¡No cerrar empresas!

Por: Segisfredo Infante

Para muchos la realidad de una sociedad se constriñe a los quehaceres políticos o a las difusiones ideológicas superficiales. Por consecuencia los pueblos se enmarañan, durante años y décadas, en las consabidas telarañas encadenantes de tales quehaceres, sin miramientos en las consecuencias relacionadas con la calidad de vida concreta de los seres humanos, ni tampoco con sus libertades espirituales. En el caso centroamericano, y particularmente hondureño, llevamos alrededor de doscientos años discutiendo cosas baladíes en torno a los temas ideopolíticos, con unas visiones propias del cine “western”, en donde el espectro cromático está dividido en blanco y negro, es decir, de “chicos buenos” y de “chicos malos”, aun cuando la “Historia” haya demostrado que la vida es más rica y más compleja de lo que pudiéramos imaginar, tal como lo constatan las nuevas investigaciones historiográficas que lentamente han comenzado a circular, desde la segunda mitad del siglo diecinueve hasta el presente, a pesar de los sesgos ideológicos de algunos historiadores, sociólogos, politólogos y “filósofos”. Por supuesto que hemos tenido brillantes excepciones de la regla, en la esfera del pensamiento, como José Cecilio del Valle, Ramón Rosa, Paulino Valladares, Alfonso Guillén Zelaya, Heliodoro Valle y Ramón Oquelí, para sólo mencionar algunos nombres conocidos. Hay otros más o menos desconocidos que vale la pena rescatar, como Alberto Membreño y José Antonio Peraza.

Aparte de las enmarañadas y encadenantes realidades ideopolíticas de cada país, región y continente, existen las importantísimas realidades económicas, culturales y las espirituales trascendentes, sin las cuales la vida socio-histórica de cualquier comunidad va perdiendo sentido racional, hasta quedar reducida a la esterilidad de lo repetitivo. Pero es el caso que en Honduras vivimos atrapados en el fútbol y en lo político cotidiano, peleando cada cuota de poder personal o colectivo, sin atalayar para nada las otras esferas de la realidad poliédrica, ni mucho menos el acontecer universal, en el cual aparece la variable estremecedora de la llamada “realpolitik”, como solían decir los alemanes, con victorias y reveses, hace varias décadas. Nosotros vivimos, hasta el hartazgo, de puras formalidades “leguleyescas”, sin ningún contenido conceptual ni mucho menos vital. Por eso perdemos de vista las necesidades concretas de la gente que habita en las barriadas o en los pueblos apartados del interior del país. Ni siquiera reparamos en las urgencias de los pueblos cercanos a Tegucigalpa, motivo por el cual olvidamos, casi permanentemente, a nuestros paisanos del oriente y del occidente de Honduras.

Mi tendencia en este punto ha sido y sigue siendo desmarcarme, durante décadas, y en la medida de lo posible, de las rutinas políticas y abordar, en cambio, los modelos y submodelos económicos, que son los que al final determinan la sobrevivencia material o la extrema pobreza y las hambrunas de los pueblos, al margen de las banderas coloridas o desleídas de cada ocasión. En la mayoría de las discusiones hace falta la racionalidad económica en favor de los pueblos marginados o desempleados. Se habla mucho de “crear” empleos. Y es muy poco lo que se hace en tal dirección. En nuestra Honduras, durante varios decenios, hemos hablado de apoyar a las “Mipymes”, incluso con aceptable ayuda extranjera. Pero en la vida práctica se han desmantelado, por centenas, las pequeñas empresas, y se han cerrado negocios por políticas públicas desacertadas, por la extorsión y por los caprichos de algunos mandos intermedios de los gobiernos de turno.

En tal sentido apoyamos la decisión del actual presidente don Juan Orlando Hernández, de contrarrestar los cierres de empresas y negocios que en fechas recientes se han cerrado inconsultamente, sin escuchar los derechos y deberes de los pequeños empresarios; o de aquellos que ya poseen una visión “social-empresarial”. El cierre de negocios en un país tan pobre como Honduras resulta fatal, sobre todo si a la pobreza le sumamos el vasto desempleo, la fuga masiva de mano de obra al exterior, la violencia de cada semana y la pobreza espiritual. Es correcto que los empresarios y micronegociantes hondureños posean una instancia vinculante en donde quejarse, pues el principio de presunción de “inocencia” es vital en la historia del derecho occidental. Esto lo saben muy bien aquellas personas maduras y equilibradas como el doctor Jorge Ramón Hernández Alcerro, y jóvenes voluntariosos (con formación jurídica) como don Ebal Díaz.

Necesitamos abrir las puertas y ventanas para crear empleos legales (o por lo menos legítimos) en todas partes del territorio nacional. Necesitamos hacer carreteras modernas como las que se están construyendo en la zona occidental de Honduras. Necesitamos publicar periódicos, revistas y libros sustanciosos (en físico) que guarden la memoria histórica y motiven la trascendencia del pensamiento nacional y universal. Necesitamos formular crítica constructiva a cada gobernante. Nunca la mera oposición por resentimiento personal o por el simple deseo de llamar la atención en forma árida o estéril. Ésta ha sido, y seguirá siendo, mi línea multilátera de pensamiento.