Conservación de centros históricos

Por Jorge Valladares Valladares
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¿Quién de nosotros no tiene clavada su memoria en un sitio referente de su pasado, de su infancia? Sin duda, todos tenemos recuerdos, anécdotas, imágenes, sabores, relatos asociados a personajes, sitios o familiares, mitos, leyendas, cuentos, en fin, ese legado que junto al de otros contemporáneos, constituye la base del patrimonio intangible. Llámese Tegucigalpa, Gracias, Santa Rosa, Choluteca, Copán, etc., todo rincón de nuestra nación goza de una rica fuente de tradiciones e historias vinculadas a un espacio físico, a una arquitectura determinada, a un hábitat social, al cual llamamos patrimonio tangible. Ambos elementos, el material como el cultural, constituyen la base de la política de conservación de centros históricos.

América Latina está dejando atrás a Honduras en esa tarea. Ahí está un Zócalo en México, D.F., una Lima vieja en Perú, Cartagena en Colombia, Panamá viejo, el Mercado del Puerto en el centro histórico de Montevideo, Caminito en Buenos Aires, etc., referentes de acceso a cultura, arte, historia e identidad de cada nación.

Conservar nuestra historia y patrimonio arquitectónico es asunto de interés social y por ende, debería ocupar un espacio importante en las políticas, legislación y recursos públicos. Adicionalmente, comprobado está, es factor determinante para prevenir la violencia, la exclusión y pobreza.

Sin embargo, ese anhelo social se ve contrapuesto al abandono y pésima administración de esos bienes públicos en Honduras. Centrándonos en Tegucigalpa, al visitar su plaza central, es evidente que ha sido víctima de intervenciones desordenadas, una mezcla mal lograda de conservación, que comparado a esas viejas fotografías de lo que fue, nos deja más bien frustrados del estado actual de cosas. Esas remodelaciones, para llamarlas de algún modo, dan lugar a una mixtura de elementos arquitectónicos y mal uso de materiales y del espacio público, que más bien genera sensación de caos y desorden, en los elementos básicos del urbanismo. Mala gestión de seguridad, limpieza, del comercio, ornato, paisajismo, conservación de edificaciones y áreas de acceso a la cultura. En sentido positivo, por un lado importantes esfuerzos del gobierno central con el Museo de Identidad Nacional, otros más privados como el Museo del Hombre, y por allá una Biblioteca Nacional en el olvido. A esa falta de articulación de esfuerzos se le puede llamar ausencia de una política y actores públicos que administren nuestra identidad y patrimonio histórico cultural.

Es una pena que a la fecha, a punto de cumplir 438 años de fundación como capital de Honduras, no se hayan hecho esfuerzos serios para mostrar a Tegucigalpa como lo que es, una ciudad con pasado, con parques, museos, callejones, rutas de arte sacra, otras ecológicas, culinarias, con tradiciones que confirman nuestro pasado lleno de orgullo y cultura.

Ojalá celebremos este 29 de septiembre, anunciando nuevos museos como el Castillo Bellucci, articulado a los callejones que unen con la Casa Casco, ideal de museo metropolitano; por allá el imponente mirador parque La Leona, unido a esos barrios históricos, al parque La Concordia, a las rutas de iglesias centenarias mostrando su arte sacra, esos museos, bibliotecas, plazas, un cementerio por rescatar, etc., todos esos elementos integrados y abrazados por autoridades en la materia, con instrumentos de legislación, de política y con recursos financieros para hacer posible una ciudad capital orgullosa de su patrimonio ante propios y extraños.

¡Qué bello sería ese anuncio! Pero, por el momento, la realidad es otra. Debo conformarme con el álbum de fotos, cuando Tegucigalpa era una ciudad a escala humana y para todos.