Hasta pronto “Yofo”

Por Armando Cerrato

Implacable en su escogencia, la parca, se ha propuesto enlutar el periodismo hondureño, en el denominado mes del periodista, mayo, llevándose este año al quizás mejor monologuista e improvisador informativo que ha parido Honduras: Adolfo Hernández, más conocido como “Yofo”.

Con un estilo satírico, irreverente y si se quiere grosero, pero bien documentado, Adolfo iba a la yugular de los protagonistas de los temas tratados, por lo que fue muy admirado y odiado por muchos, que se han quedado con la duda de si tendría o no la documentación que siempre dijo estaba en su poder autenticada por abogados de su confianza.

Le conocí ahí por 1953, junto a Adán Elvir Flores, pues fuimos condiscípulos en distintas secciones en la Escuela Urbana de Varones Lempira de Comayagüela, sin sospechar por aquellas fechas que en un futuro pesaríamos destacándonos en el periodismo nacional.

Adolfo se fue por la vía del periodismo deportivo, radiofónico, saltó luego a información general, pasó a la televisión y en el campo impreso llegó a ser director de diario El Periódico y El Poder Ciudadano.

Se vanagloriaba de ser muy amigo de la gente de la denominada clase alta del país, expresidentes incluidos a los que dijo haber prestado asesoría en muchos temas sobre todo en los relacionados con la publicidad y propaganda de sus regímenes.

De origen humilde, “Yofo” era ampuloso y siempre que podía hacía ostentación de sus relaciones con personajes de renombre entre el empresariado nacional, el mundo político y la farándula de altos vuelos.

No bebió ni fumó nunca, aunque siempre se quejó de su sistema metabólico, sumamente lento, según algunos de sus médicos y confesión que me hizo en una de esas tantas tertulias informativas que compartimos como reporteros.

Decía que jugaba golf y tenis con jóvenes y adultos de la alta sociedad, especialmente con aquellos que le favorecían en el campo publicitario, pese a ello siempre fue regordete y esa condición le llevó a padecer de la mortal diabetes que al final de cuentas le mató tras arrebatarle una de sus piernas y dañarle órganos vitales.

En sus últimas apariciones en televisión, en Canal 36 Cholusat Sur, “Yofo”, relató, muchas interioridades de su paso por diversos medios y las intrigas de que fue objeto para salir de cada uno de ellos más por la pusilanimidad de sus propietarios que no supieron decir no a las malévolas peticiones de quienes se sentían perjudicados por su labor crítica informativa.

Su última producción “No se Deje”, sumamente mordaz, pasó por varios canales de televisión y finalizó en el 36, donde lo sostuvo varios meses de una a cuatro de la tarde, auxiliando su prodigiosa memoria con recortes de periódicos y apuntes históricos que guardaba en libretas de trabajo diario.

Adolfo murió resentido con el gremio periodístico nacional al que miraba con tal menosprecio que llegó a calificar de “melcocheros” a los informadores que por cualquier motivo, violan todas las normas éticas y se ponen a disposición del mejor postor, esencialmente del gobierno de turno.

En una reciente reunión de periodistas amigos, Adán y yo, hicimos un recuento de nuestra relación con “Yofo”, y en la balanza nuestra no encontramos contrapeso alguno, pues nunca hizo referencia negativa de nosotros, es más, reconozco, que a pesar de no haber cultivado una amistad fraterna, en una entrevista que le hicieron dijo admirarme como periodista lo mismo que a Adán.

Y, es que cuando yo, comencé a hacer mis pininos periodísticos en el recién desaparecido diario “TIEMPO”, un siete de noviembre de 1970, Adolfo y Adán, ya me sacaban como siete o más años de ventaja en las lides informativas.

Recuerdo muy bien tres anécdotas en las que nos enfrentamos muy paladinamente: Adolfo siempre me aparecía en las fotos que tomaba Napoleón Martínez para Tiempo, hasta que en un pie de ellas y en ocasión de la entrega de un premio a Brevé Martínez, le traté de novato intentando narrar la vida de un viejo buen periodista.

Luego mientras discutía asuntos del gremio con un grupo de colegas, Adolfo se nos apareció, haciendo gala de un Rolex que dijo ser de oro con números y agujas de diamante, a un costo aproximado de 25 mil dólares y que solo podían lucir, los más altos oficiales de las Fuerzas Armadas y él, que lo había recibido de regalo del alto mando.

De inmediato, sacudí mi brazo izquierdo para enderezar mi reloj de pulsera y le dije, mira de acero inoxidable, doce dólares en zona libre de Panamá, y marca las nueve en punto como el tuyo de oro. Un no jodás voz Armando, fue su respuesta y se marchó.

En otra oportunidad me lo encontré en la antesala del despacho presidencial de Rafael Leonardo Callejas, del que era gran amigo y consejero, cuando me vio llegar de inmediato indagó qué andaba haciendo, le dije que recogiendo una donación del presidente para la Escuela de Periodismo de la que yo era director.

Me dijo, no pidás para esos p… pedí para vos, sé que vas a comprarles computadoras, vas a ver que ni las van a usar ni te lo van a agradecer, si te da pena, yo le hago el planteamiento para que te favorezcas, vos te merecés una vida mejor y Rafael te aprecia y puede darte mucho, además solo lo vamos a saber los tres.

Le di las gracias negándole el hacer alguna gestión en mi nombre, misma razón que expliqué luego al presidente, y, a “Yofo”, para no herirle sus sentimientos, le dije que el conocimiento de un secreto entre tres público es, de solo dos solo Dios.

Creo que de ese gesto de integridad es que le nació su admiración por mi comportamiento gremial y respeto a mi trabajo periodístico que siempre le sorprendió especialmente porque sin ser especialista, más de alguna vez le superé en el campo televisivo. Descansa en paz Adolfo y hasta pronto.

Licenciado en Periodismo