LA PALOMA COJA

Por: Albany Flores Garca

Les puedo asegurar que no hay nada de mi vida que ustedes ya no sepan de la suya. Realmente no sé qué podría interesarles. Pero como sucede en la mayoría de los casos en que algo desea decirse, me excusaré pensando que de cualquier forma todas las historias merecen ser contadas, como todas las historias merecen ser contadas, como todas las vidas son historias magníficas.

De mí puedo decirles que jamás tuve nombre, pero me dicen Chayan; no tengo parientes, por lo menos que yo sepa, soy soltero, mimo y malabarista.

Ignoro por completo el lugar donde nací, pero he vivido dese siempre en las calles del Medina, y por qué no decirlo, en todas las calles y avenidas peligrosas de San Pedro Sula. Tuve un par de amigos desde la infancia, que por cierto fue hace mucho pues desde que recuerdo he sido siempre un hombre. Algunos por supuesto han muerto a menos de los locos, o de los mismos chepos, que son en realidad los verdaderos amos de la matanza y la tranza.

El año pasado, por ejemplo, se echaron al Vampi -mi querido profesor de piruetas y de trucos- que meciéndole de un lado a otro, casi a punto de caerse por todas las sustancias en su cuerpo, les gritó sus agrias verdades delante de todo el mundo.

El Vampi había sido ingeniero en su otra vida, cuando vivía con su familia en San Salvador, se sabía que hablaba en varias lenguas y que conocía una gran inmensidad de cosas; desde historia y política hasta economía y ciencia. Un día en que encontró a su padrastro dando puñetazos y dolor de su progenitora, el Vampi se encegueció de rabia, y le clavó catorce puñaladas en el estómago, los testículos y el corazón a aquel maldito abusador de mujeres; y desde entonces dejó de ser quien era. Fue luego de ese tiempo que llegó al país huyendo de su crimen, y fue entonces cuando conoció los mortíferos caminos de la prox, el tiner, el chemo, la mota, y un sinfín de medicamentos y sustancias enervantes, que lo llevaron al vacío y a la muerte.

Solía decir, cada vez que lo veía, que venía regresando de una misión ultra secreta de los gobiernos poderosos de la tierra desde los agujeros negros del espacio sideral, que cada vez que no se le veía por la cuadra del mercado era por la sencilla razón de encontrarse terriblemente ocupado ayudando al súper telescopio espacial Hubble en la difícil tarea de investigar la cuantiosa aceleración de gases que producían no solo los agujeros negros, sino también los agujeros de gusano, que como decía Hawking, comunicaban a otros universos diferentes y paralelos al nuestro. Y ya más excitado, decía que había ido hasta esos lugares en cuerpo astral como el maestro Rabolú, y que debía regresar para recuperar su motocicleta Ninja y sus enormes parlantes como música de Kiss.

Nosotros le decíamos al Vampi porque los años de la pox le habían dejado la boca sin la mayoría de los dientes, y solo le quedaban los amarillentos comillos superiores e inferiores, como a los personajes siniestros de las historias vampíricas de Bam Stoker. Quién sabe cuál sería su verdadero nombre, y a decir verdad no importa. Para mí siempre será el Vampi, mi profesor de piruetas y de letras; porque de antemano les digo que algún día no lejano seré un gran poeta. No crean que porque soy de la pobrería de estos barrios infernales en donde las personas luchan para no morir, soy necesariamente un tonto. Les puedo asegurar que desde que aprendí a leer, primero con el viejo Artemio y después con el Vampi, he aprendido a disfrutar de la poesía. Ese escritor que vende libros usados en el interior del mercado Medina también me ha regalado algunos, y dice que mi historia es como un libro, y que por eso merece ser contada. Por eso es que se las cuento, para ver si es cierto que tengo futuro con mi historia y mi poesía, como dice ese escritor. Ha sido él quien me ha llevado a Auden y a Rimbaud; y a tantos otros grandes que también me gustan. Pero el Vampi había sido en realidad quien más me había enseñado de las letras y la vida, hasta ese día en que ya no supo controlar su cólera contra los chepos, y al filo del rencor y el éxtasis les comenzó a gritar:
-¡Lanzichenecchi!… ¡Sbirri!… ¡Asesinos!… ¡Hijos de la gran puta!…

Y nadie contó con que tres días después de haberlo visto por última vez en los alrededores del mercado, el negro Tolentino lo encontrara muerto en su cuartucho, con el cuerpo morado y henchido en estado de putrefacción, y con la mitad izquierda de la cara totalmente desecha por la legión de gusanos.

Esa es mi vida en la ciudad, en esta ciudad en donde el desorden y la inseguridad están siempre latentes, en la ciudad más violenta del mundo. Es cierto que vivo solo desde los tres años cuando me abandonaron mis padres y me recogió el viejo Artemio, pero en realidad no miento al confesar que me da miedo todavía. Él me enseñó a jugar los malabares y a demarcar perfectamente mis gestos y movimientos de artista callejero, que es lo que más cerca estoy de ser, bueno, creo. Pero como el viejo se murió hace mucho, a mí no me ha quedado más que trabajar duro en mis actos para comer y vivir. Hoy, por ejemplo, hace un calor espantoso en toda la ciudad, y el flujo demasiado rápido del tráfico que no me ha dado chance de salir y presentarme al público para iniciar mi show, me ha dejado con cierto aire de tristeza por no haber hecho plata.

Qué lástima que ya no tengo al Vampi para que me presente a los espectadores, él sí que lo sabía hacer. Ya me parece escucharlo con esa voz ronquísima que se le conocía: “¡Señoras y señores, benditos ustedes y nosotros que tenemos la oportunidad de presenciar este espectáculo único, irrepetible, el espectáculo genuino de los dioses; con ustedes, el fantasista de las acrobacias malabares, el dios de la interpretación mímica; Chaayaaan Choollooones, el único artista que cholló el mundo!…” ah, ese loco del Vampi, ese sí que era un personaje, no como yo que soy solo un remedo.

Ahora ya no es lo mismo. Todas las cosas parecen haber cambiado desde entonces. La renta de la cuartería que no para de aumentar, la luz, el agua, hasta los maquillajes no cuestan lo mismo.

La vida se ha vuelto una absoluta mierda en esta ciudad, en este país. La muerte, la violencia, la corrupción, la pobreza, y la vida que ha dejado de ser vida para nosotros. Ahora lo que importa no es tanto vivir, sino sobrevivir a la ciudad y su inclemencia.

Ya les dije, y fui muy claro desde mi comienzo; no hay nada impresionante de mi vida que les pueda interesar. Nada extraordinario que les pueda sorprender. Tal vez deje la pox y los guaritos, y hasta tal vez la motita. Tal vez pronto cambiaré de opinión sobre mis sueños de poeta y escritor, pues no es raro en este tiempo que las personas cambien de actitud y de sentir rápidamente. Tal vez no deje nada o tal vez lo deje todo. Qué más da, qué importa.

Por lo demás, sepan que soy callado, huraño y pensativo. Que tengo una paloma coja que me encontré varada en el parque y a la que le hace falta su patita izquierda, que tengo trece años, que estoy en silla de ruedas porque jamás tuve piernas; y que mientras viva seguiré siendo el fantasista de los malabares y el dios de la interpretación mímica; el increíble, el incomparable Chayan Choollones; el único artista que cholló el mundo…