Con sabor a lejanía

Por Segisfredo Infante

Podría tratarse de un lugar común, eso de hablar de lejanía. Pero el caso es que los buenos poetas, los cantantes refinados, los excelentes productores de películas y algunos reflexionadores sobre la esencialidad, marginalidad y transitoriedad de las cosas, intuyen y comprenden este fenómeno de la condición humana diminuta, en ligamen con las cartografías de los cielos y la tierra, ya que entre más lejano se localiza un punto del espacio, mayor fuerza cobra en el imaginario de la persona que se trate, esa dejadez de tristeza, inclusive de llanto, por estar impedido de aproximarse a ese lugar de los anhelos familiares o al lugar ucrónico y utópico de las ensoñaciones. Así transcurre la vida cargada de exterioridades y fingimientos. Pero el lugar soñado se aleja cada vez más de nuestras existencias, por lo intangible, por lo bello y por lo hermoso de lo que se busca, aun cuando esa búsqueda debiera conducir (pero casi nunca lo sabemos) hacia los paisajes más cercanos de nuestro propio terruño. O del interior de nuestro propio espíritu.

La lejanía debe adquirir varios significados según los códigos lingüísticos de cada persona, y según las nostalgias y añoranzas individuales. Un humilde campesino de a pie debe experimentar una gran lejanía entre una aldea de esta parte del río respeto del otro lado de la playa rocosa. Un hombre recluido en un pabellón hospitalario, debe percibir, por las ventanas, demasiada lejanía de los álamos erguidos que engalanan la distancia.

Esos álamos se vuelven inalcanzables, aunque se localicen dentro del radio de un  par de kilómetros desde la cárcel hospitalaria. Otros, por el contrario, piensan en distancias remotas de los países y continentes en donde habita algún pariente. O un recodo nostálgico, de un país innombrable, imposible de alcanzar con las manos y los pies. También podría tratarse de la estrella favorita de un aficionado a la astronomía. Y así sucesivamente.

Algo esencial falta en nuestras almas y espíritus que produce vacío, y que solo puede evocarse por mediación de la palabra “lejanía”. Ese solo concepto implica y explica nuestras orfandades más recónditas. A pesar de aquellos individuos que están en la capacidad de viajar y volar continuamente por todas partes, sin encontrar necesariamente lo que buscan. Ese algo es intangible y a veces lo atrapan los poetas y los mejores cantantes, como lo sugeríamos en el primer párrafo. Se me ocurre mencionar algunos nombres. Pienso en algunas interpretaciones del italiano Andrea Bocelli, cantando las letras y melodías de algunas de las más famosas películas del siglo veinte. Se me ocurren las baladas, con perfecta dicción, de la inmortal estadounidense Karen Carpenter. Vienen a mi memoria las canciones profundas, en su periodo de mayor madurez musical, del hindú-británico Engelbert Humperdinck. (Tenía que ser hindú para evocar tanta variedad y lejanía). Pienso en los detalles de los paisajes exquisitos de los montajes cinematográficos del productor italiano Carlo Ponti, como en el Dr. Zhivago. Llegan a mi mente los poemas lejanísimos del poeta chino, de la dinastía “Tang” (o “Dang”), Li Tai Po, un escritor andariego, pobre y solitario como el que más. Pienso en la soledad de los filósofos intentando atrapar, en el curso de los siglos, los enredijos hermenéuticos del lenguaje y la fugacidad del “Ser”.

Esto es importante en una época en que predomina, como lo hemos reiterado mil veces, la frivolidad, la superficialidad, el unilateralismo y la mala música (ciertamente pésima) que termina entronizándose en países orilleros como Honduras, en donde en ciertos momentos nos autonegamos incluso el derecho de escuchar una excelente melodía de Luciano Pavarotti; una área de María Callas; una interpretación de Alfredo Kraus. O una simple balada armónicamente equilibrada de los “Beatles” o de Charles Aznavour, para evitar demasiadas exigencias a los lectores y a la vida. Hay tanto ruido innecesario por doquier, que ni siquiera podemos escuchar con calma el sonsonete de los grillos y chiquirines, que subsisten inclusive en los alrededores de las ciudades.

Frente a la vulgaridad de cada día soñamos con situaciones lejanas; inalcanzables; intangibles. Excepto si tal lejanía se encuentra en el fondo de nuestro ser fotopensante. Que es donde primero tendríamos que buscar, como si fuera un largo y sinuoso camino oriental (también occidental) de búsquedas y desconciertos, que acompañan a nuestras indecisas existencias. Algo bello, por intangible que sea, debe estar como escondido en el sendero de la existencia de cada cual. Y ese algo cierto día emergerá esplendoroso!