Alejandro Valladares

Medardo Mejía

Quiero despedir a Alejandro Valladares con unas cuantas palabras de cariño y respeto.

Con él fuimos amigos desde los primeros años de estudios. Nos reunió la literatura, pero más el esparcimiento. Alejandro fue un animado conversador, con un ingenio que chisporroteaba. En las ruedas juveniles ocupaba el centro, y sus chistes, salidas e invenciones quedaban para largo tiempo.

Pequeño, fue llevado por sus padres a los Estados Unidos e internado en un buen colegio. No le interesaron los estudios. Ya mayorcito, recorrió Europa y fue a matricularse a la Universidad de Madrid donde  empezó a estudiar Derecho. Pero más le gustó la tertulia de  Don Ramón del Valle Inclán, Marqués de Bradomín.

En España publicó un poemario, “Cantos de la fragua”, que se abre con un tríptico del poeta Francisco Villaespesa. Son unos bellos versos, sin jeroglíficos a lo Vallejo, tan imitados hoy.

Regresó a Honduras. A reír, contagiado de Cervantes, al encontrar en esta Honduras “bananaria” y “politicaria”, abundantes “bananarios” y “politacarios” con cerebro de “bananina”.

Reanudó sus estudios de Derecho en la Universidad de aquí. Se graduó. Por puro lujo. Para ostentar la profesión latinoamericana por excelencia. Y para algo más, después.

El que hablan no estaba en el país, pero debe haber sido en 1950 que fue reinstalado el diario “El Cronista”.

Alejandro Valladares, director y propietario de “El Cronista”, manejó el conjunto y se hizo cargo de la sección editorial que sostuvo con probado talento hasta el 29 de septiembre de este año.

En redondo, fueron veinticinco años de labor diaria.  Fueron veinticinco años de “cantos de la fragua”. Los martillazos de veinticinco años dejaron obra durable que oportunamente estudiará el crítico. El editorial de Alejandro es característico. Como a pesar de la abundancia de medios informativos, en Honduras vivimos carentes de información y hasta desinformados, Alejandro se inventó el editorial que contenía la información y aún de todas las ramas del saber humano para que el lector quedara plenamente instruido.

De otra parte, es sabido que Alejandro manejaba un castellano fácil, ligero, elegante y límpido como nadie lo maneja en Tegucigalpa. Esto lo sabía yo, y lo enfatizó Manuel Torres Endrina, viejo republicano, amigo mío, en una pasada que hice por México.

Aquí estoy diciendo adiós al último periodista auténtico de una Honduras que nunca pudo ser. A pesar de haber pasado tanto tiempo, Alejandro reflejaba en su hermoso y enfático decir el postrer reflejo de la Reforma hondureña, impulso propio de la clase dominante de este pueblo, que para desdicha se diluyó en el mar inmisericorde de las transnacionales.

Situó su periódico en el justo medio. Desde este mirador, defendió las libertades democráticas. Los derechos humanos. La autodeterminación de las naciones. Quería que Honduras fuera el país mejor organizado y menos explotado y vilipendiado de Centro América. Tal como Alejandro Valladares dirigía “El Cronista”, entiende uno que así deben ser los periódicos del país, y que el pueblo debe desconfiar de la  prensa que funda y fundaré el neocolonialismo, prensa de grandes negocios explotadores sin ninguna sensibilidad patriótica.

Alejandro solía repetir en sus editoriales y conversaciones la frase de Bolívar: “En el mundo ha habido tres locos: Jesucristo, Don Quijote y yo”.

Es claro que Alejandro no pudo ser Jesucristo ni Bolívar. Pero sí Don Quijote, y lo fue, al pensar y luchar desesperadamente por la salud de una sociedad humana, enferma y corrompida, que ya no tiene remedio.

Créanme, les ruego creerme, que despido con dolor a Alejandro Valladares, a un hondureño que acaba de pasar a la historia por haber influido durante veinticinco años en el país con la fuerza de su pensamiento generoso y, porque, tuvo además la cualidad de un parecerse a nadie.

Fuente: ARIEL. Septiembre de 1976.