Infantilmente irresponsables

Por: Juan Ramón Martínez

No aprendemos la lección. Seguimos, como adolescentes de 12 años de edad mental, creyendo que la mala política resuelve todos los problemas, que los caudillos están por encima de las instituciones; que la fuerza se impone sobre la ley y que la situación económica, debe estar en manos de los extranjeros y de los descendientes que han decidido enterrar su corazón en nuestro patio. Por ello, con una ingenuidad que espanta, hemos hecho de la discusión de la reelección y no la reelección, el tema central del país. Pasando por alto el crecimiento de la pobreza, el aumento del desempleo, la reducción relativa de las exportaciones, el deslizamiento del lempira y el disgusto de los más jóvenes que intercambian sus amarguras, en ácidos mensajes, destructivos,  que llenan las redes sociales. Y es por todo lo anterior, que no nos damos cuenta, de la peligrosidad de la situación, la banalización del mal  -“aquí nadie es bueno”- el crecimiento del delito y mucho menos, de las contradicciones que, en vez de disminuir, aumentan peligrosamente. Aunque somos más, producimos menos. Hay más forestales y menos bosques. Tenemos más cristianos que dicen que el Señor es central en sus vidas; pero nunca antes el crimen había demostrado el odio que nos guardamos los unos a los otros. Contamos con más agrónomos que nunca en nuestras vidas y la productividad media en el sector agropecuario, en vez de mejorar, disminuye. Hablamos más inglés que nunca, repetimos las modas de Estados Unidos; pero somos incapaces de imitar las visiones y comportamientos que han hecho de esa nación, el gran país que lidera al mundo. Y aunque tenemos más universidades, que nos llenan los parques congestionados de licenciados, ingenieros, másteres y doctores, no hay creatividad, porque hace falta la fuerza imaginativa que haga crecer a este país. Que no se levanta del suelo. Y no camina, abriéndose paso frente a las oportunidades; ni muestra su individualidad orgullosa al mundo.

Los políticos, conocen muy poco de esta ciencia. Y por ignorancia, olvidan que hay contradicciones y disensos en la sociedad, por lo que la democracia permite espacios para la forja de acuerdos. Útiles para avanzar. Por ello, incluso en términos de la mecánica más elemental, ignoran que toda acción provoca una reacción. Y que esta, si no se detiene en sus fuerzas inerciales desplegadas, puede crecer. Y al querer detenerla con nuevas acciones, escala los conflictos hasta el extremo que no se pueden controlar. “Elemental mi querido Watson”. La marcha del Partido Nacional, con una maquinaria fortísima y con recursos ilimitados, ha obligado a la oposición a salir a la calle. Menos numerosa; pero con más fuerza moral. Creen que luchan contra un monstruo de cuatro cabezas, al cual hay que derrotar. Y que, en consecuencia, por honor tienen que recurrir a todo para detenerlo. Y recurren a las fueras morales.

El Congreso Nacional, foro para que las fuerzas disidentes logren acuerdos, por irresponsabilidad y falta de sentido histórico, le ha cedido su espacio a la calle, para que sea desde aquí, muy cercana a la fuerza,  donde salgan, por el choque de los contrarios, las soluciones. En una dialéctica mal oída y poco aprendida, la mayoría del liderazgo irresponsable, infantil e inconsciente, cree que el choque de los contrarios, producirá por síntesis, las soluciones. Por ello el gozo de la confrontación, tiene mucho de irracionalidad. El hondureño cree que es legítimo levantar la mano en contra del otro; que el irrespeto es valentía; que la dedicación y el trabajo no son importantes, porque los resultados los da la suerte. O la regalan los gringos, generosamente, como lo han hecho en muchos tramos de nuestra historia, sin aprovecharla siquiera en forma racional.

Duele Honduras. No es que nos estamos quedando sin patria. Destruimos sus girones finales. Diseminamos desesperanza, vendemos oportunismo y hemos hecho de la falta de ética del trabajo, el apotegma que la única forma de vivir, es mamando de la teta del gobierno. Por esto se ha vuelto gigantesco e insoportable. Convirtiéndose en la fruta del deseo de los menos trabajadores, cuya disputa desperdicia las mejores fuerzas y ahuyenta a los que por curiosidad nos visitan. Y los que se van espantados, al saber que somos tan infantilmente irresponsables.