fugitivos de las modas y resueltos a vivir entre gentes apresuradas”, respondemos “con una calma faraónica”, que significaría, desde mi punto de vista, como la continuación de la serenidad de Hegel ante la dolorosa y “negativa” destrucción de las civilizaciones. Porque además de ello me considero un conciliador nato, sin renunciar a mis principios, y sin traficar con ellos.