El insomnio del Padre Trino

Por: Julio Raudales

Es George Bernard Shaw a quien se atribuye la frase: “Mi educación fue muy buena hasta que me la arruinó la escuela”, con la cual el filósofo británico ironizó con sentido práctico acerca de los peligros que implica atenernos demasiado a los formalismos en lo referente a los aprendizajes y al uso adecuado de los saberes para conquistar la felicidad en la vida.

Pienso en esto a propósito de los estudiantes, esos a quienes José Martí llamó “Semilla de Patria” y en quienes debemos fijar nuestro mayor interés como sociedad, si es que deseamos de verdad una Honduras diferente y más buena en la posteridad.

Trato de meterme en sus anhelos, e imagino que era eso en parte, lo que el presbítero José Trinidad Reyes intentó forjar cuando en 1845 fundó la “Sociedad del Genio Emprendedor y el Buen Gusto” (nombre rimbombante quizás, pero no desprovisto de ambición y buenos deseos.

Me lo imagino allí, sentado en alguna piedra cercana a lo que hoy es el Parque Valle en Tegucigalpa, esperando a sus estudiantes para entrar a la primera sesión de reflexión y análisis sobre epistemología presocrática allá en el lejano 1845, cuando la patria era aún algo incierto y lejano a lo que hoy tenemos y a veces lamentamos.

Fue un par de años después, cuando el presidente Juan Lindo, quien ya había fundado la Universidad de El Salvador, nombró Primer Rector al mencionado sacerdote de lo que  se denominó la “Universidad Central de Honduras” y de cuyo seno se han abrevado las más ilustres personalidades de nuestra historia.

Llegué allí muchos, pero muchos años después, cuando en los estertores de la primera adolescencia, asumí con más temor que convicciones, el reto de alcanzar mis metas en la vida.

Aún recuerdo mis pasos trémulos y el andar inseguro de aquel lunes 2 de febrero de 1982, cuando al dirigirme al aula 110 del 4B a las 7 de la mañana, encontré un ambiente distinto al del cálido colegio: Allí el profesor Pablo Carías vociferaba con convicción, pero también con argumentos, que las condiciones objetivas y subjetivas estaban dadas para la revolución socialista y que pronto veríamos con alegría el tan anhelado cambio que arrancaría para siempre la pobreza y desigualdad de nuestras tierras. Era la clase de realidad socioeconómica y el comienzo del camino más feliz y esperanzador de mi vida.

Pronto nos dimos cuenta de que las cosas estaban lejos de ser lo que el Padre Trino, Valle y Morazán soñaron. Alguien, con armas, deseos aviesos y poco entendimiento, vino a arrebatarnos los sueños y a demostrar que las leyes, la constitución y el buen sentido, a veces no interesan si se tiene la fuerza y la venia de los poderosos.

Así transcurrieron los años 80, los 90 y buena parte del nuevo milenio. Nos tocó enfrentar con decepción y angustia la decadencia de un país y una universidad que, lejos de formarnos adecuadamente, parecía más bien envilecida por el Complejo de Saturno que lejos de cobijar, estaba empeñada en devorar a sus propios hijos.

Las cosas han cambiado y por suerte tenemos una institución que va caminando hacia sus sueños. ¡Debemos protegerla y velar porque siga transformándose! En la medida en que lo hagamos, la esperanza de un país diferente será cada vez más tangible.

Hoy, ya avanzado el siglo XXI, tenemos una institución en permanente transformación. Sigue llena de retos y cosas que hacer, pero ¿qué obra humana es perfecta? Lo fundamental es que hoy, lejos de lo que me tocó vivir en la juventud, contamos con una institución fuerte y provista de deseos de transformación.

¡La universidad es de todos y todas! Hagamos cada uno lo necesario para que siga siendo la semilla de la sociedad que anhelamos.

Economista y sociólogo, vicerrector de la UNAH y exministro de Planificación y Cooperación Externa.