De sacrificios y cobardías

Por: Juan Ramón Martínez

Freud decía que lo que mueve al ser humano es el sexo. Marx, la lucha de clases. Adler, la búsqueda del poder y Frankl el “sentido último”. André Glucksmann, ha dicho en su último libro “Voltaire Contraataca” que “la resistencia al odio es el gran motor que mueve a las sociedades”. El ser humano es tan complejo  e inestable, en lo individual y colectivo,  que de repente, cada uno de los autores citados tenga razón, para explicar una parte de la historia humana. Pero, al margen de esta discusión que puede lucir académica y pedante, hay que señalar que en las relaciones humanas, en el interior de sociedades como la nuestra, el pequeño motor  -porque el movimiento es mínimo, una vez que la guerra civil ha sido momentáneamente eliminada de las opciones para lograr el control del gobierno- es la búsqueda del poder a través de  la política. Los políticos, los empresarios y las personas comunes, lo que buscan es respeto que, no es otra cosa, para efectos de este análisis, que expresión de poder. La frase que oí en Olanchito hace muchos años a Santos Reyes, enojado, “no me quiera; pero respéteme”, me aclaró muchas cosas definitivas, en la comprensión de la realidad.

Pero ocurre, hay partes de la población que renuncian al poder  -entregándolo a los caudillos, a los empresarios, a las personas dominantes, a los burócratas y a los extranjeros- como fórmula de sobrevivencia. Hay segmentos de la población, inmersas entre las garras de la pobreza que exageran sus debilidades para provocar compasión. Y recibir a cambio, subsidios, permisos y regalías. Lo que es más raro, pero observable en el curso de la historia, es la renuncia a la búsqueda del poder por partidos políticos que, por su propia naturaleza, han sido constituidos para la competencia, la lucha y su logro. Es el caso de la Democracia Cristiana  -que creamos en 1968, posiblemente en la comisión del segundo error más importante de mi vida, justificable por mi juventud- que desde cuando Corrales popularizara una frase de carpinteros que después otros han introducido en el lenguaje político: el “partido bisagra”, ha renunciado de manera natural a la búsqueda del poder. Contentándose con las migajas que se caen de la mesa rebosante del TSE y del Registro Nacional de las Personas, en donde Lucas Aguilera y sus achichincles, las consumen en forma golosa y enfermiza.

Pero esto es un ejemplo de barrio. Escandaliza cuando se observa en el interior del primer partido de la oposición y uno de los dos tradicionales, el Partido Liberal, en donde sus líderes no quieren ganar las elecciones, están dispuestos a abrirle el paso a JOH  -hombre que ha conquistado su corazón en forma definitiva, en un amor superior al de Romeo y Julieta; o el que se tenían Abelardo y Eloísa-  para que se reelija con facilidad, ayudándole a detener a Zelaya que sigue siendo un obstáculo en el zapato para muchos y Nasralla que por ser antisistema, entre más defectos exhiba, suyos  -que le sobran- o agregados que, numéricamente, crecen día a día, en forma generosa, se vuelve más popular.

Entre el Partido Liberal de Policarpo Bonilla, que fue a la guerra para llegar al poder y la falta de ánimo político de Villeda Bermúdez y Elvin Santos, hay un océano de diferencias. Aquel quería el poder. Estos salir en el periódico; cuidar sus imágenes y preservar sus riquezas y comodidades familiares. Aquel era un animal político. Estos últimos son inocentes abejas, picaflores de las oportunidades. Los resultados, son igualmente diferentes. Bonilla creó y llevó al Partido Liberal al poder. Villeda y Santos, quieren lo contrario. Por eso tienen poca capacidad de sacrificio, se aman tanto a sí mismos, que no les queda nada para darle, en forma de sacrificio, a esta patria que si se implica en una crisis continuista, producirá inestabilidad y destrucción institucional, en la cual, perderemos, incluso mucho más, que lo que imaginan Villeda y Santos. Si creen que estamos bien, se equivocan. La pobreza y la miseria siguen creciendo, la inseguridad baja solo estadísticamente, el gobierno es un “Leviatán” amenazante y la dependencia, nos proyecta como un  país de mentiritas, que  pocos toman en serio. Todo por la carencia de hombres de Estado que no quieren dar sus propiedades para salvar a Honduras y mucho menos, comprometer sus vidas en su defensa. Irresponsables cívicamente hablando.