Renovación de las bases estructurales desequilibradas

Por Marcio Enrique Sierra Mejía

Si algo se debe reconocer es que a pesar de todo, el Presidente Juan Orlando, se niega a aceptar que el país no tenga la capacidad para superar su atraso económico como una especie de destino inevitable. Continuamente desde que inicia su mandato, y en las formas más inesperadas, surgen en él lo que se puede definir popularmente como voluntad de desarrollo. Vale mencionar solo los casos más recientes, destacando el programa de inversión 20/20, que al contrario de otros expresidentes, se compromete con el crecimiento económico del país y una ideología social de mercado que favorece la apertura externa. Por otro lado, mientras en gobiernos pasados la indiferencia ante el desorden y la corrupción fueron signos galopantes del sector transporte, el actual gobierno rompe la norma con medidas heterodoxas para controlar el descalabro en dicho grupo empresarial. Vemos también la decidida voluntad de desarrollo que evidencia JOH al favorecer y apoyar la reestructuración de la Policía Nacional, tomando medidas impensables en pasadas administraciones gubernativas. Con igual actitud, se mantiene la disciplina fiscal respecto al manejo de la política macroeconómica.

En el campo de la infraestructura la voluntad de desarrollo se manifiesta en las formas de proyectos gigantes en proceso, tales como el proyecto del nuevo aeropuerto en Comayagua, el proyecto del Corredor Seco que se había estancado y que supone la nueva vía alterna para hacer más eficiente el tráfico comercial pesado entre El Salvador, Nicaragua y Cortés, los proyectos de reservorios de agua que mucho hablaban de ellos pero no se ponían en ejecución. Y por allí también avanzan otros proyectos gigantes con el apoyo directo de gobiernos amigos que apuntan al desarrollo de la zona sur en la que quieren concretar un centro logístico y turístico de enormes repercusiones socioseconómicos y en las zonas de Olancho y Trujillo. Gracias a la cooperación técnica directa de países como Taiwán y Corea del Sur.

Empero todavía falta mucho por hacer. Y ante el tremendo esfuerzo que vemos realizar en la ejecución de gigantescos proyectos las soluciones aún son relativamente insuficientes. No obstante, tales esfuerzos el fantasma de la incapacidad para transformar la economía destella con fuerza, y la renovación de las bases estructurales desequilibradas, se emprende con mediana efectividad. Como si el espectacular esfuerzo de inversión demostrado en estos últimos dos años, fuese una máscara, para enfrentar factores de rigidez y deformación ampliamente difundidos en nuestra realidad.

El Estado hondureño (más allá de los gobiernos específicos) a pesar del buen protagonismo que tiene actualmente en la promoción de políticas públicas, demuestra al mismo tiempo, una pasmosa actitud para hacer frente a los grandes retos de cambio estructural en varias partes del país. El régimen de tenencia de la tierra aunque se ha suavizado sigue presentando limitaciones que posibiliten la apertura de obras de desarrollo agrícola en favor de las grandes masas campesinas. En el desarrollo local no se ven transformaciones reales y los poderosos poderes locales siguen imponiéndose.

He ahí una combinación interesante: Estado fuerte en los grandes proyectos, estado débil en los pequeños proyectos que implican el cambio en el comportamiento de los sujetos económicos. Estado fuerte para añadir potencial productivo al país, estado débil donde se necesita modificar los esquemas de funcionamiento tradicional de las estructuras productivas establecidas. Tal pareciera, más fácil modificar los datos cuantitativos del proceso económico que cambiar los comportamientos de sus agentes.

En nuestro país, existen muchas necesidades sociales profundas al nivel del tejido social comunitario que está formado por instituciones tales como la familia, las escuelas, las iglesias, las asociaciones de pobladores o equivalentes, prácticas cotidianas de cooperación como puede ser el apoyo para organizar cadenas de valor con productores de frijol u otros productos de la canasta básica. El otro tejido social intermedio poco atendido es el de la cohesión social. Las entidades locales, las costumbres, los símbolos colectivos que nos identifican como ciudad o región más allá del contexto inmediato, así como las identificaciones con gremios, grupos culturales o equipos deportivos. Importante a este nivel son las instancias medias de participación y representación como lo son las cámaras empresariales, agrupaciones gremiales y asociaciones deportivas y culturales. Y en el último nivel del tejido social tenemos a las grandes instituciones como la cultura de legalidad, la representación social en la vida pública, el espacio donde se construye y significa el pacto social que nos hace o no, sentirnos parte de Honduras y de una sociedad en conjunto, es decir las instituciones gubernamentales.