El poder de un Presidente

Por Patricia D’Arcy Lardizábal

En el diálogo “República o del Estado” Platón presenta su idea del Estado o sociedad ideal. La sociedad está dividida en grupos atendiendo al modo en que cada uno de ellos debe satisfacer distintas necesidades básicas: la función de los artesanos es crear los bienes (alimentos, vestidos, instrumentos)… que todos los hombres puedan necesitar; los guardianes o guerreros se encargan de la seguridad del Estado, de mantener el orden interno y defender al grupo de las agresiones externas; finalmente, los gobernantes deberán promulgar las leyes y establecer la justicia entre todos los miembros. Pero la figura del rey-filósofo aparece como consecuencia de dos puntos de vista fundamentales en la filosofía política de Platón: su concepción autoritaria y su concepción intelectualista.

Platón hereda de su maestro Sócrates la idea según la cual no se puede hacer el bien si no se tiene un conocimiento explícito de lo que es el bien. En el mito de la caverna se señala con claridad que solo quienes hayan conocido  la Idea de Bien podrán ser capaces de dirigir correctamente tanto los asuntos privados como los públicos.

En la propuesta política no democrática y clasista de Platón los dirigentes deben educarse desde muy jóvenes en las distintas ciencias, en el esfuerzo físico, y en la práctica de la virtud, y cuando hayan alcanzado la madurez -que Platón situaba en los cincuenta años- deberán encargarse de las tareas de gobierno aquellos que más se hayan acreditado en sus capacidades morales e intelectuales.

Platón vivió cuatro siglos antes de Cristo, pero su definición de los requisitos que un jefe de estado debe reunir tiene aun mucho valor y seguramente podríamos identificar a personas en Honduras que encajen con la definición del filósofo griego.

Pienso que para gobernar se requiere ir un poco más allá de lo que señalaba Platón. Creo que un buen jefe de estado deberá, ante todo, entregarse con alma, vida y corazón al servicio de su país y de su gente, sabiéndose presidente de todos los hondureños, no solamente del partido en el poder.

Tiene también que ser un comunicador efectivo que transmita sinceridad, sin prodigarse, que sea buen organizador, para aglutinar a sus colaboradores y estructurar sus actividades efectivamente; capaz de estructurar e implementar políticas públicas efectivamente; saber discernir y filtrar sabiamente el enorme cúmulo de información que recibe y que posea una “inteligencia emocional”.

Los hondureños hemos madurado políticamente. Esperamos de nuestro Presidente mucha acción positiva y enérgica, urgente para enfrentar los problemas que nos afectan. Que priorice la educación y la salud del pueblo, sabiendo que un pueblo educado y saludable impulsará el desarrollo y colocará a nuestro país a la altura de los mejores. Que sea incólume ante las presiones de los grupos de poder, que hasta ahora han dominado la política hondureña.

Los hondureños esperamos todavía mucho de nuestro Presidente. Queremos que resuelva el problema de la violencia y del crimen organizado, no reprimiéndola brutalmente con acciones o leyes draconianas, sino con inteligencia y fuerza moral, dentro de un marco legal apropiado.

Deseamos sea firme en su lucha contra la corrupción que prevalece todavía en las entrañas más profundas de todo el sector gubernamental, estimulada por un sector privado acostumbrado a no competir con eficiencia, sino comprando voluntades de quienes tienen el poder de decidir.
En su trato con estados extranjeros, el Presidente debe ser claro en que la política exterior de Honduras es independiente. Y si bien agradecemos las muestras de afecto y solidaridad que recibimos de gobiernos amigos, no nos doblegamos a su voluntad, ni cedemos a presiones que se opongan a la democracia y voluntad de los hondureños.

El Presidente de la República ostenta gran poder. Pero debe ejercer ese poder con justicia y manteniendo siempre como centro principal de su mandato, el bienestar de la nación y de sus ciudadanos. Mucho de ese poder no está delineado ni limitado por la Constitución ni por las leyes de la República; en consecuencia, juzgarlo por sus excesos no es opción ciudadana, pero moderarlo y usarlo sabiamente, es un deber moral del mandatario.

El presidente que los hondureños deseamos, debe ser una persona de carácter sólido, capaz de enfrentar cualquier crisis nacional. Su carácter debe reflejar su capacidad para reaccionar bajo estrés, con integridad, fortaleza y solidaridad, sin egolatría, con humildad, (le pido a DIOS ponga su YO, bajo sus pies, Juan XXIII no lo logró).

Gobernar es saberse rodear. Un presidente debe rodearse de personas inclusive mejores que él, que le aconsejen sabiamente, y por el amor de Dios que sepa distinguir entre los serviles melcocheros y los que le dicen la verdad aunque le duela, pero quién tiene el valor de decirle al Presidente de Honduras lo que debe hacer? si ya él lo expresó en su discurso al tomar posesión de su mandato como Presidente de todos los hondureños: “Voy a hacer lo que tenga que hacer para recuperar la paz y tranquilidad de los hondureños”.

Estamos esperando todavía se cumplan esas lapidarias palabras, no pierdo la fe en su deseo de hacerlo Presidente, fallarle al pueblo es fallarle a Dios.