John Morán, historiador estadounidense, enamorado de Honduras

Por: Juan Ramón Martínez

El sábado 9 de abril del 2016, en Nashville, Tennessee, Estados Unidos, dejó de palpitar el corazón inquieto de John Morán. Eran las 6:05, hora de allá. Como me escribió su hija Olga, en el último mes de su vida, paso muchas horas hablando de nosotros, sus amigos de Honduras.  Una cruel enfermedad, que le doblegó en pocos meses, interrumpió su tarea de investigador histórico indomeñable, frenó el ejercicio de cariño ilimitado por Honduras y su pasado histórico: y aumentó, su fuerte inclinación afectuosa, hacia un grupo de compatriotas, a los cuales, por su propia voluntad, se convirtieron en sus amigos. John Morán, fue hijo de John Charles Morán y Rachel Louise Morán. Había nacido en 1944.

Deja para quienes continúen sobre la brega, dos obras históricas importantes: la biografía de José María Medina (potente alegato en contra de la leyenda negra construida por los historiadores liberales reformistas en contra del caudillo fusilado en Santa Rosa de Copán, elaborada para desprestigiarlo y justificar su muerte)  y la historia de las relaciones de Estados Unidos y Honduras, en tiempos en que se impuso el crecimiento desmesurado de lo que sería la gran potencia del siglo veinte: los Estados Unidos y la declinación inevitable de Gran Bretaña, especialmente en el Caribe, en donde convergían los intereses de los dos países mencionados y el nuestro. “Potencias en Conflicto” es un libro que deben conocer los miembros del cuerpo diplomático hondureño para conocer como el Caribe se fue modificando como efecto del crecimiento de la fuerza de los Estados Unidos, a costa de la disminución del poder de Gran Bretaña. Y ver a Honduras en el centro, aprovechando o desperdiciando las oportunidades para definir su identidad.  Deja además, bastante investigación avanzada sobre la inmigración de los soldados sureños derrotados por los Estados del norte durante la guerra civil que concluyera en 1865, los que buscando evitar las represalias, se establecieron como inmigrantes en Honduras. Y sentado las bases de los que hoy es el barrio Medina de San Pedro Sula. Hay que esperar que su hijo, del mismo nombre; u otros amigos y discípulos del historiador fallecido, continúen esta labor investigativa en los archivos hondureños y de los Estados Unidos.

Potencias-en-ConflictoLa primera persona que me habló de John Morán fue Carlos Maldonado, entonces, diligente, acucioso y fraterno, –con quienes hacíamos investigaciones allí–, que se desempeñaba como director del Archivo Nacional. Me obsequio la obra de Morán en donde enfrenta, con valentía pasión y abundante documentación, a los historiadores liberales del siglo XIX, que para justificar el crimen cometido por Marco Aurelio Soto en contra del general José María Medina, se dedicaron a denigrarle en forma impúdica. Morán, emprendió la aclaración de la vida personal y familiar del denostado, mediante el prolijo análisis  del desempeño público del primero de los caudillos que se atrevió a pensar en un nuevo país. Y, a sentar las bases de lo que pocos años después, sería la Reforma Liberal. Después de leer el libro, pregunte por el autor. Maldonado me ofreció que cuando Morán llegara a Honduras, organizaría una toma de café y una conversación, para que lo conociera. Desde el principio me impresionó enormemente. Por apasionado, espontaneo y franco en sus expresiones, en las que, en los mejores momentos, intercalaba expresiones fuertes, propia de los hondureñismos más violentos e irrespetuosos. Y por  la prolijidad del uso de las fuentes, como el apasionamiento que casi nunca se encuentra entre los historiadores profesionales que son, normalmente tranquilos, para evitar que sus posiciones orienten sus juicios que deben ser lo más imparciales posibles. Después supe que era más bibliógrafo y bibliotecario, que historiador, por lo que podía salirse del cuadro en donde algunas veces languidece el talento y la imaginación de  muchos de estos trabajadores de la imposible reconstrucción del pasado.  Pues bien, John Morán tenía la capacidad de romper esta regla, en un extremo primero manteniendo la objetividad, en tanto que en el otro, por medio de la exigencia de la prueba, contundente, identificable y precisa, sostener sus posiciones algunas veces poco ortodoxas. Para usar ambas, como base para sus juicios terminantes. Además, tenía la virtud, como los enamorados de antes, de buscar y conquistar a sus amigos. Como vivía un tiempo del año en Estados Unidos y otro de La Ceiba, Honduras, cada temporada que se establecía en el país, llamaba por teléfono y buscaba la forma que nos reuniéramos con Carlos Maldonado e Ismael Zepeda Ordóñez, para hablar de la historia de Honduras. Inmediatamente antes, había hablado por teléfono con Julio Escoto su primer editor en el país, para después, visitar Tegucigalpa. Y reunirse con nosotros sus amigos. En los últimos años de su vida, se vinculó también con Nicaragua. Y por medio de Julio Eduardo Arellano, se incorporó como miembro de la Academia de Geografía e Historia de aquel país. Este honor le llenó de gusto y satisfacción que, compartió con nosotros inmediatamente. En mis archivos guardo la documentación que presentara a los colegas y amigos suyos de Nicaragua.

