Palmerola, oportunidades y peligros

Por Juan Ramón Martínez

Pocos proyectos de gran envergadura, han gozado de tanta subjetividad de parte de los tres últimos gobiernos. Zelaya basó, públicamente, su conveniencia en el peligro que significaba para Tegucigalpa la operación de Toncontín, una vez que ocurriera el accidente de Taca. Lobo Sosa ha usado una perspectiva más positiva: necesidad de contar con una terminal aérea, para impulsar el desarrollo reflexivo sobre los problemas del país. Dejando al margen, el efecto que el cierre de Toncontín tiene para las subjetividades que maneja la población capitalina, un aeropuerto que durante muchos años ha dado servicios con una limitada cantidad de accidentes. Inferior incluso a otros de mayores posibilidades de aproximación.

No nos interesa entrar en estas discusiones, sino plantear algunos ángulos nuevos para ampliar la reflexión sobre su oportunidad o no. Por supuesto, no nos referiremos en este caso a los supuestos términos leoninos del gobierno, a favor de la concesionaria; ni a los beneficios económicos que obtendrá el actual operador de Toncontín. Eso lo trataremos después. Lo que nos interesa en este caso, es reflexionar sobre la operatividad y rentabilidad de la nueva terminal, su viabilidad económica y, fundamentalmente, los efectos que para la seguridad del país, ahora puesta en precario en la medida en que Nicaragua posiblemente en su estrategia de confrontación con Colombia, está por adquirir una flota de tanques rusos, con los cuales no solo rompe el equilibro militar regional, sino que amenaza a Honduras y a Costa Rica.

Confesamos nuestra ignorancia en el asunto del negocio aeronáutico. Pero partiendo del sentido común, todos los aeropuertos del mundo confirman su oportunidad no solo por las condiciones del terreno, nivel del mar, facilidades de aproximación, sino que por las fuerzas económicas que tienen capacidad para llenar de pasajeros, los aviones que irán aumentando su tamaño, en la medida en que aumente la demanda de los pasajeros. No es como piensan algunos –que los hay y les respeto, porque no es su culpa– que en la medida en que haya aviones más grandes, aumentará el número de pasajeros al margen de su capacidad económica para sufragar los gastos de pasaje, servicios y, costos fuera del país. En San Pedro Sula, cuya capacidad de pista no se ha puesto en duda –excepto en períodos de inundaciones– no pudo mantener un vuelo directo a Madrid, porque el volumen de pasajeros no hacía rentable los vuelos. Algo parecido –y pensando con el más elemental sentido común– ocurrirá con Palmerola que, recibirá los viajeros que usan Toncontín actualmente y los que pueda aportar Comayagua, cuyo crecimiento económico es interesante, pero no para que modifique drásticamente la demanda. Incluso agregando alguna medida de pasajeros de La Unión y San Miguel, que frente a San Salvador, pudieran preferir Palmerola.

Al margen de lo anterior que será dilucidado por los técnicos en números –que hay que recibir con sospecha porque el papel aguanta con todo– la cuestión que quiero llamar la atención, es el efecto negativo que ocasione la ubicación de la nueva terminal de Palmerola en los planes de seguridad para Honduras. La Base “Soto Cano” y la presencia de los estadounidenses, no es accidental. Corresponde a una visión de seguridad nacional, cuyos peligros en los últimos años, en vez de disminuir, se han agudizado por dos factores: el armamentismo nicaragüense y los objetivos de El Salvador: curarse de las heridas del fracaso de la guerra de 1969 y su inamistosa actitud para facilitar la delimitación de la bocana que nos permita explotar nuestros derechos en el Pacífico. Eso significa que, no podemos reducir los dispositivos defensivos, a favor de fantasías económicas que, casi nunca se cumplen. En este caso la ubicación de la terminal, al lado de la carretera que une Tegucigalpa y Comayagua, compromete la seguridad nacional.

Porque afecta la Escuela de Aviación, elimina la base aérea Enrique Soto Cano y pone en precario las reservas de combustibles estratégicos necesarios para la defensa regional y nacional. La solución es fácil, si no se pasa por alto la seguridad del país. Hay que instalar la terminal en una ubicación opuesta a las instalaciones militares que son necesarias para la defensa de Honduras y para el cumplimiento de nuestros compromisos. El problema es que muchos, a cambio de dinero, entregan todo al diablo. Incluso la soberanía y la seguridad nacional.