En la crisis del 2009, tomó partido por la democracia y la defensa del Estado de Derecho. Y por supuesto, igualmente hizo fila en la defensa de Honduras, ante los feroces ataques que era objeto por parte de casi todo el mundo. Con un español en donde introducía expresiones corrientes, comúnmente fuertes del habla popular hondureña, fijo en forma clara y precisa su posición. En mis archivos guardo sus correos electrónicos  en los cuales, desde Estados Unidos, nos daba ánimos para que resistiéramos las presiones del Departamento de Estado y no dejáramos que el honor de Honduras, lo manchara la OEA y sus vacilaciones entre la defensa de la verdad y  que nos opusiéramos a la subordinación hacia Chávez y sus acólitos hondureños. Demostró que era un republicano de derecha, — sureño en el cual se notaba como le supuraban dolorosamente los excesos de los gringos del norte —  demócrata irreductible y contrario sin vacilaciones hacia los dictadores y sus propuestas populistas, con una clara vocación amorosa para Honduras. Cosa que además, era normal: caso con Olga Cristina Robleda Castro, –nacida en La Ceiba– a quien conoció en Nashville, cuando estudiaban ambos en la Universidad de Peabody, que es parte de Vanderbilt. Se casaron el 17 de agosto de 1967, procreando dos hijos: John y Olga. John Morán trabajó en la Universidad de Murfreesboro en Tennessee. Luego, obtuvo una beca Fulbright, especializándose en bibliotecología. Terminados sus estudios, fue contratado por AID, para venir a Honduras a organizar la Biblioteca del Banco Central de Honduras, y la de la FHIA de Tela, Cortés. También trabajó en el CURLA, de La Ceiba, ordenando y modernizando la biblioteca de ese importante centro de estudios universitarios de la costa norte. Y en la misma ciudad de La Ceiba, trabajó en la escuela de Mazapán como profesor de inglés y se encargó también de organizar y enriquecer la biblioteca de este importante centro de estudios secundarios de aquella ciudad. También, trabajó un tiempo en Prentiss Hall en Magee, Mississippi, Estados Unidos, destacando en todos los lugares en donde prestó sus servicios, por su laboriosidad y lealtad al oficio de la conservación de los libros y los documentos, que contienen la memoria de las sociedades e instituciones.

Fue enterrado en Nashville, Estados Unidos, dentro de los ritos católicos, fe a la cual fue leal practicante durante toda su vida. El querido amigo, investigador, con el cual publicamos, con el apoyo de Ramón R. Izaguirre, “Potencias en Conflicto”, “Honduras y sus relaciones con los Estados Unidos y la Gran Bretaña en 1856 y la no aceptación del Cónsul (estadounidense) Joseph C. Tucker” – libro que debe ser usado como texto para aprender de los hechos del pasado, y como configurar una política exterior moderna, en donde lo importante sea la defensa de los intereses de Honduras–, vivirá en sus obras y en el recuerdo de los que lo conocieron y le quisimos bien. Como se lo merecía. Porque John Morán era un gran hombre, un gran amigo y un gran hondureño, medio gringo, de carta cabal.

Tegucigalpa, mayo 9 del 2016.